martes, 2 de diciembre de 2014

Poder.

Una de las características de la maldad en relación a nosotros, es que hemos aprendido a convivir con ella, a permitir que nos abrace y se nos introduzca en el corazón de cuando en cuando, causando estragos en nuestras vidas, pero aún así, no preguntándonos el por qué de su llegada y cómo combatirla y destruirla de raíz, a pesar de no saber, intentamos confrontarnos con ella con todo nuestro esfuerzo. En esas escaramuzas luchamos contra ella cuando observamos las consecuencias que la misma genera, luchamos, sí, mas en vano. Pues la herramienta que utilizamos para hacerlo no es más que su hija, el poder, nacido de la pretensión de control sobre los hombres. Concebimos al mismo como algo bueno, a diferencia de la maldad, si sus consecuencias son buenas, y por ello olvidamos que su origen es el mismo que el de aquella maldad que trastorna nuestro espíritu.

Tras esta primera reflexión, pasemos al análisis del concepto. ¿Qué es el poder? El poder es una idea cuya praxis dota a los hombres de la capacidad de alzarse sobre los demás e imponerse a ellos. Es, por definición, la mayor expresión de ausencia de libertad en la interacción entre los individuos, y por lo tanto, puedo afirmar que se trata de una de las ideas más nocivas que se han introducido en nuestras sociedades.

 El nacimiento del poder sólo puede darse en un contexto en el que la maldad impere, ya que el poder nace como control de la maldad; es la herramienta encargada de reprimir a los malvados mediante la imposición, la obligación violenta, la sumisión y la disciplina. Sólo el poder puede combatir a la maldad en su mismo terreno, pues los dos forman parte de la misma idea; imposición, violencia, represión, autoridad, jerarquías...
Si observamos el contexto actual, el poder es visto como una virtud de las sociedades, delegamos todas nuestras elecciones en él e imposibilitamos nuestra capacidad de ser libres con ello, tomamos el poder y se lo otorgamos a unas minorías que, habiéndose convertido en privilegiados, lo utilizan en pos de sí mismos o de quien ellos mismos consideren. Se dice que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, se dice que sin su existencia no seríamos capaces de organizarnos, pero, ¿Tan estúpidos somos que sólo mediante las imposiciones de otros nos movemos? ¿Tan indefensos nos encontramos como para funcionar únicamente por direcciones de los otros? Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, cierto es, pero esto no significa que el hecho de ser responsables mientras poseemos poder sea algo bueno, pues sólo el hecho mismo de poseer poder es algo nocivo en la sociedad.
Además, se nos presenta un dilema que los anarquistas hemos planteado siempre: ya que no existe ser sobre la faz de la tierra que ostente unas características tan perfectas como para imponerse responsablemente sobre los otros y verse en una posición tan elevada que sea correcta su función de ordenar a los otros lo que han de hacer, impidiendo siquiera que los otros se pregunten por sí mismos qué es lo que harían en unas condiciones en las que no fueran seres que obedecen, y por tanto, seres que se dirigen a sí mismos ateniéndose únicamente a su voluntad, serían naturalmente estos últimos los únicos que, entendiendo esta lógica, pudieran existir en cualquier sociedad sana. Concibiendo el concepto de sociedad sana como la agrupación armoniosa de individuos cuya principal característica no fuera otra más que el hecho de evitar confrontaciones, y por lo tanto, una sociedad carente de actos antisociales.


A aquellos que afirman que la interpretación del poder depende de cuáles son sus intenciones les digo: puede hacerse una analogía muy cierta sobre el concepto de poder con el concepto de arma. Un arma puede ser utilizada para matar a tus enemigos, y esto sería bien visto por tus amigos, un arma podría ser utilizada para defender a la patria, y sería bien visto por tus compatriotas, un arma podría ser utilizada para salvar a unos niños de un violador, y sería bien visto por la inmensa mayoría que considera tales actos como algo intolerable, pero un arma es un arma, y nunca, jamás, podría ser utilizada para salvar a los otros, pues la naturaleza de esta es aniquilar, es dañar, matar, exterminar. Eso es un arma, y eso es el poder. Cabría decir también que un arma utilizada con motivo disuasorio no causaría daño alguno (al menos demasiado grave), pero si reflexionamos bien sobre esta cuestión, pronto nos persuadiríamos de que lo único que cambiaría en tal caso sería que se ha tomado el miedo natural que causa en todos los individuos, y se ha utilizado para lograr esa función, pero al fin y al cabo, la razón real por la que ésta misma tiene esa capacidad disuasoria, no es más que el miedo a lo que representaría su utilización real. Es tal la fuerza que posee un arma para manipular nuestro miedo, que sólo el simple hecho de vernos apuntados con una pistola permitiría al que apunta hacer de nosotros lo que le viniera en gana, y esto mismo ocurre con el poder; son tan graves y diversas las consecuencias que se dan ante cualquier acto contrario al mismo, que sólo el hecho de verse representado por una de sus principales herramientas, la autoridad, resulta ser motivo suficiente como para impedir que nos desenvolvamos en tanto a nuestra esencia (cita requerida).
El poder podría ser utilizado para organizar miles de fábricas que abastecieran a África de sustento, pero aún así, el método utilizado sería la sumisión, aunque la voluntad de los trabajadores y las órdenes confluyeran, los métodos permanecerían siendo los incorrectos. Ya que los trabajadores de cada fábrica se verían forzados a ello, no existiría ese único factor al que denominamos esencia, que es la máxima garantía de libertad en los hombres. Por lo que esa ayuda, al no ser voluntaria íntegramente por estar controlada por otros, no sería real en sí misma, ya que sólo los actos libres son los verdaderos. (cita requerida)

Pero del mismo modo en el que he explicado la toxicidad del poder en las sociedades incluso sometiéndolo a cualquier interpretación, también podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿Por qué si el poder es algo tan nocivo, se acepta en nuestra sociedad?

En primer lugar, para un mayor entendimiento de esta respuesta, se debe explicar el funcionamiento del poder llevado a la práctica, así que procedo a ello.
La funcionalidad del poder se debe a varios factores, aunque el principal de ellos no es otro más que la sumisión; sin la existencia de seres dispuestos a ser sometidos, el poder no tiene sentido, ya que es necesario que una gran cantidad de individuos acepten tanto que a una persona como a una minoría se la conciba como superior, basándose únicamente en el pacto de los sometidos para aceptarlo. Por lo tanto, es necesario afirmar que el poder pierde funcionalidad en tanto más personas lo posean, pues cuantos más individuos formen parte de los opresores, menos sometidos que mantengan esta estructura de poder existirán. Conociendo esto, podemos determinar que la clave que permite la existencia del poder en nuestras sociedades no es otra más que la existencia de personas dispuestas a ser sometidas, y tanto menos personas estén dispuestas a ello, tanto menos funcionalidad encontraremos en el concepto de poder.

El origen del poder en la sociedad es debido a que nosotros mismos concebimos a los seres humanos como entes naturalmente codiciosos, violentos, opresores... Y tomando por bandera nuestra estupidez, creamos estructuras que, mediante esos defectos (supuestamente) naturales, intentan controlar ese comportamiento antisocial nuestro. Básicamente pretendemos combatir una supuesta naturaleza que tiende a la maldad, con estructuras que derivan de la misma. Y creo sinceramente que la obsolescencia de este razonamiento no ha de ser explicada.
La aceptación del poder en la sociedad se sustenta principalmente sobre un pilar fundamental y natural en todos nosotros: el miedo. Es este defecto el que permite que, a pesar de conocer la toxicidad del poder, continuamos permitiendo su existencia en todas nuestras relaciones. (Omito que además del miedo a las consecuencias que el poder nos presenta, éste mismo sustenta su perpetuación en el conformismo de la masa y el enfoque de ese mismo miedo hacia la idea de liberación misma, tanto personal como social)

Pero, ya que hemos hablado acerca de los factores de los que depende la funcionalidad del poder, hablemos también de lo que conocemos como dictadura del proletariado, que vendría a ser nada más y nada menos, que la detentación del poder por parte de una mayoría, cosa que, conociendo uno de los factores principales que permiten el buen funcionamiento de las relaciones de poder, y que además, acabo de explicar, resulta ser un absurdo. Pues si la funcionalidad del poder depende del número de personas que lo posean, es decir, tanto menos personas que concentren el poder, mayor funcionalidad del mismo, no podríamos dar por buena una sociedad en la que el poder fuera ostentado por muchos, ya que perdería su funcionalidad como tal. Y qué menos que decir que el propio concepto de dictadura del proletariado es un oxímoron; una completa contradicción en sí mismo, ya que si tratamos la definición de dictadura, ésta nos explica que hablamos de la máxima concentración del poder, es decir, es un solo individuo el que lo ostenta, mientras que si hablamos de la dictadura del proletariado, es una mayoría la que lo ostenta, cosa absurda por dos motivos:

-Tanto más personas posean el poder, tanto menos funcionalidad tiene éste.

-Tanto más personas se puedan concebir como opresoras, menos personas se podrán concebir como oprimidas, y por tanto, menor funcionalidad aún.

Por lo que es correcto afirmar que la destrucción del poder sólo puede darse mediante la difusión del mismo entre todos los individuos de la sociedad, siendo capaces de concebirse éstos, no como opresores, sino como entes capaces de dar y recibir en todo momento, sin que exista obligación alguna de hacerlo. Seres movidos por su propia voluntad y motores de ella misma con respecto a los otros. Seres libres que, naturalmente, no pretendan imponerse a los otros y que, por lo tanto, no necesiten de ninguna estructura externa que los regule, pues ellos mismos se regulan para sí y para con los demás.
El hecho de que el poder se difunda entre todos los individuos no implica su permanencia en la sociedad, es decir, no implica que continúe existiendo, trataríamos esa pequeña porción que cada individuo toma para sí mismo, como una auto-afirmación del yo en relación a la sociedad, lo que derivaría en una parte individualista necesaria dentro de un conjunto, pues sin ésta volveríamos a la misma espiral de tiempos pretéritos en la que los individuos sólo representaban una pieza más del engranaje que la misma sociedad (basada en las relaciones de poder) elegía al gusto.

En resumen, la única acepción que acepto dentro del concepto "poder" es la que se refiere a la capacidad de realizar algo, siendo este algo elegido voluntariamente, y por ende, constituyéndose a sí mismo como la esencia que emana del interior de cada ser.

Un arma es un arma.

Bakunin:

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