lunes, 21 de septiembre de 2015

El ideal de justicia.

Una de las preguntas más importantes en el pensamiento humano debido a su ligazón con la moral y las relaciones sociales es: ¿Qué es la justicia? Y es que esta cuestión ha sido respondida en todas las culturas de las diversas sociedades, cada una con sus respectivas definiciones, pero todas ellas guardando una característica homóloga a las demás; en todas ellas aparece el ideal de justicia como la restauración o reintegración de un daño. Y cierto es que en todo acto de justicia hay una búsqueda de equidad entre cada uno de los individuos que integran el colectivo, sin embargo, ¿Es este ideal verdaderamente justo? Bien, esta es la respuesta a la que responderemos a medida que este texto se desarrolle.

Las tribus y clanes primitivos poseían un sistema judicial muy singular y conocido, su metodología a seguir para ejercer lo que ellos consideraban como justo no era otra cosa más que el ojo por ojo. Si un miembro de una tribu o clan atacaba a otro miembro de una tribu vecina, amputándole el brazo, por ejemplo, esta última tribu reclamaría justicia realizando exactamente el mismo daño que el atacante, por consiguiente, a éste debía amputársele uno de sus brazos, de tal forma que se restaurase el sufrimiento causado. Esta manera en la que se ejercía la justicia nos resulta a nosotros, los llamados "hombres civilizados", un hecho deleznable, mas he de deciros que nuestro sistema judicial, junto a nuestro sistema penal no son sino una extensión de lo anteriormente explicado. Pues, ¿Qué diferencia hay entre el ojo por ojo y el castigo por acto antisocial? Ninguna, ya que a pesar de no pretender restaurar de forma directa un daño realizado, se quiere hacerlo mediante la privación de libertad física; mediante la prisión. Por no hablar de la pena de muerte, que aún en nuestros días, permanece vigente en una gran cantidad de Estados. Sin embargo, desde la época en la que las tribus ejercían justicia bajo ese procedimiento hasta la actualidad, el sistema judicial ha mutado a formas muy diversas ateniéndose a justificaciones injustas, cosa que durante toda nuestra historia se ha traducido en la prostitución del ideal como tal, y es que es preciso comprender que la justicia y la igualdad van de la mano, y que mientras exista desigualdad social, la justicia no es otra cosa más que la manera en la que los poderosos mantienen a raya a los insumisos.

Un ejemplo de la enfermedad que ha padecido la justicia durante la historia es el medioevo. La sociedad se hallaba dividida en estamentos, éstos a su vez diferenciados en dos categorías: privilegiados y no privilegiados. Los privilegiados, que naturalmente formaban parte del grupo de los poderosos, contaban con todo tipo de ventajas; no estaban obligados a pagar impuestos, tenían derechos sobre los no privilegiados (como el derecho de pernada), no eran ni por asomo tan susceptibles a ser ajusticiados como los no privilegiados, etc.

Otro ejemplo sería la Antigua Roma, civilización de la que, curiosamente, procedemos culturalmente y cuyo sistema judicial sirvió como referencia al actual. Es bien sabido que el Imperio Romano se caracterizaba por el hecho de que toda su economía se sustentaba en base a la esclavitud, y este hecho implica de manera axiomática que cualquier tipo de justicia brillaba por su ausencia en un mundo en el que las grandes mayorías populares, eran esclavas. Puesto que es innegable que las condiciones a las que se condenaba a aquellos desdichados eran sin duda alguna injustas, al menos ateniéndonos, en todos estos casos, al ideal de justicia cuyo objeto es la equidad.

Bien, la conclusión que de esto puede desprenderse es que el requisito necesario para que se cumpla el ideal de justicia que busca la equidad es la síntesis entre igualdad social y el buen funcionamiento del sistema judicial, ¿Pero es esto posible? y mejor aún, ¿Es esto verdaderamente justo? Hemos concluido que uno de los elementos indispensables para la realización de la justicia es la igualdad social, sin embargo, si se da el caso en que somos socialmente concebidos como iguales, ¿Por qué habrían de cometerse actos antisociales? Además, asumiendo que para que pueda existir una sociedad, deben a su vez encontrarse lazos, vínculos y, en resumen, fuerzas que cohesionen a todos los individuos que la conforman, ¿Cómo sería posible que se diera un caso en el cual se cometiera un acto de injusticia contra otro individuo? La respuesta es sencilla; si bien esto no pudiera darse de forma premeditada o consciente, podría darse de manera inconsciente o aleatoria, es decir, por accidente.

Espero que se me permita ejemplificar esto último:
Imaginemos que vamos a realizar un viaje, y para ello utilizaremos un automóvil. Si mientras realizáramos el viaje fuéramos negligentes, como por ejemplo, no poniéndonos el cinturón de seguridad, no respetando las normas de tráfico, conduciendo con un estado de conciencia alterado, etc, estaríamos siendo injustos con la totalidad de la sociedad, puesto que no es preciso que suceda cualquier tipo de desgracia para comportarnos de manera injusta, solamente es necesaria la omisión del deber para con tus semejantes para que ello suceda. En este caso, la utilización de la palabra "desgracia" en vez de "accidente" deviene del hecho de que un accidente ocurre cuando las causas por las cuales sucede algo terrible no se han visto influenciadas por ninguna de las personas que lo sufren, ya sea por omisión o por acción. Por el contrario, si se produjera una desgracia en la cual ninguna de las personas que lo sufren se hubieran comportado de forma negligente (entendiendo por negligente lo explicado ahí arriba), podríamos incluirle sin ningún reparo el sustantivo "accidente".

Habiendo dicho esto de manera que he intentado suscitaros el mayor número de preguntas posibles, me dispongo a contestarlas todas para que así, además de revelaros el error en la concepción de justicia general a través de mi pensamiento, seáis capaces por vosotros mismos de comprender la magnitud y la cantidad de juicios que hemos asumido sobre este asunto sin realizar una reflexión previa, tal y como habría de hacerse con cualquier punto con el que nos topáramos.

En primer lugar, la igualdad social implica la ausencia de actos antisociales, pero no de accidentes, mas, ¿Cómo determinar si lo sucedido ha sido o no un accidente? Es sencillo, la ley, la policía y el sistema judicial en general, desconfían de la sociedad, se trata de vigilantes que suponen que en la comunidad han de cometerse actos antisociales, sin embargo, en vez de enfocarse en hacer disolver tales actos, en lugar de llevar por bandera aquél aforismo de Pitágoras: "educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres", se dedican a promulgar leyes cada vez más enrevesadas, que se entrometen en la vida y el radio de acción particular y personal de cada uno y que prestan todo su esfuerzo en crear y recrear castigos y reprimendas inútiles que, lejos de acabar con tales actos, los agravan e incrementan en muchos casos. Por lo que si aquello que se tiene más próximo a la hora de juzgar una desgracia análoga al ejemplo anteriormente descrito es la desconfianza, se precisarán infinidad de investigaciones que nos permitan observar con claridad qué es lo que en realidad ha ocurrido y quién es el responsable de lo mismo, sin embargo, en caso de que nos encontráramos en una sociedad sana en la cual los actos antisociales premeditados fueran vistos como anécdotas del pasado, tal predisposición a la desconfianza estaría obsoleta, y toda desgracia sería vista como lo que debería ser, un accidente.
Por otro lado, es necesario entender la naturaleza y las causas por las cuales se cometen los actos antisociales en lugar de prestar servicio única y exclusivamente al hecho de castigarlos, y es que el meollo del problema no se encuentra en el acto en sí, sino en lo que lleva a un individuo a realizarlo.

Otra pregunta a responder es, ¿Qué es la justicia? He dicho anteriormente que la concepción de la justicia hasta el momento ha sido la que implicaba la restauración o reintegración de un daño, planteando posteriormente la pregunta ¿Es este ideal verdaderamente justo? Mi respuesta es rotunda; no. Aquello que torna a injusto no es un hecho en sí, como hemos visto en el ejemplo del automóvil, sino la causa de la que dimana el hecho, y  todo aquello que tiene que ver con lo que podría suceder, es decir, con la causa o el motivo, puede rectificarse. Pero en el momento en el que la causa se convierte en un hecho, lo injusto adquiere forma, por lo que termina por ser preciso para la sociedad, no un ideal de justicia, sino una ejecución de la misma, sin embargo, las implicaciones de esta afirmación nos permiten entrever de forma más clara el hecho de que cualquier sistema judicial no es otra cosa más que la respuesta ante la injusticia, y no la justicia como tal, cosa que nos revela una verdad ineludible y anteriormente oculta: todas las metodologías ejecutadas en nuestra historia que aparentemente servían al ideal de justicia no han sido otra cosa más que la consecuencia misma de la injusticia, y por ello, sus competencias se han visto limitadas en todo momento a asumir la injusticia, dirigiendo o desviando las miradas de los hombres hacia los hechos, y no hacia lo verdaderamente relevante; las causas. Y es por esto que me veo obligado a inferir que toda aparente justicia que cuente con un brazo o mecanismo que la accione, de una u otra manera, no se trata de otra cosa más que de injusticia tácita amparada en la aceptación ignorante y errada de la comunidad. En síntesis: la justicia que precisa ser ejecutada, implica necesariamente injusticia, por lo que deja de ser justicia en cuanto tal.

Como acostumbramos a ver en la mayor parte de los casos, se ha tergiversado por completo la idea de justicia de tal forma que, en la actualidad, creemos obrar en nombre de ella mientras que, en realidad, sólo estamos ocultando la injusticia o incluso motivándola. Los considerados criminales son barridos constantemente de las calles, y pareciera que nunca terminan de desaparecer, de hecho, se mantienen ahí, resistentes e inamovibles, como si una especie de fuerza les empujara a obrar de tal manera. La sociedad, ante ellos, no ha cesado de comportarse continuamente de la misma forma, y jamás ha hallado resultados que sentencien a muerte de una vez por todas esta lacra de la que somos responsables. Respondemos, reaccionamos ante la injusticia sin preguntarnos siquiera de dónde viene, cuáles son sus motivaciones y objetivos, delegamos nuestra competencia en la policía, en la ley, en el sistema penitenciario, y al mismo tiempo, mientras divagamos en nuestros asuntos, lanzamos el grito más estentóreo y quejumbroso al cielo en el momento en el que otra injusticia es cometida, sin persuadirnos de que somos precisamente nosotros; los que llevamos comportándonos de manera irresponsable toda nuestra historia, aquellos que miran hacia otro lado y no desentrañan el verdadero significado de la justicia.

La única y verdadera justicia es aquella que no precisa ser ejecutada, lo demás, burdas representaciones de la búsqueda que se atiene a un ideal injusto por y en sí mismo, justicia en apariencia, injusticia en esencia.

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