martes, 2 de agosto de 2016

Etéreo.

Como si la vida no pesara,
como si el viento no erosionara,
como si la aurora no inspirara
a los poetas salvajes.

Allegada tú, vientre pequeño
y ombligo respingón,
manitas suaves y dulce voz.

Me miras y me despeñas:
mi voz se quiebra,
mis ojos vuelan
mi torso tiembla
mi alma anhela.

Es difícil resistirse al embeleso de tus ojos
untados en zumo translúcido
el que aparece en el momento en que la mirada
es insuficiente,
no basta,
y busca su propio desbordamiento
y se libera resbalando 
por los surcos sonrosados 
que constituyen tu rostro.

Apego, cuán esclava palabra
amor, cuán frágil e inexacta
deseo, cuán dolorosa y vital.
¿Es que acaso lo inefable no cabe en ningún lugar?

Venero el derecho de vivirte,
sí, de sentir cómo un suceso torna a maravilloso
sólo por tu presencia.

Adoro tu capacidad para resistir mis inviernos
y mis veranos
cuyo germen me es difuso
mas de apariencia divina.

Naturaleza salvaje, obscura y difusa,
hasta que el sol se ilumina.
Un pozo que se cava a sí mismo
y duerme dentro de sí.
Una ardilla que se estira
en la brisa matutina.

Una humana.




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