lunes, 13 de noviembre de 2017

Carcoma vital.

Descubro en el negror de mi amargura un destello frágil, 
se acumula en mí gota a gota, irrumpiendo en mis murallas.
Agita los lúgubres salones cuya obscuridad no decrece
sino tras el crepúsculo de mi volitiva ficción.

Adivino en mí a través de la línea que encumbra el horizonte
una falta de aliento insuperable, y temo perder las fuerzas.
Abatido, decrezco en el decaimiento que subsigue a la derrota
de nacer. Nacer y haber perdido, 
ser jamás en un jamás absoluto.

Asumido el principio escatológico de mi existencia
me miro y presumo mi cuerpo, mi vida, lo que sea de mí.
Me aventuro a indagar en las entrañas hogareñas
pero no busco refugio, así que me sorteo ágilmente.

Ahí, en el lugar de las sombras y los colores vívidos
se ocultan un sinfín de artilugios y entidades.
Y se mueven rítmica e hipnóticamente, me buscan pero 
se detienen al verme, me embaucan pero sonríen si abro más los ojos.

Delatado, recorro en mis gestos y trazo un recuerdo,
me miro y no comprendo, pero yo no soy un juicio
ni quiero serlo.

La ira es un sol que recae en quien se coloca bajo sus rayos,
¿Y quién podría librarse de ellos?
Los seres se mueven, me atacan, pero no saben dónde estoy.
Aspavientos y bruscos ademanes se arremolinan en un espacio desierto,
una parte de mí, o yo mismo, se encuentra enterrada bajo sus vastas dunas.

1 comentario:

  1. Carlos Manuel sorprende, aunque no sea su propósito, pues su acto de humildad como escritor que reflexiona, piensa y decora su pasado, su cruel pasado que pasó sin pedir permiso, y hoy se desata ofreciéndose en lo más bello en su descripción de una parte de su aciaga juventud, de la que soy conocedor, y me defino como afortunado al conocer a una persona tan extraordinaria cómo Carlos Manuel, con su poesía, su rebeldía y esa entereza en sobrevivir y compartir. Un privilegio, enhorabuena, Carlos
    Alejandro Campillo Feliu
    Escritor y periodista.

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