martes, 13 de diciembre de 2016

El concepto de propiedad en la cultura humana.





Índice.

1. Introducción.


2. La apropiación cultural: la falsa propiedad.


3. La apropiación cultural en su dimensión contemporánea.


4. La interrelación entre propiedad, Estado y cultura.


5. La falacia de las culturas nacionales.


6. Bibliografía.





El concepto de propiedad en la cultura humana.

Introducción.

La razón preeminente que me suscitó la posibilidad de tratar esta cuestión fue, en primer lugar, la aparición de un neologismo que hace referencia a la apropiación cultural que supuestamente se realiza en los países denominados primer-mundistas y que halla relación con el infame colonialismo que se desarrolló en diversos puntos del planeta en el siglo pasado. Y en segundo lugar, la lectura de una obra que, a día de hoy, considero determinante para el enfoque de mi pensamiento respecto a la cuestión cultural en relación con el nacionalismo, el estatismo y la tradición, (tomando ésta última como un dique cuyo objeto es el estancamiento de nuevas formas de vida social y el sometimiento perpetuo al mismo paradigma, criterio, o parámetro cultural). Tal obra se conoce como Nacionalismo y cultura, y pertenece a un autor cuyo nombre es Rudolf Rocker (1873-1958), historiador alemán que afirma una pugna constante entre dos dimensiones humanas: el desenvolvimiento libre de las sociedades, el cual él atribuye a elementos culturales; y en oposición, la tendencia al anquilosamiento de tal desenvolvimiento precipitada por las múltiples posiciones políticas e ideológicas conservaduristas, estatistas, nacionalistas, e incluso por la tradición popular, (debido a que ésta se torna a menudo incuestionable a pesar de su demostrada obsolescencia o brutalidad, dicho esto último desde un criterio moral posterior y más desarrollado, como puede ser el caso español de la tauromaquia, o la utilización de técnicas deplorables para impedir el crecimiento normal y adecuado de los pies femeninos en China, así como las llamadas "mujeres jirafa" en una tribu tailandesa denominada Kayan, entre otras tradiciones fútiles para el avance de la humanidad), las cuales nos llevan a una cosmovisión en la que no cabe el perfeccionamiento de ninguna de nuestras facultades, tanto individuales como colectivas, a la hora de orientarnos y vivir en el mundo.

Mi intención con este texto es, por tanto, refutar la idea de apropiación cultural en tanto que defino y fundamento la contraposición, que yo considero existente, entre cultura y propiedad, yendo aún más lejos si cabe, (si se me permite la presuntuosidad o, bien entendida, la osadía de hacerlo), que el propio Rocker, y tratando así de explicar el motivo por el que no solamente nos decidimos a paralizar el desarrollo cultural en todas sus formas, sino además, el porqué tal desarrollo cultural es siempre concebido con arreglo a una serie de delimitaciones que en la mayoría de los casos son políticas, o lo que es lo mismo, demarcaciones impuestas por los Estados, las cuales a mi juicio no se corresponden con la verdadera definición de cultura, pues tratan de categorizar, ateniéndose a tales demarcaciones, un objeto que compete a toda la humanidad.

Es por esto que podríamos sintetizar la empresa de este texto en dos conclusiones interrelacionadas a descubrir e inferir: la razón por la cual la apropiación cultural es imposible y la imposibilidad de limitar de cualquier modo el alcance o la expansión de una cultura en el seno de la humanidad; la incapacidad de definir qué elementos característicos en una cultura no son sino una expresión de otra.


La apropiación cultural: la falsa propiedad.

La apropiación cultural, como ya he dicho arriba, es un neologismo que puede definirse como la usurpación de determinados elementos culturales, de una cultura que se concibe como dominante, a otra que se consideraría como más débil. Este nuevo término nace de la mano de grupos activistas antiglobalización, lo cual es lógico, pues en otro contexto, no podría hablarse del mismo. Es decir, en un contexto en el que no existiera un sistema económico capitalista; una tecnología lo suficientemente avanzada como para permitir que cualquier persona pueda comunicarse con otra desde la otra parte del globo y de manera prácticamente súbita; la importancia del capital como pilar fundamental para definir el poder de un país, así como la capacidad que esto conlleva para erigir hegemonías basadas en el potencial económico, no podríamos estar hablando de apropiación cultural, aunque personalmente considero esta parte de la definición como un pretexto para eludir posibles argumentos históricos en los que se hubiera dado este proceso y que a su vez sirvieran para demostrar que éste no es más que otra forma de avance cultural.
Por otro lado, se suele hablar de apropiación cultural en casos actuales en los que se han ido generando ciertos estereotipos respecto a prácticamente todas las culturas existentes, puesto que los estereotipos no son más que reinterpretaciones de un elemento cultural aparentemente ajeno al que se trata de generalizar al máximo, y por tanto, se considera que al hacerlo, se debe asumir tal elemento como propio aunque no se haya vivido como tal desde la cultura a que hace referencia y aunque, como sucede con las personas a las que ese estereotipo va dirigido, quien lo impone no haya sufrido un proceso de endoculturación vinculado a esa cultura.

El problema principal que presenta este planteamiento respecto de la cultura humana es que parte de los procesos de asimilación cultural, los cuales se producen siempre de manera mutua y recíproca, (a pesar de que se salden con colectivos dominados y dominadores), y que son inherentes a cualquier interacción humana, para introducir un concepto como el de propiedad, el cual implicaría dar por hecho que los partícipes de tal asimilación cultural, son a su vez propietarios de su cultura, en tanto que no es posible tal cosa, pues ellos no son nada más que herederos de un legado construido a base de interrelaciones individuales y colectivas, y no expresiones máximas de nada más que ellos mismos, con derecho de algo que jamás les ha pertenecido. Es decir, afirmar la existencia de la apropiación cultural, necesariamente da lugar a inferir que todos los colectivos humanos son propietarios de la cultura en que nacieron, y por tanto, también todos los individuos pertenecientes a cada colectivo lo son, sin embargo, esto se encuentra muy lejos de la realidad, puesto que cada uno de ellos ha realizado un proceso natural de maduración con respecto a los elementos culturales que le fueron dados, interiorizándolos o despreciándolos con arreglo a su capacidad particular y única. Es esto, en primer lugar, lo que concibo como absurdo, al colocar como propietario de lo que deriva de la humanidad a un individuo, o a un colectivo, sin tener en cuenta que, de hecho, lo que la cultura en su lugar de nacimiento les ha enseñado, es precisamente fruto de interrelaciones previas, sin demarcaciones políticas, sin ningún tipo de límites impuestos, producto del azar, de condiciones geográficas, y de un sinfín de contextos que no dependen del ser humano.
Podemos observar este mi planteamiento, aunque enfocado en la refutación de la propiedad referente a cuestiones económicas, en la siguiente cita de Piotr Kropotkin (1842-1921) en una de sus obras denominada La conquista del pan: “Todo se entrelaza: ciencia e industria, conocimiento y aplicación, descubrimiento y realización práctica que lleva a otras invenciones, trabajo mental y trabajo físico. Cada descubrimiento y progreso, cada incremento en la riqueza de la humanidad, se origina en el conjunto del trabajo manual y cerebral de ayer y hoy. Entonces, ¿qué derecho tiene nadie de apoderarse de una partícula de ese todo y decir: ‘Esto es mío y no vuestro’?”


La apropiación cultural en su dimensión contemporánea.

Más arriba ya he explicado que los defensores de la existencia de la apropiación cultural, la enfocan directamente en la actualidad, afirmando que sólo puede existir bajo las condiciones contextuales contemporáneas. De esto se desprende que este concepto no podría considerarse siquiera antropológico, ya que es incapaz de abarcar al hombre, sino solamente a una coyuntura determinada por una serie de hechos precedentes, como lo fue en este caso el colonialismo europeo del siglo XIX, los cuales alumbraron un nuevo pensamiento xenófobo en el que sustentar sus fechorías. Nadie duda de la abyección de estos hechos, pero ahora bien, si éstos participan directamente de una demostración histórica para afirmar la existencia de la apropiación cultural, ¿Por qué no pueden traspasarse a otros casos dados ya en la historia? Como por ejemplo, la expansión del Imperio Romano, el cual sometía a todos los nuevos territorios conquistados al poder político que imperase en el momento, y que además actuaba de manera ecléctica, incluyendo en sus sociedades elementos culturales nacidos en otros lugares y, a menudo, reinterpretándolos e ignorando su origen, tradición o significado para imbuirlos en un afán utilitarista, del cual no se podría decir que le es propio al romano de aquellos tiempos, sino sencillamente necesario para el mantenimiento de tal poder político. Y más aún, según los ideólogos de la apropiación cultural y no desviándonos de esta ejemplificación: ¿Cómo explicaríamos entonces el juramento hipocrático que realizan los futuros médicos en la actualidad? ¿Cómo explicaríamos el transfondo del Derecho romano que se halla en las actuales constituciones? ¿Cómo explicaríamos la aplicación de técnicas urbanas tales como la construcción del alcantarillado? ¿Cómo explicaríamos incluso la etimología de nuestras palabras? ¿No son acaso procedimientos semejantes a los que los ideólogos de la apropiación cultural acuden en la actualidad para realizar sus demostraciones? Sí, por supuesto que lo son, ergo en este caso, como en los demás, solamente podemos hablar de interacciones humanas y asimilaciones parciales o totales de diferentes culturas cuyo origen no importa por consistir en reinterpretaciones.
Además, quisiera hacer un inciso en la cuestión lingüística, puesto que cualquier antropólogo afirmaría que el lenguaje constituye la esencia de la cultura humana, al menos en el sentido funcional, ya que sin él, la cultura perdería su capacidad de transmisión y fundamentación en escritos. Sabiendo esto y teniendo en cuenta el argumento de los defensores de la apropiación cultural que afirma que ésta se produce en el momento en que se asimila determinado elemento cultural sin siquiera conocer su origen, historia, o significado, nos veríamos obligados a afirmar que buena parte de la terminología que a día de hoy utilizamos en España, es producto de la apropiación cultural, ya que es evidente que, si bien hay filólogos que estudian la etimología de las palabras que hoy utilizamos, prácticamente todos nosotros no contamos con tal información, por lo que utilizamos palabras en nuestra vida cotidiana cuyo origen desconocemos. Pero incluso si se me quisiera refutar alegando que una vez más trato de viajar hacia contextos antiguos tales como el Imperio Romano, el cual hizo proliferar el latín del que derivó la lengua española, podría decir lo mismo de ciertas palabras provenientes de sociedades anglosajonas, como la expresión "swag", "hip-hop", "graffiti", entre otras, de las cuales se suele ignorar todo, excepto su funcionalidad lingüística.
E incluso si se recurriera al argumento de la relación coactiva entre una cultura y otra como principio para la aparición de la apropiación cultural, se podría poner como ejemplo la colonización española de Sudamérica, a través de la cual surgió una relación recíproca en la que ambas culturas participaron en la inclusión de muchísimos elementos culturales sin los cuales sería imposible imaginar el mundo en que vivimos y que de tales hechos surgió. Es decir, aún tomando como ejemplo relaciones de dominación, un proceso de asimilación cultural jamás puede ser unilateral, y esto es tan evidente como que el profesor, realizando su labor de enseñanza, es asimismo enseñado por el alumno; o como que toda interacción humana afecta a las subjetividades que la componen; o como que el hecho mismo de existir, implica además interactuar, si no necesariamente con contacto humano, con el mundo, por lo cual afirmamos que nos hallamos obligados a desempeñar actividades tan básicas como la de vivir, y que éstas no sólo actúan sobre el mundo, sino también sobre nosotros y nuestra percepción del mismo.
Aunque cabe decir que esto no exime a tales hechos en los que se desarrollan relaciones de dominación de ser profundamente desdeñables por las consecuencias sociales que todos conocemos.

Con esto, no quiero que se me malinterprete. Mi opinión al respecto de la dicotomía que enfrenta al relativismo cultural con el universalismo, la cual trae de cabeza a los antropólogos, no se decanta hacia una u otra, puesto que si bien considero que existen diferentes colectivos con una idiosincrasia cultural determinada, también considero que, en primer lugar, tales colectivos están conformados de distintos individuos que no realizarán la misma interpretación de la cultura en que nacieron, y que por tanto transmitirán lo que ellos consideren adecuado, reformulando así nuevos elementos culturales, y en segundo lugar, que aquello que constituye esa idiosincrasia halla su origen y es fruto de interacciones humanas precedentes y muy diversas (tanto que son prácticamente inconcebibles), y que por tanto, asociar características culturales inamovibles a un conjunto de seres humanos contradice la naturaleza misma de la cultura.

Dicho esto, me gustaría pasar a otro asunto que nace de esta problemática.


La interrelación entre propiedad, Estado y cultura.

Para iniciar con el desarrollo de este punto, me gustaría traer a colación un fragmento del autor Rudolf Rocker en su obra ya citada: "Nada es más engañoso que reconocer en el Estado el verdadero creador del proceso cultural, como ocurre casi siempre, por desgracia. Precisamente lo contrario es verdad: el Estado fue desde el comienzo la energía paralizadora que estuvo con manifiesta hostilidad frente al desarrollo de toda forma superior de cultura. Los Estados no crean ninguna cultura; en cambio sucumben a menudo a formas superiores de cultura. Poder y cultura, en el más profundo sentido, son contradicciones insuperables; la fuerza de la una va siempre mano a mano con la debilidad de la otra. Un poderoso aparato de Estado es el mayor obstáculo a todo desenvolvimiento cultural. Allí donde mueren los Estados o es restringido a un mínimo su poder, es donde mejor prospera la cultura.
Ese pensamiento parece desmedido a muchos porque nos ha sido completamente falseada, por un mentido adiestramiento instructivo, la visión profunda de las verdaderas causas del proceso cultural. Para conservar el Estado, se nos ha atiborrado el cerebro con una gran cantidad de falsos conceptos y absurdas nociones, en tal forma que los más no son ya capaces de acercarse sin preconceptos a las cuestiones históricas. Sonreímos ante la simplicidad de los cronistas chinos que sostienen del fabuloso emperador Fu-hi, que ha llevado a sus súbditos el arte de la caza, de la pesca y de la cría de animales; que ha inventado para ellos los primeros instrumentos musicales y les ha enseñado el uso de la escritura. Pero repetimos sin pensar todo lo que nos metieron en la cabeza sobre la cultura de los Faraones, sobre la actividad creadora de los reyes babilónicos o las supuestas hazañas culturales de Alejandro de Macedonia o del viejo Federico, y no sospechamos que todo es mera fábula, urdimbre de mentiras que no contiene ni una chispa de verdad; pero que se nos ha remachado en la cabeza tan a menudo, que se ha convertido para la mayoría en una especie de certidumbre interior.
La cultura no se crea por decreto; se crea a sí misma y surge espontáneamente de las necesidades de los seres humanos y de su cooperación social. Ningún gobernante pudo ordenar a los hombres que formasen las primeras herramientas, que se sirviesen del fuego, que inventasen el telescopio y la máquina de vapor o versificasen la Ilíada. Los valores culturales no brotan por indicaciones de instancias superiores, no se dejan imponer por decretos ni vivificar por decisiones de asambleas legislativas. Ni en Egipto, ni en Babilonia, ni en ningún otro país fue creada la cultura por los potentados de las instituciones políticas de dominio; éstos sólo recibieron una cultura ya existente y desarrollada para ponerla al servicio de sus aspiraciones particulares de gobierno. Pero con ello pusieron el hacha en las raíces de todo desenvolvimiento cultural ulterior, pues en el mismo grado que se afianzó el poder político y sometió todos los dominios de la vida social a su influencia, se operó la petrificación interna de las viejas formas culturales, hasta que, en el área de su anterior círculo de influencia, no pudo volver a brotar usa sola chispa de verdadera vida."

Asumiendo estas concepciones de Rudolf Rocker acerca de la relación Estado-cultura, me veo en la obligación de realizar un breve repaso sobre la definición del concepto de Estado, para así realizar la analogía con el concepto de propiedad al que sirve el objeto de este texto.
El Estado es la máxima expresión, la encarnación más profunda y explícita de la irracional obsesión por parte de una sociedad, por aferrarse a la raigambre que compone toda cultura, (raigambre que se idealiza y concreta mediante fronteras políticas), llevando tal obsesión a fines ulteriores a tal raigambre con el objeto de extenderla y someter tal extensión a su hegemonía. Y digo esto a riesgo de parecer reduccionista en mi definición, puesto que podría referirme en algún momento de la misma a su supuesta capacidad administrativa u organizativa de la vida sociopolítica, no obstante, como ya se ha hecho evidente en la cita mencionada, tales capacidades jamás han dimanado de ningún poder fáctico, sino de la sociedad misma, del mismo modo que la cultura.
Siendo esta la definición de Estado, el cual se compone principalmente de una tradición nacionalista/patriótica, (a pesar de que tales términos nazcan en una etapa determinada de la historia considero que pueden extrapolarse a toda la historia de la humanidad), encarnada en figuras políticas, constituciones, legisladores, instituciones, etc, podemos asociarla directamente con el concepto de propiedad, puesto que es evidente que tal comportamiento obsesivo deriva de una necesidad, no por pertenecer a ningún tipo de grupo para así sentirse integrados como pieza componente de un cuerpo social, sino más bien por sentir que el lugar en que nacieron, en el que aprehendieron todo lo que saben, del que se empaparon con una profundidad inextirpable, forma parte de sí mismos, cual extensión de su cuerpo, y por tanto, les pertenece en propiedad por derecho. Como si nacer no fuese otra cosa más que un hecho entre otros, y como si tal crecimiento propio, tal embelesamiento con las novedades del entorno, no hubiesen sido vividas infinitud de veces por otros, (aunque no de la misma manera, pero por esa regla de tres, el individuo se tornaría a la propia patria, ya que cada ser particular construiría su propia cosmovisión de lo que vivenció). Pero en caso de que lleváramos esta lógica a su situación extremada, nos persuadiríamos de que la nación o la patria serían conceptos obsoletos, pues no representarían otra cosa más que lo que cada uno de nosotros somos en cuanto a la dimensión individual, y tal cosa no se corresponde con los conceptos mencionados, ya que ya se ha dicho que éstos ensalzan y exaltan con vehemencia la raigambre, la costumbre, la tradición, y por tanto, aquello que se halla inmóvil y anquilosado, cosa que, en caso de que cada individuo compusiera su propia cosmovisión, no sucedería al haber una ingente cantidad de relaciones entre individuos únicos y desarraigados de aquello que consideraron nocivo para sí y para con los demás.

La propiedad, inscrita en lo dicho, sería el germen del cual dimana este enderezamiento hacia lo certero, lo fijo, lo mesurable, lo anquilosado, lo demarcado, siendo el Estado en esta relación conceptual el guardián y máximo representante de tal manifestación. Es decir, si bien el Estado actúa como representante, la propiedad y la necesidad de legislar sobre el derecho que todos anhelan sobre ella, hacen del mismo una herramienta indispensable para fomentar y expandir su dominio sin ningún tipo de fin, utilizando ese nacionalismo y patriotismo como artificio para el engaño, logrando así que se sigan causas e ideas supremas cuya única empresa es conseguir frutos nacidos de intereses ajenos, (intereses que siempre se enfocan en la acumulación de propiedad, o lo que es lo mismo, poder). Y es que ese es precisamente el objeto de toda idea suprema: someter lo diverso a los designios de un ente ajeno, cuyas pretensiones suelen coincidir con una finalidad totalizadora ocultada mediante subterfugios. (Tales como el propio nacionalismo o el patriotismo).

Esto colocaría al concepto de cultura precisamente en el lado opuesto, al definirse como la manifestación del desenvolvimiento social libre, que se crea a sí mismo y que además, es inherente al ser humano y se muestra como natural al mismo, puesto que éste precede a la propiedad, a la que sigue el Estado el cual se aprovecha del nacionalismo nacido de la creencia en el derecho de propiedad. Y lo precede porque se compone de mera interacción humana, de interrelaciones subjetivas que nacen y desaparecen, que son absorbidas por otros, despreciadas o desechadas con arreglo a interpretaciones singulares y colectivas, que tienen una funcionalidad útil, (salvo el juego), pero que tal utilidad no se define en los otros, sino en sí y para sí.



La falacia de las culturas nacionales.

Como ya he dicho antes, el nacionalismo surge de la creencia que asume el haber nacido en un lugar y contexto, con todo lo que ello conlleva, como un derecho a apropiarse de los elementos culturales que han surgido de tal lugar y tal contexto, de manera que por un lado, se trate de impedir el robo de esos elementos, así como por otro, se pretenda difundirlos como los más virtuosos para todos, sin pararse a pensar siquiera en que las consecuencias que surgen de estos comportamientos son precisamente las que tanto unos como otros, por hallarse imbuidos en los mismos sentimientos, tratarían de evitar a toda costa, (incluso saldándose con personas, como es el caso extremado de las abyectas contiendas que todos conocemos por repetirse sin cesar en nuestra historia como humanos). Además, cabe decir que esa desconfianza internacional que causa la aplicación del concepto de propiedad en las culturas, de la cual dimana el nacionalismo, se retroalimenta, puesto que parte de sí y alcanza consecuencias que se refieren a sí misma, es decir, en el momento en que alguien trata de defender su cultura de otros, se podría decir que éste actúa conforme al nacionalismo, pues considera la existencia de "su" cultura, como si ésta se tratase de un tesoro preciado, no obstante, en el caso en que éste pretenda que "su" cultura predomine sobre "las demás", también se hallará en el mismo pensamiento, pues se basará en las mismas concepciones.
Por otra parte, me surge cierta pregunta cuando pienso acerca de la lógica nacionalista: ¿Qué criterio se ha de seguir a la hora de delimitar una nación, o lo que es lo mismo, aquello que le es propio a uno por derecho, del entorno en el que vive? Esta cuestión parece sencilla, pero respondida de manera reflexiva y rigurosa sirve a modo de prueba reveladora de la falsedad en la que el nacionalismo se sustenta. Para responderla, voy a recurrir en primera instancia a Rocker:

"Un pueblo es el resultado natural de las alianzas sociales, una confluencia de seres humanos que se produce por una cierta equivalencia de las condiciones exteriores de vida, por la comunidad del idioma y por predisposiciones especiales debidas a los ambientes climáticos y geográficos en que se desarrolla. De esta manera nacen ciertos rasgos comunes que viven en todo miembro de la asociación étnica y constituyen un elemento importante de su existencia social. Ese parentesco interno no puede ser elaborado artificialmente, como tampoco se le puede destruir de un modo arbitrario, salvo que se aniquile violentamente y barra de la tierra a todos los miembros de un grupo étnico. Pero una nación no es nunca más que la consecuencia artificiosa de las aspiraciones políticas de dominio, como el nacionalismo no ha sido nunca otra cosa que la religión política del Estado moderno. La pertenencia a una nación no es determinada nunca por profundas causas naturales, como lo es la pertenencia al pueblo; eso depende siempre de consideraciones de carácter político y de motivos de razón de Estado, tras los cuales están siempre los intereses particulares de las minorías privilegiadas en el Estado."

En este caso, Rocker recurre a un concepto novedoso en este escrito: el pueblo, que no tiene por qué ser delimitado en modo alguno, sino que describe precisamente lo que surge cuando un conjunto de personas se relacionan en un mismo lugar y bajo un mismo contexto. Aún así, a pesar de que Rocker afirma unas características fundamentales que se refieren a un conjunto de individuos, las cuales nacen de diversos factores naturales que lejos de limitar la cultura, la posibilitan y asumen como interacción humana, lo cual jamás he negado, es posible observar el vínculo ineludible entre la nación y el Estado, de lo que se infiere que las fronteras políticas, es decir, aquellas que erige el organismo estatal, son idénticas a las nacionales, pues de las unas nacen las otras. Si tomamos esto como cierto, es preciso afirmar que la cultura no tiene límites políticos y que, si bien se desarrolla de manera diferente con arreglo a los diversos conjuntos de individuos inscritos en un contexto y lugar determinado, lo cual se traduce en la idiosincrasia de tal conjunto, del pueblo, esto no la hermetiza, sino que respeta las reinterpretaciones individuales así como el origen, siempre ecléctico (y por ello, diverso y cambiante), de la misma.
Además, las fronteras que el Estado impone a los pueblos jamás son capaces de representar cualquier realidad social, porque aunque ni siquiera intentan hacerlo, (ya que sólo se establecen con motivo de intereses políticos y de dominio territorial), si una nación requiere de un conjunto de individuos con características semejantes, cualquiera que sea la magnitud del conjunto, podrá reafirmarse como diferente de los ajenos al mismo, llegando a la conclusión de que incluso un grupúsculo como lo es la familia, alcanzaría la categoría de nación al diferenciarse fundamentalmente de toda la cultura que le rodea. Sin embargo, si partimos del concepto "pueblo", el cual no requiere de delimitaciones, sino sencillamente de semejanzas que, al igual que han surgido en un determinado momento formando cultura, pueden originarse de manera constante con cualquier otro individuo o conjunto, sin necesidad de partir de una barrera artificial, nos persuadimos de que esta perspectiva se correspondería con la naturaleza libre y prolífica de la cultura.


Hallándose el nacionalismo tan estrechamente ligado con la propiedad y el Estado, y habiendo asimismo comprendido todo lo dicho, es correcto afirmar que nación y cultura son contrarios, y que por tanto, cuando los asociamos en la cotidianidad de nuestros discursos, nos hallamos inmersos en una falacia que ha abarcado los pensamientos de cualquier índole, repitiéndose cual leitmotiv como verdad inexpugnable, y mostrándose ahora al fin como la mentira que es. Y lo es por no corresponderse con la realidad, pues en el momento en que tomamos tales consideraciones, (las nacionalistas), interiorizamos en nosotros una supuesta certidumbre que estanca poderosamente nuestra cosmovisión particular y nos enfrenta con la verdadera naturaleza de la cultura: desarrollarse libremente, sin diques, sin nadie que la apropie por derecho, sino que participe de ella y con ella, es decir, un conjunto de saberes, técnicas, definiciones, comportamientos, de los que partimos y de los que nos desligamos al reformularlos, creando así nuevos que prontamente serán sometidos a un juicio y cuestionamiento sin fin, el cual alumbrará nuevas reformulaciones.


El próximo capítulo trataremos la cuestión acerca de la propiedad intelectual, ya que es un tema cuya naturaleza exige una subsiguiente revisión en cuanto a este texto se refiere.


Bibliografía.


- Rudolf Rocker, (1936). Nacionalismo y cultura, primera edición cibernética de 2007. Libro primero.

- Piotr Kropotkin, (1892). La conquista del pan, edición Buenos Aires: Libros de Anarres, 2005. Editorial Utopía libertaria.

- Wikipedia, concepto de Nación: https://es.wikipedia.org/wiki/Naci%C3%B3n


-Marvin Harris, (2007). Antropología cultural.

-Pierre Joseph Proudhon, Qu’ est-ce que la propriété?, edición Buenos Aires: Libros de Anarres, 2005. (Utopía Libertaria)

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