martes, 24 de febrero de 2015

Ley y castigo.

Condenados, esa es la palabra, nos hallamos condenados a repetir una y otra vez los errores de un pretérito y de un presente que acude a nosotros pretendiendo explicar el porqué de nuestras acciones.
Creemos creer, cuando en realidad sólo vivimos, y nada nos importa más que la coacción y el maltrato, propios de toda relación de poder.
Nos anulamos a nosotros y destruimos a los otros porque eso es lo que consideramos, y de la misma forma, castigamos y elaboramos consecuencias y reglas sustentadas en una moral de dudosa y pedregosa procedencia, creyendo, una vez más, que es así como ha de funcionar el mundo; las relaciones humanas. He dejado ya de tener conciencia del número de veces que he repetido nuestra absurda y generalizada apreciación de las cosas, pero a veces me resulta tan injusta y repulsiva que me es imposible no callar, cayendo así en una inevitable redundancia.

Tras haber divagado en unas cuantas líneas, me gustaría aportaros a vosotros, mis lectores, la idea de justicia tratada desde la interpretación general y absurda de la que hablo, citando para ello al filósofo Friedrich Nietzsche.

Cuando Nietzsche habla de los temas relacionados con las interacciones humanas, describe una realidad que él mismo percibe desde una vista muy alejada de la misma, siendo capaz así de analizar más profunda y objetivamente su funcionamiento, aunque peca de no pretender explicar el porqué de los mismos (de los temas relacionados con las interacciones humanas), pues sólo se limita a describirlos como tal, utilizando para ello una especie de metáfora en la que coloca a todos los individuos que conforman una sociedad y sus correspondientes interrelaciones, en un mismo nivel, otorgándoles a cada uno un cargo de poder cuya principal característica es la equivalencia absoluta. Obviamente, tal equivalencia no existe, puesto que la totalidad de los sistemas sucedidos en toda la historia se han dedicado, o bien a generar diferencias y desigualdad, o bien a extender aún más una desigualdad ya existente por un sistema precedente, he ahí una de las principales causas de injusticia y arrebatamiento de la libertad de toda nuestra historia. Aunque ciertamente parece darse en la actualidad algo similiar a eso mismo que trata el filósofo mencionado (sin contar, obviamente, con los territorios sepultados en la más repugnante pobreza económica, que naturalmente, invita a la decadencia en las ideas de aquellos que la sufren), y como además, hemos decidido citar al señor Nietzsche y a su perspectiva (lógicamente burguesa), vamos a proceder a explicar esa equivalencia de poderes de la que habla.

Imaginemos que todos los individuos de una sociedad son colocados en una balanza con tantos brazos como individuos existen, esta balanza posee un mecanismo por el cual, si uno de los brazos no soporta el mismo peso que los demás, toda ella se desequilibrará, generando así una indeseada desigualdad.
Bien, además de ese mecanismo, cabe decir que la balanza no mide el peso en masa, sino el peso del poder de cada individuo, por tanto, nada tiene que ver en este asunto la masa corporal, sino el poder que ostenta cada uno. A partir de este momento y conociendo la natural irregularidad de las sociedades humanas que se sustentan en el poder, ya haya sido repartido o no, es de una lógica aplastante lo que ocurrirá a continuación; alguien se excederá en el uso de su poder. Pero, ¿Cómo es posible? Dicen unos. ¡Qué mala persona! Dicen otros.

Lo que personalmente puedo decir al respecto es que no hay nada más natural que eso, pues cuando ofreces un arma a alguien, ese alguien se convertirá en un arma. Creedme, prácticamente todos nosotros somos capaces físicamente de acabar con la vida de otro con nuestras propias manos, lo único que necesitamos para hacerlo es una buena estrategia, y sin embargo, no lo hacemos. ¿Entendéis la analogía? Sigamos.

En esa sociedad en la que todo individuo se encuentra encima de su brazo de la balanza correspondiente, se considera un acto de traición, un crimen, el hecho de excederse, lo que implica que una de las personas que conforman tal sociedad ha colocado mayor peso del que debería, por lo que toda la sociedad pretenderá restaurar tal infracción. Esta restauración puede hacerse de dos maneras, la primera tiene que ver con las sociedades más arcaicas, y la segunda con las más contemporáneas.

En la primera, la sociedad castigaba al criminal usurpando su poder y repartiéndoselo entre cada uno, lo que dejaba al criminal indefenso. Es así como se producían los casos de ahorcamientos, torturas, vejaciones, maltratos, y toda una serie de maldades inhumanas, propias paradójicamente, de personas con las mismas características criminales contra las que, supuestamente, se pretendía acabar.

Por otro lado, en el segundo caso lo que se elabora es un castigo que suprima el poder usurpado por el criminal mediante el encarcelamiento o la obligación de pagar con capital (lo más importante en el mundo actual). Para que de esa forma el criminal no sólo se vea apartado de la sociedad, sino que además se verá privado de su libertad durante una cantidad de tiempo que depende de la gravedad del crimen cometido.

El problema es que en ambos casos lo que se pretende es el restablecimiento de algo que no debería existir, y que se asume sin rechistar (de hecho, es la causa verdadera de los actos criminales); la existencia misma del poder y su aplicación en las relaciones humanas. Las personas nacen encima de su correspondiente brazo de la balanza, y nunca son preguntadas o siquiera informadas de la existencia de tal cosa, por lo que se ven abogadas a tomar esa metodología de "crimen y castigo" de manera impuesta, obligada. Tal proceso solamente se limita a juzgar casos criminales de forma sistemática, y esto ocurre tanto en su máximo exponente: la institución judicial, como en su más llano, pero a la vez profundo, ejemplo, como puede ser la idea de justicia de cada individuo (perteneciente al ámbito moral general).

Habiendo llegado hasta este punto, supongo que os habréis persuadido de algo evidente, y es que la existencia misma del castigo nace como una respuesta a un problema, y no como una solución al mismo problema, es el castigo junto con las leyes que lo regulan (manifestando lo que ha de hacerse en caso de infringirse), una de las mayores necedades de nuestro mundo, puesto que su trascendencia en la sociedad depende de un problema mucho mayor y más arraigado en el pensamiento ordinario de todos los pueblos, (como bien he dicho antes: la existencia del poder). El castigo no pregunta ni soluciona, el castigo aparta y reduce a cenizas o daña al tratado como criminal dependiendo de lo severo que éste sea, evitando así la verdadera responsabilidad en tanto al porqué de los actos de tal criminal, y cómo evitarlos.

Tanto las leyes como los castigos son parches, y no soluciones a los problemas. Las leyes no se dedican a solucionar, sino a camuflar los naturales abusos que surgen como consecuencia del mismo poder al que sirven dócilmente.

*Probablemente escriba otros tantos artículos con la misma temática, pero como no es algo seguro, prefiero ser prudente y no tratar este artículo como una serie de la que se originen otros tantos.