lunes, 30 de noviembre de 2015

La semillita.

En mi corazón baldío
aguardaba una esperanza,
una semillita fértil
esperaba a ser regada.

Por las noches, sollozando,
se colmaba de humedad,
pareciera que soñara
una nueva realidad.

Los grillos se reunían
para hacerla callar,
alegaban que sus cantos
no podían escuchar.

Noche a noche hubo uno
que se cansó de esperar
y con su gran valentía
se dispuso a caminar.

Llegó por fin al lugar
donde la tierra gemía,
mas, para su sorpresa,
el estentóreo ruido cesó
y lo único que encontró
fue un fino y frágil tallo
tiritando por el viento
y con apariencia débil.

El grillo se escabulló,
buscó a sus compañeros
y les guió hasta el lugar.

Todos se embriagaron
y cantaron sin cesar
cosa que al tallo mohíno
le colmó de felicidad.

El tallo volvió a llorar
y retornó la humedad
y los grillos, abrumados,
observaron lo ocurrido:
creció y creció sin parar
buscó con sus ramas el cielo
y no cesó de madurar.

Pues el canto de los grillos
le calmaba su pesar
y aún no hallando su sino
ya no pudo llorar más.

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