martes, 11 de noviembre de 2025

Manifiesto contra la rendición

Este blog ha sido testigo del proceso de un adolescente hacia la adultez. Quizá mi prosa haya cambiado, es posible que ya no arda en mi seno la llama viva de quien experimenta emociones desbordantes y que poco a poco el tiempo haya despojado a mi cabeza de sueños imposibles, pero me niego a rendirme.

Apenas sin amigos, habiéndolo perdido todo, casi hasta la cordura, he me aquí, erguido sobre mis pies, encontrándome de nuevo sentado frente a una hoja en blanco que desea ser rellenada con todo tipo de símbolos en cuyas combinaciones encuentro un placer inusitado. 

¿Cuándo perdí este hábito, esta pasión, este deleite a través del que todo cobraba un sentido propio y al tiempo se le olvidaba su natural transcurrir? 

¿Qué ha sido de ese niño, ese adolescente, ese chaval inocente que nunca se detenía y al que las palabras le brotaban casi como mala hierba reticente a ser arrancada del suelo?

Un amor que se desprende, varias sustancias que desligan el espíritu y la Voluntad de su curso natural, trabajos insulsos, caminos que se bifurcan hacia vacuidades insondables. 

Lo pienso y soy incapaz de contener las lágrimas. 

Pero no puedo afirmar que haya sido tiempo desperdiciado, pues tarde o temprano, el hombre ha de traspasar el bosque encantado y oscuro para medirse ante su miedo y tener la certidumbre de que no podrá atravesarlo, para después, más tarde, un poco más, casi ahí, justo cuando parece que todo está perdido, en ese instante en que la duda lo abarca todo con sus extremidades deformes, pero fuertes como alambres que se tensan sobre carne muerta. Ahí, un poco más allá de la caída en el tiempo, tras el último suspiro del pájaro rezagado que se niega a desplegar sus alas ante el primer brillo del primer albor, por fin encendí el ascua del renacimiento, y la llama volvió a refulgir.

Créanme, no ha sido fácil, he pasado por un sinfín de penurias que quizá sean escritas de manera explícita en próximas publicaciones, o quizá puedan leerse entre las líneas de las mismas, de manera tácita, como esos poetas a los que siempre admiré y de los que me creí parte.

Por eso he decidido continuar con este proyecto, porque he de demostrarme que aún habita en mí un ascua incandescente, un seísmo que bulle como las alas de un colibrí hambriento. Porque no puedo privarme más de la deliciosa miel de la expresión, de la lírica, de la lágrima que asoma en cada coma, cada verso, cada rima, cada silencio entre párrafos y estrofas. 

Aquel niño sabía quién era y, sin persuadirse, se olvidó de sí mismo, abriéndose en canal ante la desesperanza y permitiéndola entrar y corromper cada gota de su sangre.
Este adulto, sin embargo, ha vivido demasiado, pero ello no le ha evitado apoderarse de sí mismo y sus recuerdos, que al fin le son devueltos como dádivas divinas.

El único objetivo de este nuevo emprendimiento en el que mi energía renovada construirá sobre edificios en ruinas, como templos de nuevas religiones, será dar testimonio de cómo un ser humano, un simple hombre, hace suyo su destino definitivo.

La forja de la Voluntad ha vuelto a encenderse, y con ella, una declaración de intenciones se graba en piedra etérea, pero tan sólida como el sufrimiento que la hizo posible.

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