miércoles, 25 de junio de 2025

Muerte y renacimiento

 Acuchillado, arrepentido, ultrajado por un destino que no parecía suyo, que no le pertenecía. ¿Qué clase de demonio se había adueñado de su espíritu y su cuerpo? ¿Hacia dónde sería llevado ahora que las garras feroces de un salvaje ente sin nombre lo habían domeñado hasta convertirlo en polvo viviente? Nadie conocía a esta persona (por llamarla de alguna manera), pero todos lo intuían como si fuera parte de ellos mismos, como si su existencia representara un recordatorio, un reflejo amorfo de sus pesadillas más profundas, inexplicables e inhóspitas, surgidas de la mugre más abominable de sus psiques. Él era algo, alguien, ¿un objeto, una imagen, un destino, un Dios?

 Nadie lo sabía ni quería saberlo porque el terror invadía sus entrañas solo al imaginarlo, tocarlo o sentirlo tácitamente. No era necesario conocerlo porque su horripilante naturaleza navegaba ya en cada uno de los vivos. Era algo conocido y desconocido al mismo tiempo. Como el nacimiento, como la muerte, o como la dirección de los astros, de los ríos o la ruta de las aves al cambiar las estaciones.

Cambio, un rumbo indescifrable, maldito y bendito por el tiempo ilusorio. ¿Era él la vejez que sentía apaciguándose en sus huesos y carcomiéndolos sin pausa? ¿Era una ausencia de sentido? ¿O quizá su presencia? ¿Navegaba entre santos o entre víboras que lo envenenaban?

Nadie lo sabía ni podía saberlo. Y en él se combinaban todas las huellas del rostro humano. Cada paso, cada pequeño descubrimiento, cada infamia y cada caída, así como todos los hermanamientos que lo precedían. Cada cruce de tiempos, cada tormenta purificadora de espíritus y cada lago que se emponzoñaba hasta anquilosarse, creando estanques de podredumbre marchita y maloliente que recordaba el ciclo insostenible para los mortales trascendentes. ¿Y si la necesidad de trascendencia se escondiera en el estanque de la podredumbre? ¿Y si el sol y la luna solo fueran astros impermanentes que inspiran a vacíos creadores de huecos insondables?

Desde luego, este ser no se conformaba. Este ser era todos los seres en uno, y uno en todos los seres. He ahí su magnífica y desastrosa ocurrencia. ¿Quién iba a salvarlo de sí mismo? ¿Qué misterio podía ser tan profundo como la cualidad de su nacimiento? ¿A cuántas almas iba a salvar sino a la suya propia, y con ella, a la de todo cuanto conocía y podía percibir?

Los sabios no saben nada desde el principio de los tiempos. Toda complejidad es sencillez adornada con las florituras de la estética. Las vibraciones, los colores, las tonalidades, la suavidad y la aspereza de las formas. Las esencias y sus insondables e inabarcables mediciones.
 Todo cuanto parece hermoso lo es por la ilusión de lo que vive y mira, observando desde la inmensidad que le supone el mundo y su
particular emoción; evocadora de paisajes, de universos, de cosmovisiones, de una esperanza tan vacía, pero tan tentadora, tan absolutamente creadora y constructora de abismos, que es imposible ignorarla. Pasarla por alto sería sinónimo de no haber nacido.

Creador y destructor, espectador de un habitáculo que no le pertenece a nadie y del que todos anhelan una parcela, un pequeño resquicio de intimidad salvadora. La ilusión se desvanece ante el infranqueable futuro, ante la incertidumbre ambivalente, ubicua, bifurcadora, desterrada por lo que aparece y lo que es. No negamos ni afirmamos. No decimos nada. Solo calificamos un vacío que aparenta naturalidad y pertenencia.

A los vivos les digo: vibrad con la campana y con el grillo que canta bajo el umbrío ensombrecimiento.

A los muertos: amad sin el pesar de los derroches que supone el nacimiento. Quebrados os halláis en la eterna posibilidad inacabada. Sumíos en la sombra fulgurante del destino deshecho. Convertid el delirio de los santos en verdad para los marchitos y en el terror de los iluminados. AMAD, porque todo cuanto ama ya está escribiendo y ya fue sentido. Participad del terreno de la imposibilidad que se alza victoriosa. Porque la única gloria es aquella que es vencida. Porque el terror es la única esperanza. Porque el miedo ha suprimido a la bondad y en ella se sublima la posibilidad zombificadora de existir.
 Siente la brisa del corcel que corretea sin rumbo y sin cesar. Conviértete en la amapola que suspira ante su propio florecimiento. Amanece ante la nocturnidad y anochece ante el desprendimiento de la luz. Haz
de ti un socavón de saberes que no tienen fundamento, ni misión, ni calificativo, ni manera de ser visto o percibido por las cosas que se dedican al entendimiento. Que en tu pesar se dé la laxitud propia de la ingravidez de quien se suicida lanzándose al vacío. Ama tu muerte, ama tu vida, ama el árbol que se marchita con el paso de las estaciones. Sé quien se desarraiga frente al paso de los años. Quien resucita ante la ilusión de un nuevo pertenecerse y quien no ha entendido lo que supone la resurrección.

El mérito del santo es haber pertenecido y haber creído. El saber es la forma de los educadores, la perspectiva de los muertos reencarnada en ilusiones inmarcesibles. La eterna promesa del que ha creído en su emoción y se ha permitido el lujo de ser poseído por ella.
 En el mundo de los números, de las métricas, las
calificaciones y el control insostenible de apariencia controlada, los seres que se sumen en la inmensidad son tachados de locos. Los antiguos santos han sido condenados. Los nuevos ideólogos son mentores de verdades desastrosas cuyas consecuencias han sido olvidadas.
 Nos acercamos al delirio de los derrochadores.
 
 A quien pueda comprender las absurdas palabras de un borracho enloquecido, le honro con un sorbo más de esta copa.
 A quien no escucha, le pertenece el mundo. Un mundo de vivos que ya murieron.

La fortaleza que alzaremos no puede ser sino espiritual, pues a los glorificadores ya les pertenece el pan y el vino. La muchedumbre ya se siente como en casa. El horror ya habita en nuestros hogares. Inconscientes, anodinos, lúgubres mentes adormecidas por la rutina y el hastío de una novedad prefabricada. El miedo se hizo rey; la esperanza reina de los días.
 Ecos de la muerte que adviene a la totalidad resuenan con cada paso del que duerme voluntariamente.

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