jueves, 8 de enero de 2015

Religión.

Todos y cada uno de nosotros nos hemos visto afectados directa o indirectamente por creencias, doctrinas y elucubraciones que toman su origen en la inseguridad y delegación de responsabilidad de los hombres. Vivimos atados a sogas invisibles que nos asen del cuello impidiéndonos caminar y avanzar por la senda del progreso natural humano.
Cuando se habla de progreso, el pensamiento general suele imaginar un mundo con tecnologías muy avanzadas, pueblos sin confrontaciones, en paz y armonía, presidentes benévolos, política alejada de la corrupción, envidias disueltas y bajas tasas de delincuencia.
Pero pocos saben que precisamente éstas son herramientas (al tener que utilizarlas obligatoriamente para llegar a ello) muy eficaces para la perpetuación del sistema y su poder, y entre ellas, una de las más útiles y aberrantes, pues se atiene a los fueros más profundos del espíritu humano, no es otra más que la religión.
Antes de adentrarme en el meollo del concepto, me gustaría aclarar otro concepto mencionado, ya que la percepción del mismo se ha visto muy distorsionada debido al actual avance del mundo; el progreso.
La manera actual de concebir el progreso, tiene que ver, no con el fluir ordinario de la naturaleza humana, sino con los pasos agigantados, sonoros y destructivos de los intereses de los cargos de poder. Se concibe el progreso de manera que son el egoísmo, la codicia, el consumismo y el materialismo más burdo y superfluo, las metas que la humanidad ha de seguir. Pero nada más lejos de la realidad, y a pesar de que pueda someterme al juicio y la crítica más injustos, me hallo en la obligación de actuar como fuente reveladora de la verdad en este caso, pues a pesar de poder ser percibido como un mesías maldito, poco o nada me importan las habladurías de los que, por no saber, no se persuaden ni de lo que han comido el día anterior.
El progreso real es aquél que, al igual que la libertad (y acompañado de la misma), fluye en dirección a nuestra propia naturaleza, pero claro está que el problema en sí no es el camino tomado como progreso, sino el hecho de concluir cuál es nuestra verdadera naturaleza, lo que implicaría una revelación del camino, o lo que es lo mismo, del progreso. Aunque esto no implicara en sí mismo que nuestra elección fuera la de escoger el camino correcto.
La naturaleza de los hombres con respecto a la bondad y la maldad, no es algo tan claro y concreto, aunque ya haya escrito sobre ello, pero si hay una naturaleza, una tendencia clara e indiscutible hacia una meta concreta, ésta sería la de crear. Los hombres no necesitamos de Dios o Dioses, de Creador o Creadores, pues tales divinidades sólo pueden ser halladas en el seno de nosotros mismos.

Religión y espiritualidad.

En primer lugar, para un mejor entendimiento de lo que viene a continuación, he de explicar el concepto y origen del mismo. La religión nace como una solución a uno o varios problemas,  uno de ellos es el que por lo general, con sólo una mente ordinaria y unas pocas horas de reflexión, podemos revelar como la necesidad de explicar lo que ocurre a nuestro alrededor, y no sólo explicarlo, sino hallar un porqué, una causa en sí.
Pero además de esto, existe otro problema que, sin persuadirnos siquiera de ello, intentamos solucionar mediante una religión, y éste es la delegación de responsabilidad. Cuando algo malo ocurre, tenemos la imperiosa necesidad de atribuírselo a una causa divina, pues nos es más fácil delegar en otros el asunto de solucionar un problema, y así, mantenernos conformes y dóciles para con esa entidad que nosotros mismos hemos generado.
De la misma manera, cuando algo bueno ocurre, tendemos a atribuirle ese grandioso hecho a una causa divina, y no a nosotros mismos.
Si sois avispados, os habréis dado cuenta ya de un punto confluente en todos los casos en los que intervienen una o varias divinidades; en todos los casos existe un origen que nada tiene que ver con la fe o la esperanza en sí, sino con la interacción de esa naturaleza creadora anteriormente mencionada y la inseguridad, la incapacidad de conocer para posteriormente, saber. En el caso de que algo malo ocurra, delegamos nuestra responsabilidad en una divinidad debido a que no queremos recorrer un camino duro en el que afrontemos ese problema y nuestros propios miedos o inseguridades, y en el caso de que algo bueno ocurra, no nos vemos capaces de posicionarnos en un lugar cuya altura en comparación con los otros, sea demasiado grande. Y no nos confundamos, los logros materiales, aquellos que burdamente pueden conseguirse por métodos superfluos, no son nada en comparación con lo que los hechos buenos de los que hablo pueden ofrecer.

Pero aún así, estaría confundiendo términos, y ahora es cuando he de explicar la diferencia entre el concepto de religión, y el concepto de espiritualidad.

La espiritualidad o lo metafísico nace de la necesidad de explicar, y con ello, saber, lo que la inteligencia no puede comprender por sí misma. Para ello se utiliza la imaginación y el razonamiento, ya que obviamente, se necesitan de argumentos plausibles con objeto de aportar mayor veracidad a las propias elucubraciones. El problema de esto radica en su imposibilidad por ser demostrado, pues se tratan historias complejas, llenas de posibilidades e interpretaciones subjetivas en las que nos es imposible decir: no. Un ejemplo claro podría ser la existencia de vida extraterrestre; se pueden elucubrar toda clase de teorías sobre su fisiología, pero nos es completamente imposible conocer aquello que no percibimos. Al fin y al cabo, la comprensión de los fenómenos no necesita de nada más que de la confluencia entre la función de las percepciones y la razón, actuando la primera como perceptora, y la segunda como interpretadora. Y permitiendo así la adquisición de lo que denominamos: saber.

Es ordinario que cuando se produce la ausencia de una metodología cuya función sea la de aportar una explicación lo más objetiva posible a un fenómeno, es por necesidad, aplicada otra bien distinta, a la que conocemos con el nombre de espiritualidad o metafísica.
Si bien es cierto que he diferenciado el concepto de espiritualidad con el de religión, también es cierto que ésta última necesita de la primera para existir, pues es la base de la estructura sobre la que se erige la misma. Muchos confunden estos dos términos y manifiestan una afirmación completamente incorrecta al respecto. Abogan porque el origen de Dios, o su descubrimiento, se encuentra en las religiones, cuando en realidad, el origen o descubrimiento del mismo se encuentra en la espiritualidad. Tratando este último concepto como la parte explicativa, mientras que la religión sería la estructura, la institución que, por esencia y tendencia absoluta, es necesariamente impositiva.

Sin entrar aún en cuál es o no correcta, pasaré a explicar qué es la religión y por qué ha de ser diferenciada de la espiritualidad a pesar de que tome a esta última como sustento.

La religión es la estructura, el edificio, la institución, que controla, en asociación con los puntos más altos de la escala del poder político, a todos aquellos que, en su debilidad, caen en su influjo. (Se podría además tomar como una doctrina o conjunto de ideas dogmáticas cuyo éxito es rotundo)
Para explicar de manera más inteligible este asunto, considero que el extremo del mismo ocurrido con el cristianismo en la Edad Media, puede revelarnos su verdadera empresa.
Antaño, en el denominado Antiguo Régimen, la mayor parte de la sociedad que lo conformaba se hallaba sometida al yugo del feudalismo. Nobles, herederos de un dudoso cargo de poder, poseían las tierras que otros; míseros campesinos, hambrientos y harapientos, cegados y sumidos en la oscuridad que se cierne sobre aquél que brota en la pobreza, cual tallo delgado y frágil en ivierno, labraban.
Aquellos campesinos nacían en un lugar donde todo era absoluto sufrimiento, y ellos mismos reaccionaban detestando aquella estructura, pero sin poder hacerlo, pues dependían de ella. En su ignorancia, ellos no podían concebir la destrucción de un mundo de tales características, pues la misma estructura, el mismo pensamiento generalizado de que todo era así porque así habría de ser, frenaba cualquiera de sus pensamientos más íntima y tácitamente subversivos. ¿Adivináis cuál era la doctrina más influyente para que este fenómeno sucediera? El cristianismo, que casualmente es una de las mayores y más poderosas religiones de la actualidad.
Los campesinos, rodeados de absoluta oscuridad, concebían la religión como la luz, como la justificación de todo lo que les acontecía, desde sus problemas más ínfimos, hasta sus problemas más graves. Todos ellos eran la voluntad de Dios, un ente externo, superior a todo y a todos en todos los aspectos. Omnipotente, ubicuo, divino y perfecto. La representación de toda la pureza y la "buena moral". Es evidente que la enseñanza de esta doctrina, aportaba un carácter de sumisión y docilidad para con el mundo en el que vivían, y precisamente por ello es por lo que su existencia era permitida y tan estrechamente ligada al poder.

A pesar de que considero que el asunto ha sido bien explicado, me gustaría reparar en una cita de Arthur Schopenhauer, que con una sencilla frase, abarca todas las explicaciones posibles acerca del porqué de creer, de tener fe, en vez de juzgar lógicamente estos asuntos:

Yo diría además que la religión es el caramelo del niño, tan dulce e irresistible, que no puede evitar degustar plácida y gozosamente su sabor. Ya que el niño es débil a los impulsos, y a pesar de que, en un caso hipotético, le explicaran en términos reales que ese caramelo está elaborado con cianuro, no sería capaz de controlarse ante tan grandioso (y a la vez tan burdo y despreciable) estímulo.

Tendríamos de esta forma al cristianismo de esa época como médico que cura una enfermedad que él mismo ha provocado y difundido, trazando así una espiral en la que lo único que permanece son los valores y la moral necesarias para perpetuar la servidumbre de los hombres. O lo que es lo mismo, la moral de esclavo.

Habiendo dejado claro el carácter irresistible de todas las doctrinas religiosas, es necesario aplicar estos conocimientos a aquellos que abogan por el respeto hacia las mismas.
En muchas ocasiones he leído u oído a personas defensoras de la religión que arguyen diciendo: "Si una religión no se impone a los otros, ha de ser respetada." Lamentablemente, queridos lectores, no se podría caer en más grave error, ya que no sólo se defiende algo increíblemente nocivo para la vida, sino que además se es tan ingenuo como para creer que el origen y la aceptación de una religión radica en la libertad de elección o incluso en la de pensamiento. Como ya he escrito anteriormente, la esencia de la religión es la imposición. Se puede ver en muchas ocasiones cómo a aquellos que pretenden extender por la fuerza sus creencias son tratados como "extemistas", pero en realidad no lo son. Ellos serían considerados por su doctrina misma como los héroes más fieles de entre todos los seguidores de la religión que se quiera. Si bien he querido distinguir minuciosamente el concepto de religión con el concepto de espiritualidad, el motivo por el cuál lo he hecho se halla en la afirmación actual.
La esencia de la religión es su perpetuación y su extensión, por ello mismo se trata de una institución influyente y poderosa, lo que no implica que la esencia de la espiritualidad lo sea.

En el caso de la espiritualidad, podemos concebir de manera positiva sus elucubraciones, pues al tratar los fenómenos inexplicables de una manera razonable, es decir, aplicando argumentos contundentes y aportando posibilidades mucho más que plausibles, a menudo allanan el terreno para un posterior y más objetivo análisis de las mismas. Un ejemplo sería Demócrito, que a pesar de no poseer conocimientos científicos, (aceptando que éstos son supuestamente los más objetivos) ya desarrolló una teoría que "grosso modo", trataba de explicar la existencia de unas partículas minúsculas que conformaban el universo, ¿Te suena de algo? Átomos.

Pero llegados a este punto, considero que no se debe condenar la espiritualidad en sí misma, sino los dogmas que surgen a su alrededor. Cierto es que el hecho de tratar de explicar los fenómenos inexplicables, además de requerir una enorme perspicacia y conocimiento sobre lo que se trata, es sin duda una actividad cuya complejidad da lugar a la aparición de ese tan indeseado dogmatismo del que hablo, pero esto solamente puede ocurrir si el que la practica es, o un incauto, o un malvado, o un incapaz (en términos de genialidad).

En resumen, la religión como tal es nociva para la sociedad, pues impide la libertad en todos los aspectos. Además, impone sus doctrinas naturalmente. De hecho, su principal "modus operandi" es el adoctrinamiento de los más jóvenes, cosa innegable, ya que hasta existen ritos de iniciación que suelen llevarse a cabo al poco tiempo de que los pobres niños nazcan. Y todo ello mezclado con una supuesta cultura y tradición, acaba por formar un cóctel en el que hasta los que ni siquiera reflexionan sobre este tema, terminan por aceptarlo por mera cotidianidad.

Antes de terminar con este escrito, me gustaría dejaros aquí dos aforismos que nacieron de mí y que me parecen dignos de ser leídos por vosotros. Naturalmente, estos dos aforismos vienen a colación con lo tratado anteriormente, así que ahí van:

"La religión basa su fuerza en la incoherencia; tanto más irrefutable sea ésta, tanto más poder detentará."

"Lo irrefutable puede tomar dos caminos: el primero es la obviedad, el segundo el disparate." 
 
*Esta sería la primera parte acerca de los temas religiosos, en el siguiente artículo sobre este asunto trataré un tema de gran controversia: la existencia de Dios.*


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