Cómo sus brazos me arropan,
cómo se aparta y no envidia,
cómo su manto ataviado
con sencilla y pura vida,
me acogen, me dotan,
de enorme fuerza y valentía.
Su cara hace una mueca,
de su profunda alegría.
Él, ella, saben que un día
abandonaré esta esquina fría.
Obscuridad atrevida,
me arrojo a su mar maldito,
me entrego a la noche henchida
de vasta tierra baldía.
¡Muerte y dolor!
Que acaban con mi razón,
que me conducen al odio,
a sentirme un estorbo.
Aquella cuchilla ardiente
con infinito desdén
actúa como un desierto
que nubla mi corazón,
y no sin razón,
mis manos me atormentan,
y no sin razón,
me despedazan por dentro,
pues por más que lo intento,
por más que vivo el momento,
no hallo cobijo alguno
del que no salga sin heridas.