lunes, 26 de enero de 2015

¿Qué es la utopía?

Introducción.

Se reservan los buenos sentimientos, los buenos actos, los buenos pensamientos, las buenas ideas, y lo bueno en general, para lo que no tiene que ver con la realidad, sino con lo fantasioso. Se reserva todo ello para el arte, lo espiritual, lo metafísico, y mientras, se arguye violentamente contra aquél que pretende hacerlo realidad.
Vives en un mundo de miseria, desigualdad, esclavitud, injusticia, muerte, crueldad, vileza, especulación, interés cuya meta es la superioridad de uno mismo, egoísmo, egolatría, individualismo extremo, obediencia ciega, guerras y confrontaciones llevadas al extremo mediante las armas más destructivas, racismo, xenofobia, machismo, trivialidad, ignorancia imbuida, dudas impuestas y aprehendidas, sentidos y direcciones impuestas, autoridad sin fundamentos y obligaciones que obedecen a los intereses cuyo enfoque se refiere a la jactancia y gozo de unos cuantos psicópatas. Y aún así me ves capaz de concebir un mundo mejor. Y tú, me miras a los ojos, incrédulo, y tienes la osadía de decirme que una mejora de este mundo implica realizar lo imposible, traer el paraíso a la tierra, abogando por una estúpida fe en nuestra incapacidad innata de hacerlo. Tú, que me escuchas y crees conocer la libertad y la independencia, que crees no creer, que crees no tener fe, tú, que con toda la amalgama de imposiciones adquiridas, vienes a mí a decirme que soy utópico, que lo que busco es imposible.
Tú, que aceptas lo inaceptable, que te resignas ante la injusticia más cruel, que concibes el mundo como lo que ha de ser mientras confundes ese peso que alberga tu interior con el estrés propio de la fatiga tras tu jornada de trabajo. Tú, que caminas en el borde de un abismo al que serás despojado el día que dudes, que vives confinado entre cuatro paredes que adoras y besas todas las noches creyendo hallar protección en su firmeza. Tú, que practicas el egoísmo y sus derivados, que utilizas ese tono quejumbroso contra aquello que amenaza a tu ser mientras callas, temeroso, cuando es el de tu lado el que sufre.
Tú, me hablas a mí, me analizas, utilizas todos tus sentidos para ver, para sentir, para ser capaz de imaginar siquiera el principio, el seno mismo de las alturas de mis pensamientos. Y sin saber por qué, sin tener motivos para rechazarme, convencido de que un incesante temor acudirá y turbará tu mente si me crees, giras la cabeza, te escondes de la luz que se cierne sobre tu figura, te vendas los ojos, te amordazas, te atas y te matas si eso impidiera conocer la verdad, la utopía.
Naciste utópico, naciste de la fantasía de dos cuerpos que se unieron con un fin, pero ese fin no coincidía con el motivo:
una idea,
el amor,
un sentimiento de fulgor,
una traba es el motivo,
tú naciste redentor.

Qué fantasías más bellas, afirma el incrédulo. Qué mundo más maravilloso, pero así no es como funciona, la vida es esto, este es nuestro mundo, esto es la sociedad, esto es la política, esto es la economía, esto son los ideales, estos son los caminos, síguelos o no los sigas, eres libre de hacerlo, pero siempre hay una condición: Si te quedas estancado,
si no quieres caminar,
morirás abandonado,
dejado y desalentado,
tus manos no servirán,
a la causa del patrón,
tu vida no será,
propiedad del propietario (por derecho de este mundo, por divina elección)
ahora bien,
señor proletario,
sepa usted bien lo siguiente:
si no encuentra un trabajo,
si no percibe un salario,
olvídese de sus días,
olvídese de sus noches,
olvídese de la vida,
confínese en su barrio,
muera usted de enfermedad,
muera usted de todo mal,
pues no sirve para nada
no parar de dar patadas.

Sepa usted, mi buen señor,
que sus manos son por uso
estupendas herramientas,
que no hay tonto más obtuso
que aquél que por no venderlas,
ya sea para labrar las tierras,
o para dejar de verlas,
-nunca para tirar piedras-
deja en la miseria eterna
a aquél que por necesidad
ya jamás se alimenta.

Y bien sepa, señorito,
que todos sus bienes le quito,
que sirva como escarmiento
haragán, perro maldito.

¿Qué es la utopía?

Por mi condición de despierto, anarquista, contrario a la lógica que actúa como motor del mundo actual, desarraigado de toda valoración, de todo efecto existente como causa al sistema impositivo en el que nos vemos obligados a existir, o mejor dicho, a subsistir, me he visto en la obligación de luchar con todos, hasta conmigo mismo, pues el adoctrinamiento anti-revolucionario al que se nos somete, cuyos motivos enfocan su vehemencia hacia el objeto de su misma perpetuación, brota y crece, construyendo raíces muy difíciles de eliminar. Esta metodología propia de la decadencia y la ruina que nos espera al término de la misma es, sin lugar a dudas, la gran responsable con respecto a la aceptación y el conformismo generalizado del que aparentemente no podemos despojarnos, tanto es así, que ni siquiera el conocimiento de la verdad de este absurdo mundo trae consigo las subsiguientes reflexiones acerca de cómo cambiarlo de alguna manera, pues aquél ciego que trae consigo una venda bien apretada en sus ojos, a pesar de desatar sus nudos y tirarla al suelo con desprecio, se ve atraído por una fuerza cuya magnitud, en muchos casos, es más fuerte que su propia voluntad, a taparse los ojos con sus manos si es preciso, pues no quiere, no necesita, no le satisface, vislumbrar siquiera una pequeña fracción de realidad.
Es por esto que la concepción de lo utópico, lo que a simple vista no puede alcanzarse, es concebido de una manera completamente errónea. En general, se suele cometer un error que a priori parece bien argumentado pero que, lejos de la realidad, se somete a la misma lógica que hace posibles todas estas desigualdades que acucian al mundo en el que vivimos, tanto históricamente, como en la actualidad. Es por ello que se suele caer en el más profundo y a la vez más simple error de considerar las consecuencias de un mundo que promueve la desigualdad, dado que sobre él se erige una estructura cuyas herramientas sirven para la misma, como verdades inherentes al propio ser humano, o lo que es lo mismo, pertenecientes a su naturaleza.

Explicado de esta manera quizás resulta más inteligible. Para aceptar punto por punto las características y la metodología del sistema capitalista y todos los sistemas que le preceden, es necesario a su vez afirmar rotundamente que el ser humano como tal, es malvado, egoísta, cruel, vil, etc de forma inmanente. Para aceptar por completo la desigualdad, es necesaria la consideración de que ésta debe, por una fuerza inmutable de nuestra naturaleza, existir. Cosa que no se encuentra probada y que puede ser criticada muy fácilmente, pues si bien a lo largo de la historia hemos conformado sociedades en las que su estructura podría resumirse en la confrontación de los intereses de los opresores y los de los oprimidos, éstos últimos siempre han encontrado todo tipo de trabas o de imposiciones arraigadas en lo más profundo de su ser de que no debían ser ellos los libres, los que decidieran por sí mismos, sino que, por alguna razón oculta, ya se encuentre en libros divinos, en herencias de sangre, o en riquezas supuestamente legítimas entre otros casos, tenían la obligación de servir a sus respectivos amos en cada momento de la historia. ¿Qué significa esto? Que los que han movido la historia sin conciencia alguna han sido los oprimidos, pues su gran cantidad así lo ha permitido, pero los que han sido verdaderamente artífices de tales movimientos, los que han encabezado y dirigido esa fuerza motora de la mayoría absoluta, no han sido otros que los opresores, y por tanto, esto mismo destruye toda teoría que se fundamente sobre lo anteriormente descrito, ya que los hombres nunca han sido dueños de sí mismos y siempre han obedecido y dependido completamente de las órdenes de tiranos psicópatas, dos conceptos prácticamente redundantes.

Es por ello que el concepto de utopía depende indudablemente del punto desde el que se mire; si aceptamos la historia en la que los hombres jamás han sido libres, y por tanto, jamás han podido progresar en tanto a su naturaleza y voluntad proveniente del seno de sí mismos, podríamos afirmar de manera bien contundente que la pretensión de un cambio que conlleve al menos un acercamiento a la anhelada igualdad, es básicamente utópica, pero si concebimos la historia como el desviamiento de nuestra propia naturaleza en tanto a los intereses de unas minorías psicópatas cuyas acciones se han puesto en marcha mediante las herramientas propias del poder (Gobierno, autoridad, religión, violencia, fuerzas militares...) llegaríamos a la conclusión de que todo cambio es posible, y que la utopía no es más que el concepto utilizado por los conformistas o los que albergan intereses en un sistema desigual para desalentar a las masas inconformistas. De hecho, cabe decir que la única afirmación, la única convicción posible que da lugar a una reflexión en la que se acepte un sistema desigual, debe basarse en que nuestra naturaleza es desigual en sí misma, mientras que sólo es preciso afirmar que el ser humano se desarrolla directamente en tanto a su educación, lo que implicaría la ausencia de una tendencia real, o que éste tiende a la bondad (teoría a la que yo me adscribo) para dejar en evidencia cualquier defensa a todos los sistemas llevados a cabo hasta la actualidad.

Además de todo lo dicho, cabe destacar cuál es la dirección que, a pesar de hallarse sometido, toma el ser humano durante toda su historia. ¿No es acaso la progresiva liberación de sí mismo lo que está sucediendo de continuo? Tal y como podría decirse desde el materialismo histórico, la historia toma su motor en una lucha de clases en la que los opresores y los oprimidos luchan por intereses contrarios, pero pese a que aparentemente los opresores son los triunfadores, cierto es que, a pesar de todos los intentos por establecer nuevas doctrinas que cumplen con los intereses de diversas minorías de manera continua, avanzamos hacia una libertad cada vez mayor, aunque en esta dirección podemos encontrar un problema del que quizás aún no nos habíamos persuadido, y es que hemos avanzado hacia la mayor cota de libertad que el sistema dominador puede ofrecer, y por tanto, toda pretensión de libertad que se encuentre dentro del propio espectro que el sistema es capaz de soportar, será sofocada de inmediato, por lo que es precisa una Revolución que no se atenga a tal espectro, ¿Y qué es lo que no se sustenta sobre las bases del sistema? el anarquismo.

Cabría rescatar una cita de Eduardo Galeano acerca de este concepto tan bello como es la utopía: "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar."
No se nos ha de olvidar que el significado correcto del concepto nos ofrece una visión de progreso, una meta cuya imposibilidad depende del camino, y no de la perspectiva con la que se mire; el horizonte puede verse a lo lejos, y a pesar de que llegue al punto que veía desde el camino que precede mis pasos, no veré sino más horizonte allá a lo lejos. El horizonte, ese abismo infranqueable e inhóspito parece insondable a lo lejos, y nunca dejará de parecerlo, pues cuando llegue al complicado lugar que había previsto y alce la vista de nuevo, una vez más, seguiré vislumbrando el horizonte.


jueves, 8 de enero de 2015

Religión.

Todos y cada uno de nosotros nos hemos visto afectados directa o indirectamente por creencias, doctrinas y elucubraciones que toman su origen en la inseguridad y delegación de responsabilidad de los hombres. Vivimos atados a sogas invisibles que nos asen del cuello impidiéndonos caminar y avanzar por la senda del progreso natural humano.
Cuando se habla de progreso, el pensamiento general suele imaginar un mundo con tecnologías muy avanzadas, pueblos sin confrontaciones, en paz y armonía, presidentes benévolos, política alejada de la corrupción, envidias disueltas y bajas tasas de delincuencia.
Pero pocos saben que precisamente éstas son herramientas (al tener que utilizarlas obligatoriamente para llegar a ello) muy eficaces para la perpetuación del sistema y su poder, y entre ellas, una de las más útiles y aberrantes, pues se atiene a los fueros más profundos del espíritu humano, no es otra más que la religión.
Antes de adentrarme en el meollo del concepto, me gustaría aclarar otro concepto mencionado, ya que la percepción del mismo se ha visto muy distorsionada debido al actual avance del mundo; el progreso.
La manera actual de concebir el progreso, tiene que ver, no con el fluir ordinario de la naturaleza humana, sino con los pasos agigantados, sonoros y destructivos de los intereses de los cargos de poder. Se concibe el progreso de manera que son el egoísmo, la codicia, el consumismo y el materialismo más burdo y superfluo, las metas que la humanidad ha de seguir. Pero nada más lejos de la realidad, y a pesar de que pueda someterme al juicio y la crítica más injustos, me hallo en la obligación de actuar como fuente reveladora de la verdad en este caso, pues a pesar de poder ser percibido como un mesías maldito, poco o nada me importan las habladurías de los que, por no saber, no se persuaden ni de lo que han comido el día anterior.
El progreso real es aquél que, al igual que la libertad (y acompañado de la misma), fluye en dirección a nuestra propia naturaleza, pero claro está que el problema en sí no es el camino tomado como progreso, sino el hecho de concluir cuál es nuestra verdadera naturaleza, lo que implicaría una revelación del camino, o lo que es lo mismo, del progreso. Aunque esto no implicara en sí mismo que nuestra elección fuera la de escoger el camino correcto.
La naturaleza de los hombres con respecto a la bondad y la maldad, no es algo tan claro y concreto, aunque ya haya escrito sobre ello, pero si hay una naturaleza, una tendencia clara e indiscutible hacia una meta concreta, ésta sería la de crear. Los hombres no necesitamos de Dios o Dioses, de Creador o Creadores, pues tales divinidades sólo pueden ser halladas en el seno de nosotros mismos.

Religión y espiritualidad.

En primer lugar, para un mejor entendimiento de lo que viene a continuación, he de explicar el concepto y origen del mismo. La religión nace como una solución a uno o varios problemas,  uno de ellos es el que por lo general, con sólo una mente ordinaria y unas pocas horas de reflexión, podemos revelar como la necesidad de explicar lo que ocurre a nuestro alrededor, y no sólo explicarlo, sino hallar un porqué, una causa en sí.
Pero además de esto, existe otro problema que, sin persuadirnos siquiera de ello, intentamos solucionar mediante una religión, y éste es la delegación de responsabilidad. Cuando algo malo ocurre, tenemos la imperiosa necesidad de atribuírselo a una causa divina, pues nos es más fácil delegar en otros el asunto de solucionar un problema, y así, mantenernos conformes y dóciles para con esa entidad que nosotros mismos hemos generado.
De la misma manera, cuando algo bueno ocurre, tendemos a atribuirle ese grandioso hecho a una causa divina, y no a nosotros mismos.
Si sois avispados, os habréis dado cuenta ya de un punto confluente en todos los casos en los que intervienen una o varias divinidades; en todos los casos existe un origen que nada tiene que ver con la fe o la esperanza en sí, sino con la interacción de esa naturaleza creadora anteriormente mencionada y la inseguridad, la incapacidad de conocer para posteriormente, saber. En el caso de que algo malo ocurra, delegamos nuestra responsabilidad en una divinidad debido a que no queremos recorrer un camino duro en el que afrontemos ese problema y nuestros propios miedos o inseguridades, y en el caso de que algo bueno ocurra, no nos vemos capaces de posicionarnos en un lugar cuya altura en comparación con los otros, sea demasiado grande. Y no nos confundamos, los logros materiales, aquellos que burdamente pueden conseguirse por métodos superfluos, no son nada en comparación con lo que los hechos buenos de los que hablo pueden ofrecer.

Pero aún así, estaría confundiendo términos, y ahora es cuando he de explicar la diferencia entre el concepto de religión, y el concepto de espiritualidad.

La espiritualidad o lo metafísico nace de la necesidad de explicar, y con ello, saber, lo que la inteligencia no puede comprender por sí misma. Para ello se utiliza la imaginación y el razonamiento, ya que obviamente, se necesitan de argumentos plausibles con objeto de aportar mayor veracidad a las propias elucubraciones. El problema de esto radica en su imposibilidad por ser demostrado, pues se tratan historias complejas, llenas de posibilidades e interpretaciones subjetivas en las que nos es imposible decir: no. Un ejemplo claro podría ser la existencia de vida extraterrestre; se pueden elucubrar toda clase de teorías sobre su fisiología, pero nos es completamente imposible conocer aquello que no percibimos. Al fin y al cabo, la comprensión de los fenómenos no necesita de nada más que de la confluencia entre la función de las percepciones y la razón, actuando la primera como perceptora, y la segunda como interpretadora. Y permitiendo así la adquisición de lo que denominamos: saber.

Es ordinario que cuando se produce la ausencia de una metodología cuya función sea la de aportar una explicación lo más objetiva posible a un fenómeno, es por necesidad, aplicada otra bien distinta, a la que conocemos con el nombre de espiritualidad o metafísica.
Si bien es cierto que he diferenciado el concepto de espiritualidad con el de religión, también es cierto que ésta última necesita de la primera para existir, pues es la base de la estructura sobre la que se erige la misma. Muchos confunden estos dos términos y manifiestan una afirmación completamente incorrecta al respecto. Abogan porque el origen de Dios, o su descubrimiento, se encuentra en las religiones, cuando en realidad, el origen o descubrimiento del mismo se encuentra en la espiritualidad. Tratando este último concepto como la parte explicativa, mientras que la religión sería la estructura, la institución que, por esencia y tendencia absoluta, es necesariamente impositiva.

Sin entrar aún en cuál es o no correcta, pasaré a explicar qué es la religión y por qué ha de ser diferenciada de la espiritualidad a pesar de que tome a esta última como sustento.

La religión es la estructura, el edificio, la institución, que controla, en asociación con los puntos más altos de la escala del poder político, a todos aquellos que, en su debilidad, caen en su influjo. (Se podría además tomar como una doctrina o conjunto de ideas dogmáticas cuyo éxito es rotundo)
Para explicar de manera más inteligible este asunto, considero que el extremo del mismo ocurrido con el cristianismo en la Edad Media, puede revelarnos su verdadera empresa.
Antaño, en el denominado Antiguo Régimen, la mayor parte de la sociedad que lo conformaba se hallaba sometida al yugo del feudalismo. Nobles, herederos de un dudoso cargo de poder, poseían las tierras que otros; míseros campesinos, hambrientos y harapientos, cegados y sumidos en la oscuridad que se cierne sobre aquél que brota en la pobreza, cual tallo delgado y frágil en ivierno, labraban.
Aquellos campesinos nacían en un lugar donde todo era absoluto sufrimiento, y ellos mismos reaccionaban detestando aquella estructura, pero sin poder hacerlo, pues dependían de ella. En su ignorancia, ellos no podían concebir la destrucción de un mundo de tales características, pues la misma estructura, el mismo pensamiento generalizado de que todo era así porque así habría de ser, frenaba cualquiera de sus pensamientos más íntima y tácitamente subversivos. ¿Adivináis cuál era la doctrina más influyente para que este fenómeno sucediera? El cristianismo, que casualmente es una de las mayores y más poderosas religiones de la actualidad.
Los campesinos, rodeados de absoluta oscuridad, concebían la religión como la luz, como la justificación de todo lo que les acontecía, desde sus problemas más ínfimos, hasta sus problemas más graves. Todos ellos eran la voluntad de Dios, un ente externo, superior a todo y a todos en todos los aspectos. Omnipotente, ubicuo, divino y perfecto. La representación de toda la pureza y la "buena moral". Es evidente que la enseñanza de esta doctrina, aportaba un carácter de sumisión y docilidad para con el mundo en el que vivían, y precisamente por ello es por lo que su existencia era permitida y tan estrechamente ligada al poder.

A pesar de que considero que el asunto ha sido bien explicado, me gustaría reparar en una cita de Arthur Schopenhauer, que con una sencilla frase, abarca todas las explicaciones posibles acerca del porqué de creer, de tener fe, en vez de juzgar lógicamente estos asuntos:

Yo diría además que la religión es el caramelo del niño, tan dulce e irresistible, que no puede evitar degustar plácida y gozosamente su sabor. Ya que el niño es débil a los impulsos, y a pesar de que, en un caso hipotético, le explicaran en términos reales que ese caramelo está elaborado con cianuro, no sería capaz de controlarse ante tan grandioso (y a la vez tan burdo y despreciable) estímulo.

Tendríamos de esta forma al cristianismo de esa época como médico que cura una enfermedad que él mismo ha provocado y difundido, trazando así una espiral en la que lo único que permanece son los valores y la moral necesarias para perpetuar la servidumbre de los hombres. O lo que es lo mismo, la moral de esclavo.

Habiendo dejado claro el carácter irresistible de todas las doctrinas religiosas, es necesario aplicar estos conocimientos a aquellos que abogan por el respeto hacia las mismas.
En muchas ocasiones he leído u oído a personas defensoras de la religión que arguyen diciendo: "Si una religión no se impone a los otros, ha de ser respetada." Lamentablemente, queridos lectores, no se podría caer en más grave error, ya que no sólo se defiende algo increíblemente nocivo para la vida, sino que además se es tan ingenuo como para creer que el origen y la aceptación de una religión radica en la libertad de elección o incluso en la de pensamiento. Como ya he escrito anteriormente, la esencia de la religión es la imposición. Se puede ver en muchas ocasiones cómo a aquellos que pretenden extender por la fuerza sus creencias son tratados como "extemistas", pero en realidad no lo son. Ellos serían considerados por su doctrina misma como los héroes más fieles de entre todos los seguidores de la religión que se quiera. Si bien he querido distinguir minuciosamente el concepto de religión con el concepto de espiritualidad, el motivo por el cuál lo he hecho se halla en la afirmación actual.
La esencia de la religión es su perpetuación y su extensión, por ello mismo se trata de una institución influyente y poderosa, lo que no implica que la esencia de la espiritualidad lo sea.

En el caso de la espiritualidad, podemos concebir de manera positiva sus elucubraciones, pues al tratar los fenómenos inexplicables de una manera razonable, es decir, aplicando argumentos contundentes y aportando posibilidades mucho más que plausibles, a menudo allanan el terreno para un posterior y más objetivo análisis de las mismas. Un ejemplo sería Demócrito, que a pesar de no poseer conocimientos científicos, (aceptando que éstos son supuestamente los más objetivos) ya desarrolló una teoría que "grosso modo", trataba de explicar la existencia de unas partículas minúsculas que conformaban el universo, ¿Te suena de algo? Átomos.

Pero llegados a este punto, considero que no se debe condenar la espiritualidad en sí misma, sino los dogmas que surgen a su alrededor. Cierto es que el hecho de tratar de explicar los fenómenos inexplicables, además de requerir una enorme perspicacia y conocimiento sobre lo que se trata, es sin duda una actividad cuya complejidad da lugar a la aparición de ese tan indeseado dogmatismo del que hablo, pero esto solamente puede ocurrir si el que la practica es, o un incauto, o un malvado, o un incapaz (en términos de genialidad).

En resumen, la religión como tal es nociva para la sociedad, pues impide la libertad en todos los aspectos. Además, impone sus doctrinas naturalmente. De hecho, su principal "modus operandi" es el adoctrinamiento de los más jóvenes, cosa innegable, ya que hasta existen ritos de iniciación que suelen llevarse a cabo al poco tiempo de que los pobres niños nazcan. Y todo ello mezclado con una supuesta cultura y tradición, acaba por formar un cóctel en el que hasta los que ni siquiera reflexionan sobre este tema, terminan por aceptarlo por mera cotidianidad.

Antes de terminar con este escrito, me gustaría dejaros aquí dos aforismos que nacieron de mí y que me parecen dignos de ser leídos por vosotros. Naturalmente, estos dos aforismos vienen a colación con lo tratado anteriormente, así que ahí van:

"La religión basa su fuerza en la incoherencia; tanto más irrefutable sea ésta, tanto más poder detentará."

"Lo irrefutable puede tomar dos caminos: el primero es la obviedad, el segundo el disparate." 
 
*Esta sería la primera parte acerca de los temas religiosos, en el siguiente artículo sobre este asunto trataré un tema de gran controversia: la existencia de Dios.*