domingo, 8 de noviembre de 2015

El navío.

Un grupo de 30 personas se decide para construir un barco, todos ellos se ponen manos a la obra. Unos, cuya fuerza es mayor que la de los demás y conocen la técnica del hacha, talan árboles para extraer su preciada madera, otros que poseen magníficos conocimientos sobre carpintería, disponen las herramientas necesarias para trabajar esa madera de tal forma que no haya grietas, que sea curva, que quede bien lisa y que, al fin y al cabo, resulte útil para el objetivo común. En tercer lugar, hay una serie de sujetos muy experimentados en navegación, ya que antaño han sido capitanes de barco o han formado parte de diversas tripulaciones dedicadas a la mar. Tras un gran esfuerzo, consiguen erigir la embarcación, todos tienen claro el lugar al que quieren llegar, y cada uno de ellos ha ofrecido su trabajo para alcanzar la meta. Las 30 personas se introducen en la nave, sacan el ancla y se relajan con el sonido del oleaje. Aquellos que conocen sobre navegación se adentran en la bodega y comienzan a discutir sobre qué ruta será la más rápida y, al mismo tiempo, la más segura. En esto que el resto de las personas, unas conversando distendidamente, otras contemplando la inmensidad del océano, avistan una serie de nubes negras a lo lejos, parece ser que se acerca una tormenta, desconocen su vehemencia, y precisamente por ello alertan a los expertos navegantes, que súbitamente salen de la bodega, alzan la vista, y observan lo que se les viene encima.
Éstos se alteran gravemente y les explican a los demás la peligrosidad de la situación, ya que a simple vista han inferido que se trata de una tormenta muy fuerte, y que teniendo en cuenta las características de la embarcación en la que se encuentran, si son alcanzados por ella, acabarán sucumbiendo. El objetivo común se ha actualizado al unísono, en estos momentos lo que resulta imperioso es salvar la vida, por lo que todos intentan llegar a un acuerdo sobre lo que hacer.
Tanto los taladores, como los carpinteros enmudecen, mientras que los expertos navegantes se enzarzan en una disputa con opiniones de todo tipo. Unos plantean intentar esquivar la tormenta, otros arguyen que es imposible, pues los vientos son muy fuertes y no hay manera de impedir que el barco se acerque funestamente hasta la tempestad, todos ellos están nerviosos y anhelan exactamente lo mismo: salvar la vida. Aquella discusión llega a su término cuando todos concluyen que es imposible evitar la tempestad, mas se puede procurar atravesarla lo más lejanamente posible de su localización. Entonces, como si repentinamente todas sus mentes se hubieran visto iluminadas por un rayo de clarividencia, comienzan a lanzar exhortaciones directas tanto a los carpinteros como a los taladores, gritando y colocándose ellos mismos en las posiciones en las que deben colocarse, mostrándoles el procedimiento que han de seguir de la manera más pragmática posible, y éstos, sin dilación alguna, se organizan en cada parte del barco según las indicaciones de los expertos.
Las 30 personas están nerviosas, todos se han confabulado para resistir aquél escollo que les impide la realización de sus aspiraciones comunes, observan cómo se van aproximando a la tormenta, algunos tienen la impresión de que sus trémulas piernas desfallecerán en cualquier momento, otros, henchidos de entereza, arrojan gritos animosos, consejos prácticos y carcajadas llenas de energía, (salvo unas pocas envueltas en nerviosismo). Pronto alcanzan la tormenta, (o quizá a la inversa), y los expertos marineros continúan con su labor. Gritan, chillan, exhortan, forcejean con las cuerdas junto a sus compañeros, que acatan todas y cada una de sus órdenes. Las olas se revuelven y chocan contra el casco del navío una y otra vez, ahora no resultan tan tranquilizantes como al inicio del viaje. El barco se agita y se zarandea violentamente, la mayor parte de los carpinteros son arrollados por varias olas que golpean de lado a lado el barco y convierten su piso en una superficie terriblemente resbaladiza, éstos caen al suelo y se agarran donde pueden, pues sus brazos no poseen la fuerza suficiente como para soportar la violencia de los maretazos.
Finalmente salen de la tormenta y aparecen las imágenes de los vestigios resultantes de tan hórrida violencia; algunas partes no demasiado relevantes para el buen funcionamiento de la embarcación se han hecho pedazos. Se hace un recuento de la tripulación, todos están sanos y salvos, al parecer han sido capaces de soportar una situación tan extrema gracias a su fuerza de voluntad, junto a las útiles indicaciones de los expertos navegantes. De nuevo, el objetivo inicial emerge en todas y cada una de sus cabezas, sin embargo, ahora hay partes del barco que han de ser reparadas. Por fortuna, antes de embarcar, los expertos navegantes aconsejaron a los taladores que les dieran a los carpinteros una mayor cantidad de troncos de la que se precisaba para la realización del barco, para que así los carpinteros tuvieran madera de sobra, tanta como para poder almacenarla en la bodega junto con el avituallamiento. De tal forma que en caso de que la situación lo requiriese, los carpinteros pudieran utilizarla en cualquier momento.
Luego de unos días navegando a la deriva, en tanto que el barco era reparado, los expertos marineros se persuaden de algo que derrumba de nuevo sus esperanzas. Resulta que, debido a la situación a la que se vieron avocados, han perdido el rumbo, por lo que organizan una reunión con el objeto de decidir qué es lo que deben hacer. Todos ellos, de forma indiscriminada, ofrecen su opinión e intentan consensuar, los carpinteros y los taladores, que poseen menos experiencia, asumen que es probable que la mayor parte de sus proposiciones sean erradas, sin embargo, los expertos marineros se empapan de todo lo dicho y actúan en consecuencia.
Pronto ponen rumbo hacia el noreste, dirección a la que, por intuición, han decidido dirigirse. Viajan durante semanas, todos juntos comienzan a hacer cálculos respecto a la duración de sus provisiones, la desesperación comienza a acecharles y algunos especulan con el canibalismo, si se diera el caso de que pereciera uno de ellos, no obstante lo tratan, no de manera amenazante, sino de forma razonable y lógica. De hecho, todos ellos llegan a determinar que si uno muriese, ofrecería su cuerpo como alimento para los otros, otorgándoles más posibilidades para sobrevivir.
Sin embargo, nada de eso hace falta, pues pronto avistan tierra. Todos ellos se llenan de júbilo, sus cuerpos débiles y encogidos por el hambre que comenzaba a afectarles ya no les importan, ya que saltan y danzan de alegría, los unos se abrazan con los otros, unos ríen, otros prorumpen en llantos, colmados de felicidad.
La tierra en la que desembarcan está poblada por sujetos de todo tipo, parece una ciudad costera a la que acuden personas provenientes de todos los lugares del mundo. En ella, las 30 personas buscan aquello que todos, de una manera u otra, perseguimos siempre: comida, bebida y cobijo. Y precisamente eso es lo que reciben, ya que las gentes de aquél lugar resultan ser soberanamente hospitalarias, tanto es así que, en la propia ciudad no se oye el bullicio de los mercados, sino el de los elogios y los regalos, junto al del trabajo no forzado.
Habiendo comido y bebido hasta la saciedad, y tras una noche de plácido y profundo sueño, aquellos intrépidos individuos se reúnen y llegan a la conclusión de que no se encuentran en el lugar al que ansiaban llegar en un principio, mas se habían tropezado con uno que se acercaba verdaderamente a sus sueños, por lo que permanecieron en aquella ciudad hasta que, finalmente, murieron de viejos.


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