lunes, 30 de noviembre de 2015

La semillita.

En mi corazón baldío
aguardaba una esperanza,
una semillita fértil
esperaba a ser regada.

Por las noches, sollozando,
se colmaba de humedad,
pareciera que soñara
una nueva realidad.

Los grillos se reunían
para hacerla callar,
alegaban que sus cantos
no podían escuchar.

Noche a noche hubo uno
que se cansó de esperar
y con su gran valentía
se dispuso a caminar.

Llegó por fin al lugar
donde la tierra gemía,
mas, para su sorpresa,
el estentóreo ruido cesó
y lo único que encontró
fue un fino y frágil tallo
tiritando por el viento
y con apariencia débil.

El grillo se escabulló,
buscó a sus compañeros
y les guió hasta el lugar.

Todos se embriagaron
y cantaron sin cesar
cosa que al tallo mohíno
le colmó de felicidad.

El tallo volvió a llorar
y retornó la humedad
y los grillos, abrumados,
observaron lo ocurrido:
creció y creció sin parar
buscó con sus ramas el cielo
y no cesó de madurar.

Pues el canto de los grillos
le calmaba su pesar
y aún no hallando su sino
ya no pudo llorar más.

El ardor de la escarcha.

El impulso que aplaca la firmeza del suelo
aquel instante, aquel momento
en el que inicias tu vuelo.

Tu cuerpo, ingrávido, 
se estremece con el viento. 
Y el frío hielo, 
y la escarcha muerta,
adormecen tu cerebro.

Mas tras pasar por la insondable
sombra del invierno,
tu alma firme 
y cálida en tu seno
aporta vida, esperanza 
y millones de fuegos
que arden limpios,
sin tapujos,
sin escollos derroteros.

Gran fortuna la que tuve
al pasear por el bosque.
Pues caminando sereno
allí la encontré, de noche:

un fulgor, un amor,
un incendio en un rincón
que por fuera sollozaba,
pues agua de él emanaba
y por dentro, con vehemencia,
hervía por su calor.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El navío.

Un grupo de 30 personas se decide para construir un barco, todos ellos se ponen manos a la obra. Unos, cuya fuerza es mayor que la de los demás y conocen la técnica del hacha, talan árboles para extraer su preciada madera, otros que poseen magníficos conocimientos sobre carpintería, disponen las herramientas necesarias para trabajar esa madera de tal forma que no haya grietas, que sea curva, que quede bien lisa y que, al fin y al cabo, resulte útil para el objetivo común. En tercer lugar, hay una serie de sujetos muy experimentados en navegación, ya que antaño han sido capitanes de barco o han formado parte de diversas tripulaciones dedicadas a la mar. Tras un gran esfuerzo, consiguen erigir la embarcación, todos tienen claro el lugar al que quieren llegar, y cada uno de ellos ha ofrecido su trabajo para alcanzar la meta. Las 30 personas se introducen en la nave, sacan el ancla y se relajan con el sonido del oleaje. Aquellos que conocen sobre navegación se adentran en la bodega y comienzan a discutir sobre qué ruta será la más rápida y, al mismo tiempo, la más segura. En esto que el resto de las personas, unas conversando distendidamente, otras contemplando la inmensidad del océano, avistan una serie de nubes negras a lo lejos, parece ser que se acerca una tormenta, desconocen su vehemencia, y precisamente por ello alertan a los expertos navegantes, que súbitamente salen de la bodega, alzan la vista, y observan lo que se les viene encima.
Éstos se alteran gravemente y les explican a los demás la peligrosidad de la situación, ya que a simple vista han inferido que se trata de una tormenta muy fuerte, y que teniendo en cuenta las características de la embarcación en la que se encuentran, si son alcanzados por ella, acabarán sucumbiendo. El objetivo común se ha actualizado al unísono, en estos momentos lo que resulta imperioso es salvar la vida, por lo que todos intentan llegar a un acuerdo sobre lo que hacer.
Tanto los taladores, como los carpinteros enmudecen, mientras que los expertos navegantes se enzarzan en una disputa con opiniones de todo tipo. Unos plantean intentar esquivar la tormenta, otros arguyen que es imposible, pues los vientos son muy fuertes y no hay manera de impedir que el barco se acerque funestamente hasta la tempestad, todos ellos están nerviosos y anhelan exactamente lo mismo: salvar la vida. Aquella discusión llega a su término cuando todos concluyen que es imposible evitar la tempestad, mas se puede procurar atravesarla lo más lejanamente posible de su localización. Entonces, como si repentinamente todas sus mentes se hubieran visto iluminadas por un rayo de clarividencia, comienzan a lanzar exhortaciones directas tanto a los carpinteros como a los taladores, gritando y colocándose ellos mismos en las posiciones en las que deben colocarse, mostrándoles el procedimiento que han de seguir de la manera más pragmática posible, y éstos, sin dilación alguna, se organizan en cada parte del barco según las indicaciones de los expertos.
Las 30 personas están nerviosas, todos se han confabulado para resistir aquél escollo que les impide la realización de sus aspiraciones comunes, observan cómo se van aproximando a la tormenta, algunos tienen la impresión de que sus trémulas piernas desfallecerán en cualquier momento, otros, henchidos de entereza, arrojan gritos animosos, consejos prácticos y carcajadas llenas de energía, (salvo unas pocas envueltas en nerviosismo). Pronto alcanzan la tormenta, (o quizá a la inversa), y los expertos marineros continúan con su labor. Gritan, chillan, exhortan, forcejean con las cuerdas junto a sus compañeros, que acatan todas y cada una de sus órdenes. Las olas se revuelven y chocan contra el casco del navío una y otra vez, ahora no resultan tan tranquilizantes como al inicio del viaje. El barco se agita y se zarandea violentamente, la mayor parte de los carpinteros son arrollados por varias olas que golpean de lado a lado el barco y convierten su piso en una superficie terriblemente resbaladiza, éstos caen al suelo y se agarran donde pueden, pues sus brazos no poseen la fuerza suficiente como para soportar la violencia de los maretazos.
Finalmente salen de la tormenta y aparecen las imágenes de los vestigios resultantes de tan hórrida violencia; algunas partes no demasiado relevantes para el buen funcionamiento de la embarcación se han hecho pedazos. Se hace un recuento de la tripulación, todos están sanos y salvos, al parecer han sido capaces de soportar una situación tan extrema gracias a su fuerza de voluntad, junto a las útiles indicaciones de los expertos navegantes. De nuevo, el objetivo inicial emerge en todas y cada una de sus cabezas, sin embargo, ahora hay partes del barco que han de ser reparadas. Por fortuna, antes de embarcar, los expertos navegantes aconsejaron a los taladores que les dieran a los carpinteros una mayor cantidad de troncos de la que se precisaba para la realización del barco, para que así los carpinteros tuvieran madera de sobra, tanta como para poder almacenarla en la bodega junto con el avituallamiento. De tal forma que en caso de que la situación lo requiriese, los carpinteros pudieran utilizarla en cualquier momento.
Luego de unos días navegando a la deriva, en tanto que el barco era reparado, los expertos marineros se persuaden de algo que derrumba de nuevo sus esperanzas. Resulta que, debido a la situación a la que se vieron avocados, han perdido el rumbo, por lo que organizan una reunión con el objeto de decidir qué es lo que deben hacer. Todos ellos, de forma indiscriminada, ofrecen su opinión e intentan consensuar, los carpinteros y los taladores, que poseen menos experiencia, asumen que es probable que la mayor parte de sus proposiciones sean erradas, sin embargo, los expertos marineros se empapan de todo lo dicho y actúan en consecuencia.
Pronto ponen rumbo hacia el noreste, dirección a la que, por intuición, han decidido dirigirse. Viajan durante semanas, todos juntos comienzan a hacer cálculos respecto a la duración de sus provisiones, la desesperación comienza a acecharles y algunos especulan con el canibalismo, si se diera el caso de que pereciera uno de ellos, no obstante lo tratan, no de manera amenazante, sino de forma razonable y lógica. De hecho, todos ellos llegan a determinar que si uno muriese, ofrecería su cuerpo como alimento para los otros, otorgándoles más posibilidades para sobrevivir.
Sin embargo, nada de eso hace falta, pues pronto avistan tierra. Todos ellos se llenan de júbilo, sus cuerpos débiles y encogidos por el hambre que comenzaba a afectarles ya no les importan, ya que saltan y danzan de alegría, los unos se abrazan con los otros, unos ríen, otros prorumpen en llantos, colmados de felicidad.
La tierra en la que desembarcan está poblada por sujetos de todo tipo, parece una ciudad costera a la que acuden personas provenientes de todos los lugares del mundo. En ella, las 30 personas buscan aquello que todos, de una manera u otra, perseguimos siempre: comida, bebida y cobijo. Y precisamente eso es lo que reciben, ya que las gentes de aquél lugar resultan ser soberanamente hospitalarias, tanto es así que, en la propia ciudad no se oye el bullicio de los mercados, sino el de los elogios y los regalos, junto al del trabajo no forzado.
Habiendo comido y bebido hasta la saciedad, y tras una noche de plácido y profundo sueño, aquellos intrépidos individuos se reúnen y llegan a la conclusión de que no se encuentran en el lugar al que ansiaban llegar en un principio, mas se habían tropezado con uno que se acercaba verdaderamente a sus sueños, por lo que permanecieron en aquella ciudad hasta que, finalmente, murieron de viejos.


lunes, 21 de septiembre de 2015

El ideal de justicia.

Una de las preguntas más importantes en el pensamiento humano debido a su ligazón con la moral y las relaciones sociales es: ¿Qué es la justicia? Y es que esta cuestión ha sido respondida en todas las culturas de las diversas sociedades, cada una con sus respectivas definiciones, pero todas ellas guardando una característica homóloga a las demás; en todas ellas aparece el ideal de justicia como la restauración o reintegración de un daño. Y cierto es que en todo acto de justicia hay una búsqueda de equidad entre cada uno de los individuos que integran el colectivo, sin embargo, ¿Es este ideal verdaderamente justo? Bien, esta es la respuesta a la que responderemos a medida que este texto se desarrolle.

Las tribus y clanes primitivos poseían un sistema judicial muy singular y conocido, su metodología a seguir para ejercer lo que ellos consideraban como justo no era otra cosa más que el ojo por ojo. Si un miembro de una tribu o clan atacaba a otro miembro de una tribu vecina, amputándole el brazo, por ejemplo, esta última tribu reclamaría justicia realizando exactamente el mismo daño que el atacante, por consiguiente, a éste debía amputársele uno de sus brazos, de tal forma que se restaurase el sufrimiento causado. Esta manera en la que se ejercía la justicia nos resulta a nosotros, los llamados "hombres civilizados", un hecho deleznable, mas he de deciros que nuestro sistema judicial, junto a nuestro sistema penal no son sino una extensión de lo anteriormente explicado. Pues, ¿Qué diferencia hay entre el ojo por ojo y el castigo por acto antisocial? Ninguna, ya que a pesar de no pretender restaurar de forma directa un daño realizado, se quiere hacerlo mediante la privación de libertad física; mediante la prisión. Por no hablar de la pena de muerte, que aún en nuestros días, permanece vigente en una gran cantidad de Estados. Sin embargo, desde la época en la que las tribus ejercían justicia bajo ese procedimiento hasta la actualidad, el sistema judicial ha mutado a formas muy diversas ateniéndose a justificaciones injustas, cosa que durante toda nuestra historia se ha traducido en la prostitución del ideal como tal, y es que es preciso comprender que la justicia y la igualdad van de la mano, y que mientras exista desigualdad social, la justicia no es otra cosa más que la manera en la que los poderosos mantienen a raya a los insumisos.

Un ejemplo de la enfermedad que ha padecido la justicia durante la historia es el medioevo. La sociedad se hallaba dividida en estamentos, éstos a su vez diferenciados en dos categorías: privilegiados y no privilegiados. Los privilegiados, que naturalmente formaban parte del grupo de los poderosos, contaban con todo tipo de ventajas; no estaban obligados a pagar impuestos, tenían derechos sobre los no privilegiados (como el derecho de pernada), no eran ni por asomo tan susceptibles a ser ajusticiados como los no privilegiados, etc.

Otro ejemplo sería la Antigua Roma, civilización de la que, curiosamente, procedemos culturalmente y cuyo sistema judicial sirvió como referencia al actual. Es bien sabido que el Imperio Romano se caracterizaba por el hecho de que toda su economía se sustentaba en base a la esclavitud, y este hecho implica de manera axiomática que cualquier tipo de justicia brillaba por su ausencia en un mundo en el que las grandes mayorías populares, eran esclavas. Puesto que es innegable que las condiciones a las que se condenaba a aquellos desdichados eran sin duda alguna injustas, al menos ateniéndonos, en todos estos casos, al ideal de justicia cuyo objeto es la equidad.

Bien, la conclusión que de esto puede desprenderse es que el requisito necesario para que se cumpla el ideal de justicia que busca la equidad es la síntesis entre igualdad social y el buen funcionamiento del sistema judicial, ¿Pero es esto posible? y mejor aún, ¿Es esto verdaderamente justo? Hemos concluido que uno de los elementos indispensables para la realización de la justicia es la igualdad social, sin embargo, si se da el caso en que somos socialmente concebidos como iguales, ¿Por qué habrían de cometerse actos antisociales? Además, asumiendo que para que pueda existir una sociedad, deben a su vez encontrarse lazos, vínculos y, en resumen, fuerzas que cohesionen a todos los individuos que la conforman, ¿Cómo sería posible que se diera un caso en el cual se cometiera un acto de injusticia contra otro individuo? La respuesta es sencilla; si bien esto no pudiera darse de forma premeditada o consciente, podría darse de manera inconsciente o aleatoria, es decir, por accidente.

Espero que se me permita ejemplificar esto último:
Imaginemos que vamos a realizar un viaje, y para ello utilizaremos un automóvil. Si mientras realizáramos el viaje fuéramos negligentes, como por ejemplo, no poniéndonos el cinturón de seguridad, no respetando las normas de tráfico, conduciendo con un estado de conciencia alterado, etc, estaríamos siendo injustos con la totalidad de la sociedad, puesto que no es preciso que suceda cualquier tipo de desgracia para comportarnos de manera injusta, solamente es necesaria la omisión del deber para con tus semejantes para que ello suceda. En este caso, la utilización de la palabra "desgracia" en vez de "accidente" deviene del hecho de que un accidente ocurre cuando las causas por las cuales sucede algo terrible no se han visto influenciadas por ninguna de las personas que lo sufren, ya sea por omisión o por acción. Por el contrario, si se produjera una desgracia en la cual ninguna de las personas que lo sufren se hubieran comportado de forma negligente (entendiendo por negligente lo explicado ahí arriba), podríamos incluirle sin ningún reparo el sustantivo "accidente".

Habiendo dicho esto de manera que he intentado suscitaros el mayor número de preguntas posibles, me dispongo a contestarlas todas para que así, además de revelaros el error en la concepción de justicia general a través de mi pensamiento, seáis capaces por vosotros mismos de comprender la magnitud y la cantidad de juicios que hemos asumido sobre este asunto sin realizar una reflexión previa, tal y como habría de hacerse con cualquier punto con el que nos topáramos.

En primer lugar, la igualdad social implica la ausencia de actos antisociales, pero no de accidentes, mas, ¿Cómo determinar si lo sucedido ha sido o no un accidente? Es sencillo, la ley, la policía y el sistema judicial en general, desconfían de la sociedad, se trata de vigilantes que suponen que en la comunidad han de cometerse actos antisociales, sin embargo, en vez de enfocarse en hacer disolver tales actos, en lugar de llevar por bandera aquél aforismo de Pitágoras: "educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres", se dedican a promulgar leyes cada vez más enrevesadas, que se entrometen en la vida y el radio de acción particular y personal de cada uno y que prestan todo su esfuerzo en crear y recrear castigos y reprimendas inútiles que, lejos de acabar con tales actos, los agravan e incrementan en muchos casos. Por lo que si aquello que se tiene más próximo a la hora de juzgar una desgracia análoga al ejemplo anteriormente descrito es la desconfianza, se precisarán infinidad de investigaciones que nos permitan observar con claridad qué es lo que en realidad ha ocurrido y quién es el responsable de lo mismo, sin embargo, en caso de que nos encontráramos en una sociedad sana en la cual los actos antisociales premeditados fueran vistos como anécdotas del pasado, tal predisposición a la desconfianza estaría obsoleta, y toda desgracia sería vista como lo que debería ser, un accidente.
Por otro lado, es necesario entender la naturaleza y las causas por las cuales se cometen los actos antisociales en lugar de prestar servicio única y exclusivamente al hecho de castigarlos, y es que el meollo del problema no se encuentra en el acto en sí, sino en lo que lleva a un individuo a realizarlo.

Otra pregunta a responder es, ¿Qué es la justicia? He dicho anteriormente que la concepción de la justicia hasta el momento ha sido la que implicaba la restauración o reintegración de un daño, planteando posteriormente la pregunta ¿Es este ideal verdaderamente justo? Mi respuesta es rotunda; no. Aquello que torna a injusto no es un hecho en sí, como hemos visto en el ejemplo del automóvil, sino la causa de la que dimana el hecho, y  todo aquello que tiene que ver con lo que podría suceder, es decir, con la causa o el motivo, puede rectificarse. Pero en el momento en el que la causa se convierte en un hecho, lo injusto adquiere forma, por lo que termina por ser preciso para la sociedad, no un ideal de justicia, sino una ejecución de la misma, sin embargo, las implicaciones de esta afirmación nos permiten entrever de forma más clara el hecho de que cualquier sistema judicial no es otra cosa más que la respuesta ante la injusticia, y no la justicia como tal, cosa que nos revela una verdad ineludible y anteriormente oculta: todas las metodologías ejecutadas en nuestra historia que aparentemente servían al ideal de justicia no han sido otra cosa más que la consecuencia misma de la injusticia, y por ello, sus competencias se han visto limitadas en todo momento a asumir la injusticia, dirigiendo o desviando las miradas de los hombres hacia los hechos, y no hacia lo verdaderamente relevante; las causas. Y es por esto que me veo obligado a inferir que toda aparente justicia que cuente con un brazo o mecanismo que la accione, de una u otra manera, no se trata de otra cosa más que de injusticia tácita amparada en la aceptación ignorante y errada de la comunidad. En síntesis: la justicia que precisa ser ejecutada, implica necesariamente injusticia, por lo que deja de ser justicia en cuanto tal.

Como acostumbramos a ver en la mayor parte de los casos, se ha tergiversado por completo la idea de justicia de tal forma que, en la actualidad, creemos obrar en nombre de ella mientras que, en realidad, sólo estamos ocultando la injusticia o incluso motivándola. Los considerados criminales son barridos constantemente de las calles, y pareciera que nunca terminan de desaparecer, de hecho, se mantienen ahí, resistentes e inamovibles, como si una especie de fuerza les empujara a obrar de tal manera. La sociedad, ante ellos, no ha cesado de comportarse continuamente de la misma forma, y jamás ha hallado resultados que sentencien a muerte de una vez por todas esta lacra de la que somos responsables. Respondemos, reaccionamos ante la injusticia sin preguntarnos siquiera de dónde viene, cuáles son sus motivaciones y objetivos, delegamos nuestra competencia en la policía, en la ley, en el sistema penitenciario, y al mismo tiempo, mientras divagamos en nuestros asuntos, lanzamos el grito más estentóreo y quejumbroso al cielo en el momento en el que otra injusticia es cometida, sin persuadirnos de que somos precisamente nosotros; los que llevamos comportándonos de manera irresponsable toda nuestra historia, aquellos que miran hacia otro lado y no desentrañan el verdadero significado de la justicia.

La única y verdadera justicia es aquella que no precisa ser ejecutada, lo demás, burdas representaciones de la búsqueda que se atiene a un ideal injusto por y en sí mismo, justicia en apariencia, injusticia en esencia.

lunes, 31 de agosto de 2015

Resurgimiento.

En mis entrañas agoniza
un tumulto hueco y huidizo,
una losa muerta y maciza,
recubierta de un áureo vestido
que se convierte en ceniza.

Pues un sol dorado y pálido,
se presentó en la alborada
y con sus ojos risueños
me bañó de agua templada.

Extendióse la riada
y con ella, su fragancia:
olor a mujer sin dueño,
perfume que me embriagaba.

Y es que cómo explicarte,
pequeño animal del bosque,
que cesé de buscar el norte
al conocer tu existencia.

Y es que cómo explicarte
lo que no puedo pensar.
Lo que sólo el besarte
es capaz de expresar.

Mas aún no hallo maneras
de lidiar con mis palabras,
a veces parecen sabias,
pero tú me las fulminas

con el roce de tus senos,
con el calor de tu abdomen,
con tu cuello decorado
con estigmas de mis dientes.

Pero, ¿Qué importa la duda?
Si la nada nos aguarda,
si tal agua perfumada
nos arrebata las almas.

Pero, ¿Qué somos entonces?
Unos hablan de estaciones,
otros de vientos pasajeros
y de límites impuestos.

Mas nosotros, polvo a polvo,
somos aquél riachuelo
donde el vacío se aloja
y se despoja del suelo.



jueves, 6 de agosto de 2015

Somos universo.

En la etapa estival, cuando la noche cae sobre las tierras y el hombre enciende sus candiles, el firmamento se puede observar como en ningún otro momento del año. Las estrellas se aparecen cuanto más oscuro sea el lugar en el que te encuentres, y la luz que éstas irradian es capaz de acariciar tus mejillas, como si realmente no estuvieran a una distancia que se escapa a nuestro entendimiento. Pareciera que el calor que emerge de ellas fuera a atravesar todas las distancias posibles para terminar finalmente reposando sobre tu ahora cálido pecho. Es increíble ver cómo mientras el viento mueve las hojas de los árboles, las bajas hierbas, la arena y las piedras del camino, las alas de las aves; se hallan ahí arriba infinidad de puntos brillantes que parecen observarnos, como si para ellas sólo fuéramos un espectáculo en miniatura, un ínfimo teatro que sólo sirve a su propia jactancia. Es excelso que mientras olemos la tierra, el humo que abruma el cielo, la hierba seca y el viento fresco; las estrellas continúen ahí, en la lejanía, aparentemente inmóviles.
Y es que sólo nos persuadimos de la inmensidad de lo que existe ahí fuera cuando dejamos de prestarle atención a todo aquello que hallamos en la tierra, cuando al fin nos perdemos en la noche para encontrar ese mundo extraño respecto del que nosotros concebimos como nuestro, ese mundo al que llamamos Sistema Solar, Vía Láctea, Universo... Cuyas magnitudes, tan diversas entre sí, nos parecen a nosotros, pequeñas criaturas pensantes, una absoluta vastedad en comparación con lo que de ordinario percibimos.

Pero este sentimiento que dimana de la analogía entre nuestra existencia y la de todo lo demás, puede trasladarse hasta el último y más profundo extremo de nuestra visión limitada de las cosas, y un buen ejemplo de ello es la concepción que generalmente se tiene respecto al individuo. Si trasladáramos el juicio que dedicamos al universo mientras lo observamos, al ámbito del individuo frente al colectivo, contemplaríamos de nuevo ese sentimiento en parte angustioso que recorre nuestro estómago y pecho, esa sensación de inferioridad respecto a la inmensidad que tenemos justo en frente de nosotros.
El individuo en oposición a la sociedad, la última frontera, el último muro que me separa a mí y a mi conciencia de pertenecer a la masa difusa que tan cerca vislumbro.
Siempre que sentimos esto, emerge de nuestro fuero interno la siguiente pregunta: Si todo a mi alrededor es tan gigantesco, ¿Qué soy yo? ¿Qué trascendencia puedo tener en un mundo tan increíblemente vasto?
Y es que nos empecinamos en establecer fronteras y limitaciones donde realmente, no las hay.
Alzamos nuestra mirada al cielo y exclamamos: ¡Cuánta grandeza! ¡Es infinito! Y ni siquiera nos persuadimos de que precisamente si somos capaces de percibirlo, es porque formamos parte de él, pues las magnitudes no importan cuando todo lo que conocemos acerca del universo es que éste se basa en interacciones, y toda interacción precisa de dos o varios elementos para darse, cosa que nos revela que somos uno de tantos elementos que son albergados por la totalidad.
Solemos dividirnos, medirnos, analizarnos, escindirnos del todo al que nos negamos a pertenecer, y sin embargo no podemos hacer nada por escapar de las garras de la totalidad. Creemos ser capaces de emanciparnos del mundo entero, y es precisamente por ello por lo que hablamos de vastedad, de inmensidad, de magnitudes enormes que no alcanzamos a comprender, sin embargo esto es absurdo, pues nosotros mismos pertenecemos a tales vastedades, nosotros somos esas inmensidades, las conformamos, y ellas, sin nosotros, jamás podrían ser las mismas.

Es paradójico que al observar las estrellas nos parezcan pequeños y nacarados puntos que irradian luz. Tal visión se asemeja a la idea de un espejo que nos refleja a nosotros mismos; individuos, unidades, pequeños seres en comparación con la masa humana que se hospeda en la tierra. ¿Pero es verdaderamente esto así? Por supuesto que no, pues ¿Qué serían las estrellas si nada fuera capaz de apreciar su luz? ¿Qué sería de los individuos si el colectivo no los reconociera como tal?
Es hora de persuadirnos de una vez de la relevancia que ostenta nuestra existencia, es hora de que tengamos en cuenta la importancia del ser, pues nada seríamos si no conformáramos el universo, y nada sería el universo si nosotros no lo conformáramos. No existen fronteras, dejemos de una vez de erigir muros invisibles, barreras ilusorias que nos hacen creer que somos extraños al mundo en el que vivimos.

No somos más que humanos, pero tampoco somos menos que estrellas. No somos más que sociedades, pero tampoco somos menos que individuos.

No somos nada sin universo. No somos nada
                                               sino universo.


sábado, 11 de julio de 2015

Fuero interno

Volviendo la cara
le mira, cansada,
y observa en sus ojos
un alma encerrada;

se durmió en su deseo,
se perdió en su anhelo,
y sin más que el frío suelo
permaneció largo tiempo,

vislumbrando un destello.

Lanzó una mirada.
La luz le embriagaba,
y sin más dilación,
se entregó al nuevo amor.

Luciérnagas nacaradas rodeaban su faz,
pareciera que al fin 
alcanzaba la paz,
mas un ruín ladronzuelo,
le esperaba al pasar, 
y con una red oscura
exhibió su bravura,
pues sin vacilación alguna,
atrapó aquellas luces,
a excepción de la luna.

Aquél hombre tan pobre
ni de luz ya dispone,
sólo mira los astros
que hace tiempo perecieron.

Oscuro campo de batallas,
oscura luz que se acaba,
oscuro mundo el que alberga
este hombre en sus entrañas.

lunes, 22 de junio de 2015

¿Es necesario creer?

Durante miles de años, la especie humana ha creado y ha tenido que convivir con una serie de creencias dogmáticas que, junto con otras herramientas de poder, han impedido de forma permanente cualquier tipo de libertad, desde la espiritual, hasta la meramente física. Pero con respecto a todas esas cadenas de carácter terrenal que han ido sucediéndose a lo largo de la historia y que, como ya he dicho, nos han anquilosado en el fondo de un pantano mugriento y maloliente, ya habrá cabida en otros artículos, pues en este en particular vengo a tratar de convenceros, o simplemente de informaros de cómo han encerrado nuestras mentes mediante las invenciones fantásticas más banales. Vengo aquí a hablaros de ese artificio tan eficaz al que generalmente conocemos como religión.
Sé que ya he dedicado otro artículo a este tema, pero siento la imperiosa necesidad de volver a él, ya que considero que debo ampliar la información de aquél, y enfocarme así en un punto muy importante para con la esencia misma de la religión. Sé además que en aquél artículo que escribí hace ya unos meses, dejé una nota que daba a entender que la próxima ocasión en la que hablara de algún tema relacionado con la religión, trataría el asunto de la existencia de Dios, pero como en buena medida todos los artículos que escribo, incluida su misma realización, se someten única y exclusivamente a la supervisión de mi juicio e interés particular, la única excusa que puedo ofreceros para justificar que este texto no trate del asunto prometido es básicamente que no me apetece escribirlo, y que actualmente me parece más oportuno tratar este tema en concreto. Por esto y sin más dilación, comenzaré a tratar el asunto de la forma más clara y ordenada posible, como creo haberos acostumbrado.

Es evidente que el género humano posee unas peculiaridades que lo distinguen de las demás especies animales, estas particularidades nos han permitido sobrevivir como especie, pues aun no poseyendo instintos definidos, o lo que es lo mismo, incluso siendo incapaces de concebir una forma concreta de adaptación al medio natural, hemos sido capaces de sobreponernos a cualquiera de las situaciones desfavorables que se nos han ido apareciendo al vivir en la naturaleza, ¿Pero cómo ha sido esto posible? ¿Cómo hemos sido capaces de sobrevivir en un entorno hostil si aparentemente nacíamos completamente indefensos? La respuesta es sencilla, nuestra naturaleza social junto a la evolución de nuestra inteligencia, factores que van de la mano, nos han dotado con la capacidad de erigir relaciones sociales de una complejidad inimaginable, y además nos han permitido crear y construir todo aquello que precisábamos para conservarnos. Podemos observar todo tipo de comportamientos en las demás especies animales, y éstos siempre se hallan ligados de forma inmutable a sus capacidades y condiciones biológicas, tanto fisonómicas como fisiológicas, es así como por ejemplo, jamás tendremos la ocasión de presenciar cómo una vaca depreda y devora a otro animal, pues tanto su comportamiento como su fisonomía se han conformado de manera que ambas son exacta y precisamente acordes entre sí, es decir, su cuerpo se ha desarrollado de tal manera que cualquier actividad que no sea la de alimentarse de vegetales y permanecer inmóvil o moverse lentamente, (pues ni su intestino soportaría la carne, ni sus patas soportarían esas carreras que requieran de la velocidad necesaria para depredar), le resultaría horriblemente complicada y dificultosa, por lo que sencillamente, no la realizaría. 
Pero precisamente esto es la oposición a lo que ocurre con los seres humanos, pues si bien nos hallamos condicionados por nuestra fisonomía y fisiología en el sentido biológico (como puede ser el no poder despojarnos del hambre sin comer, o de la sed sin beber), poco o nada importan tales condiciones en el mundo que, desde nuestra inteligencia, somos capaces de construir. La posición bípeda nos permite abarcar más perspectiva de visión además de proporcionarnos una de las más resistentes maneras de desplazamiento, sin embargo, nuestros esfuerzos dejan de focalizarse en utilizar esas herramientas (que hemos ido adquiriendo a lo largo del tiempo por medio de la evolución) en tanto a la satisfacción de nuestras necesidades, o lo que es lo mismo, en tanto a la obtención de alimento o la advertencia o ausencia de peligro (entre otro tipo de necesidades), en cuanto que esta misma satisfacción de las necesidades y su permanencia invariable es lo que comienza a constituir el principal factor que, junto a esa inteligencia compleja anteriormente mencionada, nos lleva a plantearnos los motivos por los cuales ocurren las cosas. Es decir, la estructura de nuestro cuerpo y su funcionamiento interno no son elementos que se reducen, como en el caso de los animales, a la satisfacción de las necesidades, sino que además, y añadiendo a ello el importantísimo factor que representa una inteligencia compleja, la costumbre a la satisfacción de tales necesidades nos lleva a la motivación de nuevos descubrimientos que no sólo nos serán útiles, sino que además nos servirán como recreo y jactancia, cosa que a su vez aportará mayor complejidad a la configuración de nuestro comportamiento, pues a partir de este momento nacerán nuevas, aunque no por ello menos importantes necesidades, cuya satisfacción derivará en una espiral interminable entre necesidad/satisfacción, que al fin y al cabo representa lo que conocemos como desarrollo. Y es este mundo que trasciende de las necesidades más próximas y naturales al que me refiero cuando incluyo en nuestra estructura biológica el elemento de la inteligencia, o como otros podrían denominarla, razón.

*Este proceso no ocurre solamente con la posición bípeda, también se dan otro tipo de factores como puede ser nuestro paso de herbívoros a omnívoros, cosa que, por un lado dio lugar a la necesidad del desarrollo de herramientas que sirvieran a nuestras novedosas pretensiones de caza, y por otro nos llevó a una serie de cambios en la estructura cerebral debidos a la incorporación de carne en nuestras dietas. Con esto quiero decir que al referirme concretamente a la posición bípeda, pretendía que tal concepto fuera concebido como un factor particular a partir del que apoyarme para referirme a todos los factores en general.

Habiendo dicho esto, cabe afirmar que es este mundo que dimana de nuestra inteligencia en el que, al menos en este escrito, debemos enfocar nuestra atención. Pues es precisamente de esta nueva situación en la que predominan las necesidades intelectuales, y no las básicas, de la que es posible que nazca la espiritualidad. (Abordando el tema, no como proceso en el que ya nos hallábamos constituidos como humanos, sino desde una perspectiva evolutiva, pues fueron tales circunstancias las que nos convirtieron en lo que somos desde hace 200.000 años). Esto implica que una de las características que pertenece a los elementos esencialmente humanos, es esa disposición permanente a relacionarnos, tanto con el medio natural como con el medio social y todo lo que éstos abarcan, mediante el simbolismo. Y es de este simbolismo del que, en tanto a la intención de hallar respuestas inteligentes, bebe toda clase de espiritualidad existida, existente y por existir. Es del desprendimiento de ese ser instintivo, y por tanto, meramente condicionado por las necesidades inmediatas naturales, del que nace la tendencia a la elaboración de preguntas a las que, sin estar capacitado para responder minuciosa y objetivamente (dentro de lo posible), dedica el humano todos sus esfuerzos. Hallando así una serie de respuestas que, si bien se alejan indudablemente de la realidad como tal, constituyen por un lado, un motor para ulteriores preguntas del que deriva el desarrollo del conocimiento humano, y por otro un acto de autocomplacencia que acaba por satisfacer nuestras necesidades intelectuales, cosa lógica, pues sólo planteamos aquellas preguntas que somos capaces de responder.

Pero ahora bien, en el interior de este mundo en el que hallamos esa cadena interminable de preguntas y respuestas, nació una jerarquía, una estructura por la cual existían ciertas respuestas y, por tanto, ciertas preguntas que acuciaban más que otras. Pero, ¿Bajo qué criterio se le otorgaba mayor relevancia a unas preguntas que a otras? Bajo el criterio del miedo. Es así como las preguntas que nos suscita la idea de la muerte, la idea del génesis de nuestro mundo, o mismamente la idea de Dios/es, eclipsan a preguntas referidas a los fenómenos naturales tales como la explicación de la lluvia o de los rayos que caen a causa de una tormenta. Es en este caso el miedo lo que nos lleva a intentar hallar respuestas apresuradas y desesperadas ante aquellos fenómenos que inevitablemente podemos padecer en cualquier momento y que además nos afectan de manera directa. Es por ello que en un momento aún indefinido de la historia, esa misma clase de respuesta apresurada y desesperada de un individuo, llevó a otros tantos a seguirlo sin que la razón ejerciera su labor crítica, y a aquél motor que llevaba a los hombres a imitar y profesar ciegamente la doctrina que otro había pensado y manifestado se le designó con el nombre de "fe". Es a partir de este momento cuando la jerarquización que antes competía únicamente al ámbito intelectual, acaba por traspasarse al mundo material. Pues bajo el influjo que el miedo infligía en los hombres, éstos se lanzaron con los brazos abiertos a nuevas doctrinas que, lejos de liberarlos de aquella incertidumbre temerosa nacida a partir de la carencia de respuestas ante las preguntas relevantes anteriormente mencionadas, los esclavizaron ofreciendo una respuesta que acababa con su curiosidad innata y con cualquier desarrollo intelectual individual, original y propio. Esta influencia que aliena por completo a mayorías, esta doctrina fundamentada en la fe y en la que solamente caben respuestas dogmáticas inmutables, es en última instancia el germen de lo que hoy conocemos como poder.
El primer gobernante de la civilización no instauró su poder basándose de ninguna manera en el poder temporal, es decir, en el poder de la fuerza, de la violencia, de la autoridad, el poder terrenal. Sino que cimentó su hegemonía en la idea de que él mismo era el mesías, el portador de un mensaje divino cuyo alcance se desprendía de nuestro capado entendimiento. Ante una idea de tal calibre, ante la visión de una metodología tan abrumadora, que tan inabarcable resulta para cualquier razón que la piense, la única opción que quedó a aquellos hombres fue la de postrarse y arrojarse a la más profunda ilusión de dependencia, docilidad y esclavitud en la que, si nos persuadimos, se asienta cualquier tipo de poder conocido y por conocer.
 De hecho, el poder contra el que actualmente nos vemos enfrentados reúne todas las cualidades respecto al descrito, lo que ocurre es que en los tiempos que corren las religiones no solamente se limitan a los Dioses y la moral, sino que además ahora veneran a las cosas. Ya no son precisas aquellas preguntas metafísicas, éstas dejaron de poseer su relevancia en cuanto apareció la ciencia y su manera de analizar los fenómenos, ahora las antiguas religiones sólo son vestigios de lo que un día fueron, y frente a ellas se han abierto paso otras cuyo poder es muchísimo mayor. Las personas ya no temen a un Dios furioso, un Dios que les castigará al infierno por impíos, un Dios que los condenará o los llevará a la más absoluta miseria y ruina, ahora las personas temen a Dioses materiales, ahora temen al dinero, temen quedarse sin sustento, temen no poder trabajar (cosa que prácticamente equivale a la oración), temen a la empresa y al empresario (el nuevo mesías), y ante esto ven en el Estado su única protección, el único organismo que hace concesiones cuando todo lo demás condena al castigo de vivir en la servidumbre. Las personas han dejado de tener fe en los Dioses divinos para tenerla en los nuevos Dioses pertenecientes al mundo de las finanzas.
Pero no podemos olvidar por ello que el Estado tuvo ese mismo lugar que a día de hoy ocupan las empresas. Antes de que el Estado se convirtiera en el "Estado de bienestar", ya había utilizado éste las herramientas coercitivas que ofrecen las religiones antiguas para la perpetuación de su propia hegemonía, aunque tras la aparición de las ideas liberales y con el nacimiento de esta nueva religión comenzó a perder drásticamente su fuerza. Cosa que puede observarse en la actualidad cuando vemos que el Estado ha acabado por representar una simple marioneta respecto a las grandes empresas multinacionales.

En definitiva, el origen del poder dimana de la idea de dependencia que se desprendió del miedo natural a lo desconocido, y es de él del que se originan las ideas religiosas, acabando por erigirse así la estructura jerárquica cimentada en la fe y el dogmatismo del que unos pocos se hacen responsables, dotándose a sí mismos de capacidades divinas que inducen a las masas a una ilusión de dependencia por la cual terminan siendo esclavos dóciles y sin capacidad de autodeterminación. Por ésto, a la pregunta "¿Es necesario creer?", respondo rotundamente que no. Solamente es necesario creer si lo único que rige tu vida es el miedo, ya sea a la muerte, a lo desconocido, o a seres superiores ilusorios. 

viernes, 29 de mayo de 2015

Heridas sanadoras.

Cómo sus brazos me arropan,
cómo se aparta y no envidia,
cómo su manto ataviado
con sencilla y pura vida,
me acogen, me dotan,
de enorme fuerza y valentía.

Su cara hace una mueca,
de su profunda alegría.
Él, ella, saben que un día
abandonaré esta esquina fría.

Obscuridad atrevida,
me arrojo a su mar maldito,
me entrego a la noche henchida
de vasta tierra baldía.

¡Muerte y dolor!
Que acaban con mi razón,
que me conducen al odio,
a sentirme un estorbo.

Aquella cuchilla ardiente
con infinito desdén
actúa como un desierto
que nubla mi corazón,
y no sin razón,
mis manos me atormentan,
y no sin razón,
me despedazan por dentro,
pues por más que lo intento,
por más que vivo el momento,
no hallo cobijo alguno
del que no salga sin heridas.

domingo, 17 de mayo de 2015

Nada.

"No esperes nada de mí. Que nadie espere nada de mí."

Ayer conocí el amor:
una flor de espinas huecas
una mueca de dolor.

Vivencié con gran pasión,
con indomable fervor,
la ternura y el sangrado,
del vacío corazón.

Ya no valen ornamentos,
ni delirios matutinos,
ni volcanes explosivos
que acababan por ardernos.

Ni visiones, ni dulzura,
ni locura, ni agonía,
ni lujuria, ni deseo,
sólo el profundo aleteo
de cientos de águilas ciegos,
de miles de perros sin amo,
de enormes bandadas sin canto,
de agónicas turbas sin nombre, 
de hermoso arte sin hombre,
de absurda muerte vivida,
de lisiados sin heridas,
de borrachos sin bebida,
y de vivos 
sin vida.


sábado, 25 de abril de 2015

Despiértame.

Despiértame,
y dime que todo 
ha sido un sueño.
Que con gran entusiasmo
yo prosigo mi vuelo.

Y que tú y tus alas,
danzan al viento.

Despiértame,
y dime si el tiempo
nos ha envejecido.
Si tu cara y mi cara
se han diluido.

Y que todos los males
acaban muriendo.
Como el sol y su ocaso,
que le lleva al destierro.

Despiértame,
y que yo y mis abrazos
desvanezcan el frío.
Y que versos hermosos
te sirvan de abrigo.

Y si no, te lo digo:
que muramos helados,
tras intentos funestos,
que nos lleven las larvas,
que nos mate el destino,
pero por favor te pido,
flor de alambre y espino,
que jamás seas tú
la que acabe conmigo.

lunes, 20 de abril de 2015

La condena a la subjetividad.

Un caminante vaga por un sendero, la noche en su inmensidad y colosal influencia se cierne sobre su cabeza. Sus pasos, débiles y laxos en comparación con la gigantesca superficie que los recibe, son realizados mecánicamente. Un viento frío se introduce en su chaqueta y pretende no marcharse. Los dedos del caminante se enrojecen y no parecen ser útiles, pues ni siquiera es capaz de moverlos.

Los dedos dejan de ser útiles cuando no pueden cumplir su función, y así es como ocurre con absolutamente todo, ¿No es así? Pero, ¿Qué es útil y qué no lo es? ¿No es acaso esta idea una manera antropocéntrica de visualizar el mundo, de percibir aquello que nos rodea?

Su rostro es una masa irregular y difusa. Negras y pobladas cejas, labios morados, ojos negros; llenos de sufrimiento y miseria, una calvicie ya muy avanzada, arrugas que arrancaban su juventud como los jornaleros dan muerte arrancando las raíces de infinidad de hortalizas. 

Nada en su camino era ya repentino, 
toda su conciencia encerrada
en su bota de vino.

Ninguna alegría podría hacerle atrevido.

Él siempre repite las mismas palabras ajadas:
El ser vivo se marcha por el lugar del que vino.

Díjole al viento: guíame, que no atino
a encontrar el término de este mi destino,
pero sintióse vencido 
pues la única respuesta
fue la de encontrar hastío.

No conseguirás sentencia 
díjole un sabio dormido,
y se reunió con la muerte
tras no poder sentir el frío.

El hombre aulló a la penumbra que alberga la noche, un destello seco le susurró al oído, era el viento, que ahora le brindaba cobijo, pues precisaba de contacto; algún tipo de fuerza extraña y externa que le sirviera de manto. Su aullido se volvió hacia él en forma de eco, aquél lugar era el abismo, un horizonte negro y blanco, un horizonte cuya magnitud y belleza dependían de una perspectiva concreta. Aquél hombre se echó a dormir en el suelo del lugar, hallaba paz en el áspero camino en el que ahora sus brazos se hundían, era actualmente su cuerpo lo único que le protegía, sus manos se tendieron, su cabeza se posó, y sus pensamientos fluyeron entre tanta nada.

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Humanos, en castellano, nos hacemos llamar. Creemos ser el centro de la vida y la verdad, nos jactamos en nuestra creencia del saber, nos regocijamos con cada clasificación, con cada análisis que realizamos en tanto a premisas inciertas, en tanto a certezas que nunca lo fueron. Veneramos una verdad que no existe, creamos dogmas sin dudar ni un segundo, creemos en una causalidad por inercia, la misma que nos hizo nacer. Y así cabalgamos hacia puntos, metas, destinos que antaño considerábamos inquebrantables e inhóspitos para con nuestro conocimiento. 
Es así como nos engañamos, es así como traemos la paz a un fuero interno en continua y desesperada confrontación angosta. Angosta porque se trata de individuos, de simples seres que, en su particularidad corrompida por la desidia y el absurdo de los otros, creen creer, saber, estar seguros y conocer verdades que trascienden de las meras y superfluas interpretaciones.

Yo, cansado de tantas necedades insulsas, os ofrezco una única verdad: que la verdad no existe. 

Podréis creerme o no, podéis despreciarme aplicándome el dudoso calificativo de contradictorio, pero no hay más que eso. 
Es preciso que me explique, por lo que me dispongo a hacerlo. La existencia, la vida misma, el ser, implica necesariamente una perspectiva, implica pertenecer a un punto determinado dentro de un todo. Existir, de este modo, implica posicionarse en un lugar determinado por una serie de factores que resultan incomprensibles para cualquier mente, pues, en ese sentido, cualquier mente no se enfoca en desentrañar tales factores misteriosos, tales estancias ininteligibles. Toda mente, desde la más simple hasta la más compleja, gira en torno a sí misma. Es por esto que, en el interior de tal metodología de pensamiento de la que ningún ser racional puede despojarse, nada que se se pueda alcanzar a vislumbrar siquiera es cierto de manera absoluta.
Esto ocurre, como ya he dicho, tanto en organismos simples como en complejos; el perro, por ejemplo, no percibe el mundo de la misma manera que lo puede llegar a hacer el gato, y si me pongo más concreto aún, los motivos por los cuales el perro y el gato derrochan carencia de simpatía el uno por el otro, tienen que ver, no porque se hallen destinados a hacerlo por causas superiores, sino porque entre otros muchos factores (quizá más importantes pero no me vienen ahora a la mente), el perro mueve la cola cuando se encuentra feliz, cosa que, con suerte, le ocurre muy a menudo, y el gato, desde su perspectiva particular, concibe tal movimiento como una amenaza, y es así como podemos hallar innumerables casos de enfrentamientos entre ambas especies cuando, por una causa u otra (mayormente por asuntos domésticos pertenecientes al ámbito humano), estas dos especies tienen que lidiar la una con la otra.

Una visión de un mundo implica necesariamente una construcción de un mundo, el humano, en su existencia, es incapaz de concebir "el mundo" (así lo llama), sin plantear pregunta alguna. Aparentemente da la impresión de que las preguntas que le emergen al humano son síntoma de mayor acercamiento a una verdad, y sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues hasta tales preguntas se hallan condicionadas de una manera o de otra por la estancia, la metodología, la comunidad, y hasta su autoconciencia. Por no hablar de que tales planteamientos reflexivos no son más que el efecto de una causa bien diferenciada y que, a su vez, a todos nos pone en común, la naturaleza terrenal. Esa madre que amamanta a cualesquiera que sean los seres que conocemos en la actualidad, y esa misma que curiosamente pretendemos hallar en otros mundos allá en el espacio exterior, intentando encontrar vida. Pues consideramos, en este apogeo positivista, que calificando y analizando ciertas condiciones somos capaces de hallar lo que solamente hemos hallado aquí. Y no digo que tal cosa no sea cierta, lo que digo es que tal cosa es una certeza humana, y por tanto, no una verdad absoluta.

Cuando se le niega a cualquier individuo que desconoce la filosofía la existencia de la verdad, éste se turba por completo y toma una posición defensiva. Y es que la negación de aquello que tan bien nos hace sentir nos suscita sentimientos de incomodidad y desasosiego al encontrarnos con un abismo henchido de preguntas que, en ese mismo instante, dialoga con nosotros trayendo consigo un mensaje muy claro y frustrante para cualquier ser que lance sus pesquisas hacia la aventura que representa la búsqueda de la verdad: ninguna de tus preguntas puede ser resuelta, pero te hallas condenado a buscar respuestas.
Y es así como volvemos a lo anteriormente dicho; todo son meras interpretaciones, y todas las interpretaciones precisan de la creación de una serie de preceptos cuyo objeto no sea otro más que el de ofrecer posibilidad de vivir, de ser, de existir. Es así como vives, es así como todos los seres vivimos, pues siendo de tal manera (y hallándonos condenados a ser de tal manera), nos facilitamos ese mundo, esa realidad, propia y común, que necesitamos para continuar y perpetuarnos, ese es el único objeto claro de la vida; la perpetuación. Y la subjetividad, esta percepción particular que, naturalmente, en humanos se halla condicionada por la comunidad, no es más que una forma de permanecer caminando por las sendas del ser.

Pongamos unos pocos ejemplos para lograr así una mayor claridad y precisión a la hora de mostrar y demostrar lo que aquí manifiesto.

Podemos afirmar que existimos, y también, podemos afirmar que el motivo por el cual existimos es que hemos nacido, y esto debe, de manera directa y axiomática, haber involucrado a la figura de dos progenitores, pues así es como la naturaleza funciona. Sin embargo, lo que en realidad estaríamos haciendo es describir lo que nosotros suponemos que ha de haber sido en tanto a una lógica anteriormente mencionada, la causalidad.
Habiendo sido concebidos por esta lógica, jamás somos ni seremos capaces de despojarnos de su influjo a la hora de responder aquellas preguntas que nos suscita lo que percibimos, y por tanto, al depender de un pensamiento condicionado por una lógica inherente al mismo, nos resultará imposible razonar una verdad cuya independencia le dote de un carácter absoluto, pues para ser pensada, precisa de una metodología concreta, y no emerge como tal. De hecho, pensar en que una verdad puede emerger de entre el fango, como si existiera una fuerza motora que la erigiese, sería pecar y caer en un idealismo burdo y barato.
También podemos afirmar que, al haber nacido y estar vivos, moriremos en algún momento de nuestra vida, pero, ¿No son esas elucubraciones que solamente se reducen a nuestro propio ser? ¿Son verdades absolutas o percepciones que única y exclusivamente nos competen a nosotros mismos, y no representan ninguna verdad más allá de lo que a nuestro raciocinio le parece trascendente? ¿No se someten, una vez más, a una lógica causal de la que nos resulta imposible despojarnos, y que demuestra de nuevo nuestra incapacidad para movernos más allá de tal metodología que nos dio la vida?

Por otra parte encontramos la idea de que el conocimiento nos dota de la capacidad para alcanzar tales verdades que, como ya he dicho, no existen.
Esta idea está obsoleta no porque no se deba construir más y nuevo conocimiento con motivo de continuar existiendo, creando y transmitiendo todas las experiencias con el objeto de que futuras generaciones no erren, sino porque el conocimiento, por más que se piense, jamás ha tenido como meta el alcanzar la verdad, de hecho, todo lo contrario. Pues en su búsqueda siempre ha profundizado por senderos oscuros y sombríos para arrojar luz, sin saber que tales senderos eran construidos por él mismo, y que además, la luz que arroja sobre ellos se refiere única y exclusivamente a él mismo, y no a la búsqueda de la verdad. El humano a escudriñado toda clase de teorías con el fin de responderse a sí mismo, y de tal manera, conseguir una satisfacción que a su vez ha sido colocada en tal lugar por la naturaleza terrenal. Como seres humanos somos dotados de una herramienta que genera herramientas, una forma de creación. Se nos dota de la capacidad de la que, hasta ahora, sólo se había responsabilizado la naturaleza terrenal, y ésta nos la ofrece de manera muy inteligente, pues si añadimos nuestra vanidad a ello, conseguimos desentrañar la esencia de todo el conocimiento humano hasta el momento. Y al no referirse este conocimiento a la totalidad, pues nos resulta completamente imposible tomar una perspectiva que abarque la totalidad, a menos que caigamos en el inverosímil mundo de la imaginación referida a nuestro anhelo de conservación vital, o lo que es lo mismo, la religión, jamás seremos capaces de desentrañar las verdades que no se refieran a otra cosa que no sea a nosotros mismos, y por tanto, que sirvan a nuestras propias necesidades de responder nuestras preguntas. Cierto es que podríamos afirmar que el conocimiento siempre se enfoca en la búsqueda de la verdad, pero deberíamos matizar que tal "verdad" no es más que una respuesta humana, un escalón fijo y fósil por el que poder continuar avanzando en la creación de nuestro propio camino en tanto a tal verdad preconcebida de la manera más ingenua posible.

Por otro lado, me veo en la obligación de tratar el tema del lenguaje para continuar defendiendo esta idea. Es bien reconocido por cualquiera que estudie mínimamente todos los procesos cerebrales referidos a nuestra inteligencia, que la base de todo nuestro aprendizaje, de la asimilación y la clasificación ordenada de todo lo que nos rodea, es posible sólo mediante el uso de conceptos, o lo que es lo mismo, del lenguaje. Por lo general, se piensa que el lenguaje no es más que una herramienta comunicativa, pero lejos de ser únicamente tal cosa, es además el fundamento de todo nuestro razonamiento. Pensamos mediante las palabras y no somos capaces de concebir absolutamente nada si carecemos de las mismas. Todos los razonamientos precisan de conceptos para referirse a las realidades que se quieren mostrar, y es esa en realidad la esencia de las palabras; la representación de realidades que percibimos, y la pretensión de unificar tales realidades con un lenguaje que se rige en tanto a normas sociales y que, así mismo, se configura de tal manera que seamos capaces de entendernos. El problema que nos plantea el lenguaje es que es en y por sí mismo un engaño, pues una palabra puede exclusivamente referirse a algo, pero jamás integrarse en ese algo. Es decir, un concepto puede reflejar una realidad percibida, sin embargo, sólo es posible un entendimiento si el receptor se ha sometido al aprendizaje de las diferentes reglamentaciones que dan lugar a la comprensión de tal concepto, e incluso de tal manera, la verdadera realidad de tal concepto jamás podrá ser concebida de la misma manera, pues percibimos y razonamos desde nuestro yo, incluyendo en este yo, toda una serie de experiencias y estructuras mentales completamente diferentes y que poco o nada tienen que ver con el concepto en sí, sino con la configuración cerebral, la cultura, la educación... Y toda una serie de factores que, en muchos de los casos, se desprenden de nuestra propia capacidad de análisis.
Por otro lado, un concepto puede referirse a un objeto, sin embargo es sabido que ningún objeto es único, y que incluso el hecho mismo de afirmar que tal objeto es solamente "uno", es una falsedad, pero sin entrar en tales profundidades, podemos afirmar que, por ejemplo, ninguna manzana es igual a otra, y por tanto, la palabra manzana jamás puede referirse a una misma y única realidad. Pero aún así, si pretendiéramos referirnos a una manzana inmutable y fija, el lenguaje no nos serviría en absoluto de ayuda, pues, como bien sabemos, ningún objeto es en sí mismo de manera invariable, puesto que todo se halla sometido al cambio que supone el tiempo, por tanto, el concepto de manzana podría referirse a una manzana concreta en un espacio y tiempo particulares, pero jamás a una sola idea de manzana, ya que cada uno concibe una por sí mismo. Debemos, por todo ello, afirmar que el lenguaje sólo es capaz de abarcar ideas comunes que, en ningún caso, se refieren a realidades siquiera verosímiles, y es por eso que, en una ilusoria búsqueda de la verdad, el lenguaje no serviría para nada más que para enjaular el conocimiento.
Si sois avispados, os habréis persuadido ya de que todo lo dicho implica que el lenguaje es la máxima expresión de esa necesidad de conservación llevada hasta los extremos más inimaginables, pues se tiene una fe ciega en que unos cuantos fonemas o unas cuantas letras en conjunto son capaces de referirse a realidades que, única y exclusivamente competen a nuestros sentidos y que, así mismo, éstos se hallan condicionados por la causalidad y la necesidad de relación entre pregunta/respuesta a la que todos debemos nuestro desarrollo cultural.

Y para terminar, me gustaría advertirles de que nada de lo que han leído aquí es verdad en modo alguno, pero que ello no sirva como desaliento, todo este texto no es más que un juego de palabras que intentan transmitir la única y contradictoria verdad que puede darse: que no hay verdad, que no hay nada y que nada hay.

jueves, 16 de abril de 2015

¿Sabe vivir?

El árbol que crece, ¿Sabe vivir?
Así mismo mece
sus hojas al son
de incansables melodías que el viento le suscita.

El alce y sus cuernos, ¿Sabe vivir?
Es su gran cornamenta
codiciada por los hombres
como ramas se levanta frente al cielo azul.

El caballo y su pelaje, ¿Sabe vivir?
Sus músculos superan
cualquier fuerza imaginable.
Con sus crines, cabalgando, corta el aire.

El tigre y sus fauces ¿Sabe vivir?
Y sus garras desgarraron,
y sus dientes afilados devoraron.
Con sus ojos de felino impide exhalar aliento.

¿Saben ellos vivir?
¿Viven vidas miserables
por no saber vivir?

El hombre y su mente ¿Sabe vivir?
En su astucia
la pregunta.
¡Cuántos años divagando sin saber vivir!

En su astucia
 la pregunta.
En su vida 
la verdad:
Unas olas que desgastan mientras fluyen sin parar.

Son sus pasos un gran paso,
mientras vive, caminando,
sin mirar más que el camino,
sin poder con su destino.

Condenado a su existencia,
a su profunda inteligencia.
Vagando entre cuestiones.

Sólo están en su cabeza.


sábado, 28 de marzo de 2015

"Lucha por lograr tus sueños." La teoría Orwelliana del liberalismo.

No alcanzo a reconocer cuántas habrán sido las veces que he leído una frase igual o similar a la del título de este artículo. Se han realizado películas y libros enteros entorno a esta misma idea, esa concepción de la vida como un camino repleto de metas que han de ser alcanzadas mediante el esfuerzo y el sacrificio.
Personalmente no voy a negar que la vida es en sí misma una lucha constante por existir, aunque esta idea compete a un artículo próximo, pero el problema se nos echa encima cuando nos preguntamos cuál es el enfoque que, por lo general, se suele aplicar a tal premisa.

Lucha por tus sueños, consigue tus objetivos, trabaja duro y alcanzarás el éxito, todas ellas son consignas muy motivadoras, y probablemente vosotros que me leéis estaréis de acuerdo con ellas. Incluso me atrevería a decir que os encontráis leyendo esto esperando un texto motivador, puesto que hoy no habéis tenido un buen día y os sentís fatigados o hundidos por ese mismo trabajo y sacrificio al que instan las mismas frases escritas ahí arriba. Sin embargo, lo siento por vosotros, pero nada de eso os vais a encontrar aquí, de hecho, todo lo contrario.

Cuando se tratan este tipo de ideas jamás se tiene en cuenta el entorno, la situación, y una infinidad de factores que influyen en ese "camino por lograr tus sueños". Vemos que siempre se tiende a idealizarlo absolutamente todo, tal y como podemos observar en: "trabaja duro y alcanzarás el éxito." Yo, al leer una frase así, me pregunto, ¿Qué es el éxito y por qué ha de conseguirse? Y por otro lado, también me pregunto, ¿Es cierto que si trabajo duro alcanzaré el éxito?
A la primera pregunta puede responderse sencillamente con lo siguiente. Como en la mayoría de los casos, el concepto de éxito ha sido distorsionado. El éxito es pensado por todos como la meta final, como el hecho mismo de alcanzar fama, dinero y una vida llena de aventuras superfluas. Pero nunca se nos dice que esa idea de éxito tiene que ver única y exclusivamente con la ideología neoliberal, y no con la vida humana como tal. Para el mundo que te observa y te juzga, ese es el éxito, y de hecho, lo es básicamente porque interesa que así sea. Interesa, como ya he escrito infinidad de veces, tanto para el desarrollo mismo del sistema, como para su continua perpetuación.

Ganar, tener éxito, no siempre es bueno, pues se puede tener éxito en las cosas y permanecer vacío en espíritu, de hecho, esto suele suceder y estar apoyado precisamente por el mundo en general. Cuando vemos uno de esos individuos totalmente carentes de luces luciendo su torso desnudo en la televisión mientras grita cuatro necedades mal pronunciadas, nos damos cuenta de que la idea de éxito se halla tergiversada de una manera brutal, puesto que en estos momentos no es aquél que mejora la vida de los demás y la de sí mismo el que debe ser dichoso (a juicio de la mayoría), y por tanto, tener éxito. O por otro lado, no es aquél que lucha en pos de un ideal de justicia, o el que protege y defiende los derechos de cualquier ser que no pueda hacerlo por sí mismo el que consigue el éxito.
El éxito depende única y exclusivamente del dinero que se posea, más concretamente, del dinero que se disponga para aparentar tenerlo.
Es por ello que la idea de éxito es absurda en nuestros días, pero muy valiosa para el adoctrinamiento. He podido ver unos cuantos vídeos motivacionales que pretenden hacerte pensar que eres único y que con trabajo duro puedes conseguir el éxito, pero como ya he dicho, el problema no reside en la motivación en sí, sino en que se asume el concepto de éxito de una manera que casualmente (obviamente, no es casual) concuerda con eso mismo que pretenden hacerte creer los capitalistas neoliberales.
Esos tipos carentes de luces de los que hablo aparecen en todas partes como si fueran figuras que han de seguirse, y sin embargo, su éxito depende única y exclusivamente de la concepción que se le dé al mismo concepto, es por esto que hago tanto hincapié en la definición de éxito, pues si ésta es una meta, un objetivo que ha de seguirse en la vida, va a influir de manera determinante en la misma.

El sistema capitalista se ha erigido de manera muy inteligente para con los intereses de los poderosos. Se me va a permitir hablar aquí de aquello que sucedió, a mi parecer, en la proliferación y progresiva asimilación de las ideas liberales en Europa, cuyo origen reside en la Revolución Francesa. Y para ello voy a apoyarme en la descripción que hacía Orwell en una meta-obra perteneciente a su novela 1984. Veréis, Orwell habla, en cierto modo distanciándose de la idea marxista de dos clases bien diferenciadas (al menos en el Antiguo Régimen), de tres clases a las que denomina Altos, Medios y Bajos. Los altos representarían aquellas personas "de sangre azul" cuyo poder toma partida en la herencia de sangre; todas las familias nobles de condes, duques, realeza... Cuya denominación podría resumirse con el concepto de "títulos nobiliarios". Tras estos se posicionaban en tal jerarquía los medios, que no eran más que personas que habían dedicado sus vidas al acaparamiento de la riqueza y cuyo poder no era real, aunque sí su influencia. Estos son aquellos a los que denominamos burgueses (cabe decir que los burgueses financiaron proyectos, normalmente bélicos, de los denominados Altos).
Pero antes de continuar con los bajos, o lo que es lo mismo, la gran mayoría, es preciso explicar por qué aquellos a los que a partir de ahora citaremos como burgueses, a pesar de su gran influencia ya mencionada, no poseían poder alguno. Esto ocurre por una sencilla razón, aquello que determinaba el poder, la metodología establecida para diferenciar quiénes eran los poderosos y quiénes no, no se hallaba, ni en la capacidad de acaparamiento, ni en la capacidad de producción, sino en el nacimiento en una u otra familia, cosa que, naturalmente, observamos con desprecio en nuestros días.
Por último encontramos a los bajos, esos individuos desdichados que han sufrido una y otra vez el sometimiento que supone el yugo de los dos anteriores, esos que, habiendo sido el sustento, el seno que amamanta a la humanidad, han sido sometidos y oprimidos durante toda la historia. Esos que han perpetrado las guerras de los poderosos sin saber por qué. Esos que, sin saberlo, han sido adoctrinados en las más burdas doctrinas nacionalistas, patrióticas, mercantilistas, religiosas y estatistas sin conocer siquiera su significado y su objeto ( a pesar de que éstas se constituyeran como eficaces herramientas para la perpetuación y la existencia de tal sometimiento). Esos mismos que, habiendo sido educados de la misma manera ya explicada, conciben ese mundo en el que han vivido, viven y desgraciadamente, vivirán, como el que ha de ser.
Esos que jamás aparecen en la historia, pues su insignificancia inmerecida no se topaba nunca con intelectual alguno, impidiendo así cualquier tipo de reconocimiento por sus grandes hazañas... Y, en síntesis, esos a los que probablemente tú, soñador inadvertido, perteneces sin saberlo.

Bien, pero el meollo del asunto lo encontramos en esa metodología ya mencionada, pues es en ella donde encontramos lo que ha determinado el futuro que le esperaba a la sociedad occidental, y por tanto, al mundo entero. Vemos que en el Antiguo Régimen el poder era única y exclusivamente reconocido a quienes formaban parte de familias con títulos nobiliarios, pero ello, con la Revolución Francesa, cambia por completo.
Al leer esto quizás penséis, ¿Qué es lo que está intentando decir? Lo que intento decir es que lo que se precisó para llegar al actual capitalismo, además de la Revolución Industrial, factor sin duda determinante, fue un cambio de pensamiento: el liberalismo.

Lo explicaré siguiendo la descripción Orwelliana: Los medios se pusieron de acuerdo con los bajos para derrocar a los altos, pero los medios no les contaron a los bajos que ellos permanecerían en su lugar, y que los medios se alzarían por encima de los dichosos altos, pasando éstos últimos, a formar parte de los medios.
Los medios pensaron, ¿Qué es lo que nos impide alcanzar el poder? El hecho mismo de que el sistema sólo otorga el poder por herencia de sangre, y no por acumulación de riquezas, o lo que es lo mismo, de capital. Por tanto, si acabamos con un sistema y les prometemos a los bajos unas libertades más amplias y un mejor nivel de vida, podremos derrocar a los altos y colocarnos nosotros en el poder. Y así fue. Pero naturalmente, al alzarse los Medios en el poder, convirtiéndose así en Altos, mostraron todo tipo de reticencias a la hora de otorgarle a los Bajos las ansiadas y merecidas libertades prometidas, de hecho, algo que me respalda en todo esto que aquí manifiesto es que, tras el alzamiento de la burguesía y la aparición de la Revolución Industrial, fueron los bajos quienes por primera vez tuvieron que luchar contra la misma burguesía que tanto les había prometido para aflojar al menos las nuevas y relucientes cadenas que ellos les habían impuesto. He aquí el nacimiento del liberalismo junto con el Gran Capitalismo que ahora se venera ciegamente.

Si escribo todo esto es precisamente porque lo considero muy importante para explicar qué es lo que ocurre en la actualidad con todas esas obras que nacen a partir de esta metodología. Yo no estoy aquí para desmentir cualquier proposición idealista que rece aquello de que todo es posible, estoy aquí para hacerte ver que tales afirmaciones tienen un fin concreto basado en intereses que poco o nada se encuentran ahí para hacerte sentir mejor, sino para explotarte. En la frase "Todo es posible si te lo propones y trabajas duro." no aparece, por ejemplo, que la palabra "todo", se refiere a objetos, trabajos, metas, que naturalmente se vinculan al éxito, y que de la misma manera se relacionan a un modo de vida determinado. Tampoco aparece la ausencia de oportunidades que encuentra buena parte del mundo por ser necesaria su pobreza para la riqueza de minorías en "si te lo propones". Y en ninguna parte aparece que "trabajar duro" significa someterte a un patrón para darle de comer durante toda tu vida.
Me gustaría que uno de estos individuos que tanto alzan la voz para pronunciar estas consignas viajara a cualquier lugar en el que la miseria y la pobreza fueran desgracias cotidianas (desgracias, no olvidemos, consecuencias directas del capitalismo), para decirle a un niño desnutrido y agonizante que todo es posible y que trabaje duro para conseguir sus sueños, cuando en realidad sus sueños se reducen a introducir en su deshecho organismo un mísero mendrugo de pan.
Es por ello que repudio cualquier tipo de obra motivacional de este estilo, pues cumple religiosamente con todos los preceptos que precisa el capitalismo y el liberalismo para su perpetuación y existencia.

martes, 24 de febrero de 2015

Ley y castigo.

Condenados, esa es la palabra, nos hallamos condenados a repetir una y otra vez los errores de un pretérito y de un presente que acude a nosotros pretendiendo explicar el porqué de nuestras acciones.
Creemos creer, cuando en realidad sólo vivimos, y nada nos importa más que la coacción y el maltrato, propios de toda relación de poder.
Nos anulamos a nosotros y destruimos a los otros porque eso es lo que consideramos, y de la misma forma, castigamos y elaboramos consecuencias y reglas sustentadas en una moral de dudosa y pedregosa procedencia, creyendo, una vez más, que es así como ha de funcionar el mundo; las relaciones humanas. He dejado ya de tener conciencia del número de veces que he repetido nuestra absurda y generalizada apreciación de las cosas, pero a veces me resulta tan injusta y repulsiva que me es imposible no callar, cayendo así en una inevitable redundancia.

Tras haber divagado en unas cuantas líneas, me gustaría aportaros a vosotros, mis lectores, la idea de justicia tratada desde la interpretación general y absurda de la que hablo, citando para ello al filósofo Friedrich Nietzsche.

Cuando Nietzsche habla de los temas relacionados con las interacciones humanas, describe una realidad que él mismo percibe desde una vista muy alejada de la misma, siendo capaz así de analizar más profunda y objetivamente su funcionamiento, aunque peca de no pretender explicar el porqué de los mismos (de los temas relacionados con las interacciones humanas), pues sólo se limita a describirlos como tal, utilizando para ello una especie de metáfora en la que coloca a todos los individuos que conforman una sociedad y sus correspondientes interrelaciones, en un mismo nivel, otorgándoles a cada uno un cargo de poder cuya principal característica es la equivalencia absoluta. Obviamente, tal equivalencia no existe, puesto que la totalidad de los sistemas sucedidos en toda la historia se han dedicado, o bien a generar diferencias y desigualdad, o bien a extender aún más una desigualdad ya existente por un sistema precedente, he ahí una de las principales causas de injusticia y arrebatamiento de la libertad de toda nuestra historia. Aunque ciertamente parece darse en la actualidad algo similiar a eso mismo que trata el filósofo mencionado (sin contar, obviamente, con los territorios sepultados en la más repugnante pobreza económica, que naturalmente, invita a la decadencia en las ideas de aquellos que la sufren), y como además, hemos decidido citar al señor Nietzsche y a su perspectiva (lógicamente burguesa), vamos a proceder a explicar esa equivalencia de poderes de la que habla.

Imaginemos que todos los individuos de una sociedad son colocados en una balanza con tantos brazos como individuos existen, esta balanza posee un mecanismo por el cual, si uno de los brazos no soporta el mismo peso que los demás, toda ella se desequilibrará, generando así una indeseada desigualdad.
Bien, además de ese mecanismo, cabe decir que la balanza no mide el peso en masa, sino el peso del poder de cada individuo, por tanto, nada tiene que ver en este asunto la masa corporal, sino el poder que ostenta cada uno. A partir de este momento y conociendo la natural irregularidad de las sociedades humanas que se sustentan en el poder, ya haya sido repartido o no, es de una lógica aplastante lo que ocurrirá a continuación; alguien se excederá en el uso de su poder. Pero, ¿Cómo es posible? Dicen unos. ¡Qué mala persona! Dicen otros.

Lo que personalmente puedo decir al respecto es que no hay nada más natural que eso, pues cuando ofreces un arma a alguien, ese alguien se convertirá en un arma. Creedme, prácticamente todos nosotros somos capaces físicamente de acabar con la vida de otro con nuestras propias manos, lo único que necesitamos para hacerlo es una buena estrategia, y sin embargo, no lo hacemos. ¿Entendéis la analogía? Sigamos.

En esa sociedad en la que todo individuo se encuentra encima de su brazo de la balanza correspondiente, se considera un acto de traición, un crimen, el hecho de excederse, lo que implica que una de las personas que conforman tal sociedad ha colocado mayor peso del que debería, por lo que toda la sociedad pretenderá restaurar tal infracción. Esta restauración puede hacerse de dos maneras, la primera tiene que ver con las sociedades más arcaicas, y la segunda con las más contemporáneas.

En la primera, la sociedad castigaba al criminal usurpando su poder y repartiéndoselo entre cada uno, lo que dejaba al criminal indefenso. Es así como se producían los casos de ahorcamientos, torturas, vejaciones, maltratos, y toda una serie de maldades inhumanas, propias paradójicamente, de personas con las mismas características criminales contra las que, supuestamente, se pretendía acabar.

Por otro lado, en el segundo caso lo que se elabora es un castigo que suprima el poder usurpado por el criminal mediante el encarcelamiento o la obligación de pagar con capital (lo más importante en el mundo actual). Para que de esa forma el criminal no sólo se vea apartado de la sociedad, sino que además se verá privado de su libertad durante una cantidad de tiempo que depende de la gravedad del crimen cometido.

El problema es que en ambos casos lo que se pretende es el restablecimiento de algo que no debería existir, y que se asume sin rechistar (de hecho, es la causa verdadera de los actos criminales); la existencia misma del poder y su aplicación en las relaciones humanas. Las personas nacen encima de su correspondiente brazo de la balanza, y nunca son preguntadas o siquiera informadas de la existencia de tal cosa, por lo que se ven abogadas a tomar esa metodología de "crimen y castigo" de manera impuesta, obligada. Tal proceso solamente se limita a juzgar casos criminales de forma sistemática, y esto ocurre tanto en su máximo exponente: la institución judicial, como en su más llano, pero a la vez profundo, ejemplo, como puede ser la idea de justicia de cada individuo (perteneciente al ámbito moral general).

Habiendo llegado hasta este punto, supongo que os habréis persuadido de algo evidente, y es que la existencia misma del castigo nace como una respuesta a un problema, y no como una solución al mismo problema, es el castigo junto con las leyes que lo regulan (manifestando lo que ha de hacerse en caso de infringirse), una de las mayores necedades de nuestro mundo, puesto que su trascendencia en la sociedad depende de un problema mucho mayor y más arraigado en el pensamiento ordinario de todos los pueblos, (como bien he dicho antes: la existencia del poder). El castigo no pregunta ni soluciona, el castigo aparta y reduce a cenizas o daña al tratado como criminal dependiendo de lo severo que éste sea, evitando así la verdadera responsabilidad en tanto al porqué de los actos de tal criminal, y cómo evitarlos.

Tanto las leyes como los castigos son parches, y no soluciones a los problemas. Las leyes no se dedican a solucionar, sino a camuflar los naturales abusos que surgen como consecuencia del mismo poder al que sirven dócilmente.

*Probablemente escriba otros tantos artículos con la misma temática, pero como no es algo seguro, prefiero ser prudente y no tratar este artículo como una serie de la que se originen otros tantos.

lunes, 26 de enero de 2015

¿Qué es la utopía?

Introducción.

Se reservan los buenos sentimientos, los buenos actos, los buenos pensamientos, las buenas ideas, y lo bueno en general, para lo que no tiene que ver con la realidad, sino con lo fantasioso. Se reserva todo ello para el arte, lo espiritual, lo metafísico, y mientras, se arguye violentamente contra aquél que pretende hacerlo realidad.
Vives en un mundo de miseria, desigualdad, esclavitud, injusticia, muerte, crueldad, vileza, especulación, interés cuya meta es la superioridad de uno mismo, egoísmo, egolatría, individualismo extremo, obediencia ciega, guerras y confrontaciones llevadas al extremo mediante las armas más destructivas, racismo, xenofobia, machismo, trivialidad, ignorancia imbuida, dudas impuestas y aprehendidas, sentidos y direcciones impuestas, autoridad sin fundamentos y obligaciones que obedecen a los intereses cuyo enfoque se refiere a la jactancia y gozo de unos cuantos psicópatas. Y aún así me ves capaz de concebir un mundo mejor. Y tú, me miras a los ojos, incrédulo, y tienes la osadía de decirme que una mejora de este mundo implica realizar lo imposible, traer el paraíso a la tierra, abogando por una estúpida fe en nuestra incapacidad innata de hacerlo. Tú, que me escuchas y crees conocer la libertad y la independencia, que crees no creer, que crees no tener fe, tú, que con toda la amalgama de imposiciones adquiridas, vienes a mí a decirme que soy utópico, que lo que busco es imposible.
Tú, que aceptas lo inaceptable, que te resignas ante la injusticia más cruel, que concibes el mundo como lo que ha de ser mientras confundes ese peso que alberga tu interior con el estrés propio de la fatiga tras tu jornada de trabajo. Tú, que caminas en el borde de un abismo al que serás despojado el día que dudes, que vives confinado entre cuatro paredes que adoras y besas todas las noches creyendo hallar protección en su firmeza. Tú, que practicas el egoísmo y sus derivados, que utilizas ese tono quejumbroso contra aquello que amenaza a tu ser mientras callas, temeroso, cuando es el de tu lado el que sufre.
Tú, me hablas a mí, me analizas, utilizas todos tus sentidos para ver, para sentir, para ser capaz de imaginar siquiera el principio, el seno mismo de las alturas de mis pensamientos. Y sin saber por qué, sin tener motivos para rechazarme, convencido de que un incesante temor acudirá y turbará tu mente si me crees, giras la cabeza, te escondes de la luz que se cierne sobre tu figura, te vendas los ojos, te amordazas, te atas y te matas si eso impidiera conocer la verdad, la utopía.
Naciste utópico, naciste de la fantasía de dos cuerpos que se unieron con un fin, pero ese fin no coincidía con el motivo:
una idea,
el amor,
un sentimiento de fulgor,
una traba es el motivo,
tú naciste redentor.

Qué fantasías más bellas, afirma el incrédulo. Qué mundo más maravilloso, pero así no es como funciona, la vida es esto, este es nuestro mundo, esto es la sociedad, esto es la política, esto es la economía, esto son los ideales, estos son los caminos, síguelos o no los sigas, eres libre de hacerlo, pero siempre hay una condición: Si te quedas estancado,
si no quieres caminar,
morirás abandonado,
dejado y desalentado,
tus manos no servirán,
a la causa del patrón,
tu vida no será,
propiedad del propietario (por derecho de este mundo, por divina elección)
ahora bien,
señor proletario,
sepa usted bien lo siguiente:
si no encuentra un trabajo,
si no percibe un salario,
olvídese de sus días,
olvídese de sus noches,
olvídese de la vida,
confínese en su barrio,
muera usted de enfermedad,
muera usted de todo mal,
pues no sirve para nada
no parar de dar patadas.

Sepa usted, mi buen señor,
que sus manos son por uso
estupendas herramientas,
que no hay tonto más obtuso
que aquél que por no venderlas,
ya sea para labrar las tierras,
o para dejar de verlas,
-nunca para tirar piedras-
deja en la miseria eterna
a aquél que por necesidad
ya jamás se alimenta.

Y bien sepa, señorito,
que todos sus bienes le quito,
que sirva como escarmiento
haragán, perro maldito.

¿Qué es la utopía?

Por mi condición de despierto, anarquista, contrario a la lógica que actúa como motor del mundo actual, desarraigado de toda valoración, de todo efecto existente como causa al sistema impositivo en el que nos vemos obligados a existir, o mejor dicho, a subsistir, me he visto en la obligación de luchar con todos, hasta conmigo mismo, pues el adoctrinamiento anti-revolucionario al que se nos somete, cuyos motivos enfocan su vehemencia hacia el objeto de su misma perpetuación, brota y crece, construyendo raíces muy difíciles de eliminar. Esta metodología propia de la decadencia y la ruina que nos espera al término de la misma es, sin lugar a dudas, la gran responsable con respecto a la aceptación y el conformismo generalizado del que aparentemente no podemos despojarnos, tanto es así, que ni siquiera el conocimiento de la verdad de este absurdo mundo trae consigo las subsiguientes reflexiones acerca de cómo cambiarlo de alguna manera, pues aquél ciego que trae consigo una venda bien apretada en sus ojos, a pesar de desatar sus nudos y tirarla al suelo con desprecio, se ve atraído por una fuerza cuya magnitud, en muchos casos, es más fuerte que su propia voluntad, a taparse los ojos con sus manos si es preciso, pues no quiere, no necesita, no le satisface, vislumbrar siquiera una pequeña fracción de realidad.
Es por esto que la concepción de lo utópico, lo que a simple vista no puede alcanzarse, es concebido de una manera completamente errónea. En general, se suele cometer un error que a priori parece bien argumentado pero que, lejos de la realidad, se somete a la misma lógica que hace posibles todas estas desigualdades que acucian al mundo en el que vivimos, tanto históricamente, como en la actualidad. Es por ello que se suele caer en el más profundo y a la vez más simple error de considerar las consecuencias de un mundo que promueve la desigualdad, dado que sobre él se erige una estructura cuyas herramientas sirven para la misma, como verdades inherentes al propio ser humano, o lo que es lo mismo, pertenecientes a su naturaleza.

Explicado de esta manera quizás resulta más inteligible. Para aceptar punto por punto las características y la metodología del sistema capitalista y todos los sistemas que le preceden, es necesario a su vez afirmar rotundamente que el ser humano como tal, es malvado, egoísta, cruel, vil, etc de forma inmanente. Para aceptar por completo la desigualdad, es necesaria la consideración de que ésta debe, por una fuerza inmutable de nuestra naturaleza, existir. Cosa que no se encuentra probada y que puede ser criticada muy fácilmente, pues si bien a lo largo de la historia hemos conformado sociedades en las que su estructura podría resumirse en la confrontación de los intereses de los opresores y los de los oprimidos, éstos últimos siempre han encontrado todo tipo de trabas o de imposiciones arraigadas en lo más profundo de su ser de que no debían ser ellos los libres, los que decidieran por sí mismos, sino que, por alguna razón oculta, ya se encuentre en libros divinos, en herencias de sangre, o en riquezas supuestamente legítimas entre otros casos, tenían la obligación de servir a sus respectivos amos en cada momento de la historia. ¿Qué significa esto? Que los que han movido la historia sin conciencia alguna han sido los oprimidos, pues su gran cantidad así lo ha permitido, pero los que han sido verdaderamente artífices de tales movimientos, los que han encabezado y dirigido esa fuerza motora de la mayoría absoluta, no han sido otros que los opresores, y por tanto, esto mismo destruye toda teoría que se fundamente sobre lo anteriormente descrito, ya que los hombres nunca han sido dueños de sí mismos y siempre han obedecido y dependido completamente de las órdenes de tiranos psicópatas, dos conceptos prácticamente redundantes.

Es por ello que el concepto de utopía depende indudablemente del punto desde el que se mire; si aceptamos la historia en la que los hombres jamás han sido libres, y por tanto, jamás han podido progresar en tanto a su naturaleza y voluntad proveniente del seno de sí mismos, podríamos afirmar de manera bien contundente que la pretensión de un cambio que conlleve al menos un acercamiento a la anhelada igualdad, es básicamente utópica, pero si concebimos la historia como el desviamiento de nuestra propia naturaleza en tanto a los intereses de unas minorías psicópatas cuyas acciones se han puesto en marcha mediante las herramientas propias del poder (Gobierno, autoridad, religión, violencia, fuerzas militares...) llegaríamos a la conclusión de que todo cambio es posible, y que la utopía no es más que el concepto utilizado por los conformistas o los que albergan intereses en un sistema desigual para desalentar a las masas inconformistas. De hecho, cabe decir que la única afirmación, la única convicción posible que da lugar a una reflexión en la que se acepte un sistema desigual, debe basarse en que nuestra naturaleza es desigual en sí misma, mientras que sólo es preciso afirmar que el ser humano se desarrolla directamente en tanto a su educación, lo que implicaría la ausencia de una tendencia real, o que éste tiende a la bondad (teoría a la que yo me adscribo) para dejar en evidencia cualquier defensa a todos los sistemas llevados a cabo hasta la actualidad.

Además de todo lo dicho, cabe destacar cuál es la dirección que, a pesar de hallarse sometido, toma el ser humano durante toda su historia. ¿No es acaso la progresiva liberación de sí mismo lo que está sucediendo de continuo? Tal y como podría decirse desde el materialismo histórico, la historia toma su motor en una lucha de clases en la que los opresores y los oprimidos luchan por intereses contrarios, pero pese a que aparentemente los opresores son los triunfadores, cierto es que, a pesar de todos los intentos por establecer nuevas doctrinas que cumplen con los intereses de diversas minorías de manera continua, avanzamos hacia una libertad cada vez mayor, aunque en esta dirección podemos encontrar un problema del que quizás aún no nos habíamos persuadido, y es que hemos avanzado hacia la mayor cota de libertad que el sistema dominador puede ofrecer, y por tanto, toda pretensión de libertad que se encuentre dentro del propio espectro que el sistema es capaz de soportar, será sofocada de inmediato, por lo que es precisa una Revolución que no se atenga a tal espectro, ¿Y qué es lo que no se sustenta sobre las bases del sistema? el anarquismo.

Cabría rescatar una cita de Eduardo Galeano acerca de este concepto tan bello como es la utopía: "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar."
No se nos ha de olvidar que el significado correcto del concepto nos ofrece una visión de progreso, una meta cuya imposibilidad depende del camino, y no de la perspectiva con la que se mire; el horizonte puede verse a lo lejos, y a pesar de que llegue al punto que veía desde el camino que precede mis pasos, no veré sino más horizonte allá a lo lejos. El horizonte, ese abismo infranqueable e inhóspito parece insondable a lo lejos, y nunca dejará de parecerlo, pues cuando llegue al complicado lugar que había previsto y alce la vista de nuevo, una vez más, seguiré vislumbrando el horizonte.