sábado, 25 de abril de 2015

Despiértame.

Despiértame,
y dime que todo 
ha sido un sueño.
Que con gran entusiasmo
yo prosigo mi vuelo.

Y que tú y tus alas,
danzan al viento.

Despiértame,
y dime si el tiempo
nos ha envejecido.
Si tu cara y mi cara
se han diluido.

Y que todos los males
acaban muriendo.
Como el sol y su ocaso,
que le lleva al destierro.

Despiértame,
y que yo y mis abrazos
desvanezcan el frío.
Y que versos hermosos
te sirvan de abrigo.

Y si no, te lo digo:
que muramos helados,
tras intentos funestos,
que nos lleven las larvas,
que nos mate el destino,
pero por favor te pido,
flor de alambre y espino,
que jamás seas tú
la que acabe conmigo.

lunes, 20 de abril de 2015

La condena a la subjetividad.

Un caminante vaga por un sendero, la noche en su inmensidad y colosal influencia se cierne sobre su cabeza. Sus pasos, débiles y laxos en comparación con la gigantesca superficie que los recibe, son realizados mecánicamente. Un viento frío se introduce en su chaqueta y pretende no marcharse. Los dedos del caminante se enrojecen y no parecen ser útiles, pues ni siquiera es capaz de moverlos.

Los dedos dejan de ser útiles cuando no pueden cumplir su función, y así es como ocurre con absolutamente todo, ¿No es así? Pero, ¿Qué es útil y qué no lo es? ¿No es acaso esta idea una manera antropocéntrica de visualizar el mundo, de percibir aquello que nos rodea?

Su rostro es una masa irregular y difusa. Negras y pobladas cejas, labios morados, ojos negros; llenos de sufrimiento y miseria, una calvicie ya muy avanzada, arrugas que arrancaban su juventud como los jornaleros dan muerte arrancando las raíces de infinidad de hortalizas. 

Nada en su camino era ya repentino, 
toda su conciencia encerrada
en su bota de vino.

Ninguna alegría podría hacerle atrevido.

Él siempre repite las mismas palabras ajadas:
El ser vivo se marcha por el lugar del que vino.

Díjole al viento: guíame, que no atino
a encontrar el término de este mi destino,
pero sintióse vencido 
pues la única respuesta
fue la de encontrar hastío.

No conseguirás sentencia 
díjole un sabio dormido,
y se reunió con la muerte
tras no poder sentir el frío.

El hombre aulló a la penumbra que alberga la noche, un destello seco le susurró al oído, era el viento, que ahora le brindaba cobijo, pues precisaba de contacto; algún tipo de fuerza extraña y externa que le sirviera de manto. Su aullido se volvió hacia él en forma de eco, aquél lugar era el abismo, un horizonte negro y blanco, un horizonte cuya magnitud y belleza dependían de una perspectiva concreta. Aquél hombre se echó a dormir en el suelo del lugar, hallaba paz en el áspero camino en el que ahora sus brazos se hundían, era actualmente su cuerpo lo único que le protegía, sus manos se tendieron, su cabeza se posó, y sus pensamientos fluyeron entre tanta nada.

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Humanos, en castellano, nos hacemos llamar. Creemos ser el centro de la vida y la verdad, nos jactamos en nuestra creencia del saber, nos regocijamos con cada clasificación, con cada análisis que realizamos en tanto a premisas inciertas, en tanto a certezas que nunca lo fueron. Veneramos una verdad que no existe, creamos dogmas sin dudar ni un segundo, creemos en una causalidad por inercia, la misma que nos hizo nacer. Y así cabalgamos hacia puntos, metas, destinos que antaño considerábamos inquebrantables e inhóspitos para con nuestro conocimiento. 
Es así como nos engañamos, es así como traemos la paz a un fuero interno en continua y desesperada confrontación angosta. Angosta porque se trata de individuos, de simples seres que, en su particularidad corrompida por la desidia y el absurdo de los otros, creen creer, saber, estar seguros y conocer verdades que trascienden de las meras y superfluas interpretaciones.

Yo, cansado de tantas necedades insulsas, os ofrezco una única verdad: que la verdad no existe. 

Podréis creerme o no, podéis despreciarme aplicándome el dudoso calificativo de contradictorio, pero no hay más que eso. 
Es preciso que me explique, por lo que me dispongo a hacerlo. La existencia, la vida misma, el ser, implica necesariamente una perspectiva, implica pertenecer a un punto determinado dentro de un todo. Existir, de este modo, implica posicionarse en un lugar determinado por una serie de factores que resultan incomprensibles para cualquier mente, pues, en ese sentido, cualquier mente no se enfoca en desentrañar tales factores misteriosos, tales estancias ininteligibles. Toda mente, desde la más simple hasta la más compleja, gira en torno a sí misma. Es por esto que, en el interior de tal metodología de pensamiento de la que ningún ser racional puede despojarse, nada que se se pueda alcanzar a vislumbrar siquiera es cierto de manera absoluta.
Esto ocurre, como ya he dicho, tanto en organismos simples como en complejos; el perro, por ejemplo, no percibe el mundo de la misma manera que lo puede llegar a hacer el gato, y si me pongo más concreto aún, los motivos por los cuales el perro y el gato derrochan carencia de simpatía el uno por el otro, tienen que ver, no porque se hallen destinados a hacerlo por causas superiores, sino porque entre otros muchos factores (quizá más importantes pero no me vienen ahora a la mente), el perro mueve la cola cuando se encuentra feliz, cosa que, con suerte, le ocurre muy a menudo, y el gato, desde su perspectiva particular, concibe tal movimiento como una amenaza, y es así como podemos hallar innumerables casos de enfrentamientos entre ambas especies cuando, por una causa u otra (mayormente por asuntos domésticos pertenecientes al ámbito humano), estas dos especies tienen que lidiar la una con la otra.

Una visión de un mundo implica necesariamente una construcción de un mundo, el humano, en su existencia, es incapaz de concebir "el mundo" (así lo llama), sin plantear pregunta alguna. Aparentemente da la impresión de que las preguntas que le emergen al humano son síntoma de mayor acercamiento a una verdad, y sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues hasta tales preguntas se hallan condicionadas de una manera o de otra por la estancia, la metodología, la comunidad, y hasta su autoconciencia. Por no hablar de que tales planteamientos reflexivos no son más que el efecto de una causa bien diferenciada y que, a su vez, a todos nos pone en común, la naturaleza terrenal. Esa madre que amamanta a cualesquiera que sean los seres que conocemos en la actualidad, y esa misma que curiosamente pretendemos hallar en otros mundos allá en el espacio exterior, intentando encontrar vida. Pues consideramos, en este apogeo positivista, que calificando y analizando ciertas condiciones somos capaces de hallar lo que solamente hemos hallado aquí. Y no digo que tal cosa no sea cierta, lo que digo es que tal cosa es una certeza humana, y por tanto, no una verdad absoluta.

Cuando se le niega a cualquier individuo que desconoce la filosofía la existencia de la verdad, éste se turba por completo y toma una posición defensiva. Y es que la negación de aquello que tan bien nos hace sentir nos suscita sentimientos de incomodidad y desasosiego al encontrarnos con un abismo henchido de preguntas que, en ese mismo instante, dialoga con nosotros trayendo consigo un mensaje muy claro y frustrante para cualquier ser que lance sus pesquisas hacia la aventura que representa la búsqueda de la verdad: ninguna de tus preguntas puede ser resuelta, pero te hallas condenado a buscar respuestas.
Y es así como volvemos a lo anteriormente dicho; todo son meras interpretaciones, y todas las interpretaciones precisan de la creación de una serie de preceptos cuyo objeto no sea otro más que el de ofrecer posibilidad de vivir, de ser, de existir. Es así como vives, es así como todos los seres vivimos, pues siendo de tal manera (y hallándonos condenados a ser de tal manera), nos facilitamos ese mundo, esa realidad, propia y común, que necesitamos para continuar y perpetuarnos, ese es el único objeto claro de la vida; la perpetuación. Y la subjetividad, esta percepción particular que, naturalmente, en humanos se halla condicionada por la comunidad, no es más que una forma de permanecer caminando por las sendas del ser.

Pongamos unos pocos ejemplos para lograr así una mayor claridad y precisión a la hora de mostrar y demostrar lo que aquí manifiesto.

Podemos afirmar que existimos, y también, podemos afirmar que el motivo por el cual existimos es que hemos nacido, y esto debe, de manera directa y axiomática, haber involucrado a la figura de dos progenitores, pues así es como la naturaleza funciona. Sin embargo, lo que en realidad estaríamos haciendo es describir lo que nosotros suponemos que ha de haber sido en tanto a una lógica anteriormente mencionada, la causalidad.
Habiendo sido concebidos por esta lógica, jamás somos ni seremos capaces de despojarnos de su influjo a la hora de responder aquellas preguntas que nos suscita lo que percibimos, y por tanto, al depender de un pensamiento condicionado por una lógica inherente al mismo, nos resultará imposible razonar una verdad cuya independencia le dote de un carácter absoluto, pues para ser pensada, precisa de una metodología concreta, y no emerge como tal. De hecho, pensar en que una verdad puede emerger de entre el fango, como si existiera una fuerza motora que la erigiese, sería pecar y caer en un idealismo burdo y barato.
También podemos afirmar que, al haber nacido y estar vivos, moriremos en algún momento de nuestra vida, pero, ¿No son esas elucubraciones que solamente se reducen a nuestro propio ser? ¿Son verdades absolutas o percepciones que única y exclusivamente nos competen a nosotros mismos, y no representan ninguna verdad más allá de lo que a nuestro raciocinio le parece trascendente? ¿No se someten, una vez más, a una lógica causal de la que nos resulta imposible despojarnos, y que demuestra de nuevo nuestra incapacidad para movernos más allá de tal metodología que nos dio la vida?

Por otra parte encontramos la idea de que el conocimiento nos dota de la capacidad para alcanzar tales verdades que, como ya he dicho, no existen.
Esta idea está obsoleta no porque no se deba construir más y nuevo conocimiento con motivo de continuar existiendo, creando y transmitiendo todas las experiencias con el objeto de que futuras generaciones no erren, sino porque el conocimiento, por más que se piense, jamás ha tenido como meta el alcanzar la verdad, de hecho, todo lo contrario. Pues en su búsqueda siempre ha profundizado por senderos oscuros y sombríos para arrojar luz, sin saber que tales senderos eran construidos por él mismo, y que además, la luz que arroja sobre ellos se refiere única y exclusivamente a él mismo, y no a la búsqueda de la verdad. El humano a escudriñado toda clase de teorías con el fin de responderse a sí mismo, y de tal manera, conseguir una satisfacción que a su vez ha sido colocada en tal lugar por la naturaleza terrenal. Como seres humanos somos dotados de una herramienta que genera herramientas, una forma de creación. Se nos dota de la capacidad de la que, hasta ahora, sólo se había responsabilizado la naturaleza terrenal, y ésta nos la ofrece de manera muy inteligente, pues si añadimos nuestra vanidad a ello, conseguimos desentrañar la esencia de todo el conocimiento humano hasta el momento. Y al no referirse este conocimiento a la totalidad, pues nos resulta completamente imposible tomar una perspectiva que abarque la totalidad, a menos que caigamos en el inverosímil mundo de la imaginación referida a nuestro anhelo de conservación vital, o lo que es lo mismo, la religión, jamás seremos capaces de desentrañar las verdades que no se refieran a otra cosa que no sea a nosotros mismos, y por tanto, que sirvan a nuestras propias necesidades de responder nuestras preguntas. Cierto es que podríamos afirmar que el conocimiento siempre se enfoca en la búsqueda de la verdad, pero deberíamos matizar que tal "verdad" no es más que una respuesta humana, un escalón fijo y fósil por el que poder continuar avanzando en la creación de nuestro propio camino en tanto a tal verdad preconcebida de la manera más ingenua posible.

Por otro lado, me veo en la obligación de tratar el tema del lenguaje para continuar defendiendo esta idea. Es bien reconocido por cualquiera que estudie mínimamente todos los procesos cerebrales referidos a nuestra inteligencia, que la base de todo nuestro aprendizaje, de la asimilación y la clasificación ordenada de todo lo que nos rodea, es posible sólo mediante el uso de conceptos, o lo que es lo mismo, del lenguaje. Por lo general, se piensa que el lenguaje no es más que una herramienta comunicativa, pero lejos de ser únicamente tal cosa, es además el fundamento de todo nuestro razonamiento. Pensamos mediante las palabras y no somos capaces de concebir absolutamente nada si carecemos de las mismas. Todos los razonamientos precisan de conceptos para referirse a las realidades que se quieren mostrar, y es esa en realidad la esencia de las palabras; la representación de realidades que percibimos, y la pretensión de unificar tales realidades con un lenguaje que se rige en tanto a normas sociales y que, así mismo, se configura de tal manera que seamos capaces de entendernos. El problema que nos plantea el lenguaje es que es en y por sí mismo un engaño, pues una palabra puede exclusivamente referirse a algo, pero jamás integrarse en ese algo. Es decir, un concepto puede reflejar una realidad percibida, sin embargo, sólo es posible un entendimiento si el receptor se ha sometido al aprendizaje de las diferentes reglamentaciones que dan lugar a la comprensión de tal concepto, e incluso de tal manera, la verdadera realidad de tal concepto jamás podrá ser concebida de la misma manera, pues percibimos y razonamos desde nuestro yo, incluyendo en este yo, toda una serie de experiencias y estructuras mentales completamente diferentes y que poco o nada tienen que ver con el concepto en sí, sino con la configuración cerebral, la cultura, la educación... Y toda una serie de factores que, en muchos de los casos, se desprenden de nuestra propia capacidad de análisis.
Por otro lado, un concepto puede referirse a un objeto, sin embargo es sabido que ningún objeto es único, y que incluso el hecho mismo de afirmar que tal objeto es solamente "uno", es una falsedad, pero sin entrar en tales profundidades, podemos afirmar que, por ejemplo, ninguna manzana es igual a otra, y por tanto, la palabra manzana jamás puede referirse a una misma y única realidad. Pero aún así, si pretendiéramos referirnos a una manzana inmutable y fija, el lenguaje no nos serviría en absoluto de ayuda, pues, como bien sabemos, ningún objeto es en sí mismo de manera invariable, puesto que todo se halla sometido al cambio que supone el tiempo, por tanto, el concepto de manzana podría referirse a una manzana concreta en un espacio y tiempo particulares, pero jamás a una sola idea de manzana, ya que cada uno concibe una por sí mismo. Debemos, por todo ello, afirmar que el lenguaje sólo es capaz de abarcar ideas comunes que, en ningún caso, se refieren a realidades siquiera verosímiles, y es por eso que, en una ilusoria búsqueda de la verdad, el lenguaje no serviría para nada más que para enjaular el conocimiento.
Si sois avispados, os habréis persuadido ya de que todo lo dicho implica que el lenguaje es la máxima expresión de esa necesidad de conservación llevada hasta los extremos más inimaginables, pues se tiene una fe ciega en que unos cuantos fonemas o unas cuantas letras en conjunto son capaces de referirse a realidades que, única y exclusivamente competen a nuestros sentidos y que, así mismo, éstos se hallan condicionados por la causalidad y la necesidad de relación entre pregunta/respuesta a la que todos debemos nuestro desarrollo cultural.

Y para terminar, me gustaría advertirles de que nada de lo que han leído aquí es verdad en modo alguno, pero que ello no sirva como desaliento, todo este texto no es más que un juego de palabras que intentan transmitir la única y contradictoria verdad que puede darse: que no hay verdad, que no hay nada y que nada hay.

jueves, 16 de abril de 2015

¿Sabe vivir?

El árbol que crece, ¿Sabe vivir?
Así mismo mece
sus hojas al son
de incansables melodías que el viento le suscita.

El alce y sus cuernos, ¿Sabe vivir?
Es su gran cornamenta
codiciada por los hombres
como ramas se levanta frente al cielo azul.

El caballo y su pelaje, ¿Sabe vivir?
Sus músculos superan
cualquier fuerza imaginable.
Con sus crines, cabalgando, corta el aire.

El tigre y sus fauces ¿Sabe vivir?
Y sus garras desgarraron,
y sus dientes afilados devoraron.
Con sus ojos de felino impide exhalar aliento.

¿Saben ellos vivir?
¿Viven vidas miserables
por no saber vivir?

El hombre y su mente ¿Sabe vivir?
En su astucia
la pregunta.
¡Cuántos años divagando sin saber vivir!

En su astucia
 la pregunta.
En su vida 
la verdad:
Unas olas que desgastan mientras fluyen sin parar.

Son sus pasos un gran paso,
mientras vive, caminando,
sin mirar más que el camino,
sin poder con su destino.

Condenado a su existencia,
a su profunda inteligencia.
Vagando entre cuestiones.

Sólo están en su cabeza.